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Esta película la hemos visto antes. Un dictador que lleva 27 años en el poder se enfrenta a una crisis económica y a un pueblo exhausto de sus abusos. Por eso, celebra elecciones presidenciales donde solo él sabe quién ganó y, vaya sorpresa, anuncia que fue reelegido con el 80 % de los votos. Estallan protestas en las calles y el dictador envía a la policía a reprimirlas de manera violenta. Corta internet, ordena que sean apresados periodistas independientes y se mantiene en el poder. Ahora le agrega un punto de giro: bajo la mentira de una “amenaza de bomba”, desvía un avión comercial para poder capturar a un periodista independiente. Hoy esa película se llama Bielorrusia, pero es otro episodio del teatro del absurdo que los regímenes autoritarios montan cuando se sienten amenazados por la libertad de expresión.
El dictador se llama Alexander Lukashenko. El periodista se llama Roman Protasevich. Este último iba en un avión comercial, de Grecia a Lituania, cuando las autoridades bielorrusas lo desviaron a Minsk bajo el pretexto de que había una “amenaza de bomba”. Era mentira, por supuesto. Su intención era capturar al periodista, a quien Lukashenko acusa de “tramar una rebelión” que quiere “estrangular” a su país. Una pasajera del avión le contó a la BBC que, cuando se enteró del desvío, Protasevich entró en pánico. No es para menos: puede enfrentar de 15 años en la cárcel a incluso la pena de muerte.
Al día siguiente de su captura, Bielorrusia publicó un video en el que el periodista acepta sus “crímenes”. Se ve claramente forzado. El Ministerio de Relaciones Exteriores de Grecia dijo que se trató de un “secuestro de Estado”. Algo similar hizo Polonia. La Unión Europea anunció investigaciones. Joe Biden, presidente de Estados Unidos, dijo que el actuar del régimen de Lukashenko configuraba unas “vergonzosas agresiones tanto contra la disidencia política como contra la libertad de prensa”. Sin embargo, con el respaldo de Rusia y Vladimir Putin, el dictador de Bielorrusia no ha mostrado señales de ceder.
A Protasevich se le acusa de querer desestabilizar el país. Esto, por hacer parte de un grupo en Telegram donde se difunden noticias sobre Bielorrusia y se hacen denuncias. Pero esa actitud es predecible. De nuevo: en esta película los tropos están bien estructurados. Por supuesto que el periodismo independiente y crítico es presentado al mundo como una amenaza para la supervivencia de la nación. Cuando la norma son la dictadura, la opresión y la censura, cualquier voz disidente se convierte en terrorismo. Lo hemos visto una y otra vez.
En las elecciones del año pasado, que fueron tildadas por observadores internacionales como un fraude, varios opositores fueron encarcelados previamente. El “triunfo” de Lukashenko se sintió como la consolidación de la dictadura y el mensaje de que cada vez se respetarán menos las libertades en Bielorrusia. De nada sirvieron las marchas de más de 200.000 personas pidiendo la renuncia del dictador. Con el secuestro de Protasevich, el mensaje es claro: quien se atreva a desafiar al régimen terminará bajo sus garras. Lo que sigue a esto es el silencio cómplice. Y la comunidad internacional no parece capaz de hacer mucho para impedirlo.
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