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Más allá de la disputa de diferentes opciones y maneras de ver la política por llegar a una muy probable segunda vuelta, el hecho es que Colombia llega a esta definición dando una muestra de madurez institucional que es ejemplo para América Latina, aun con sus lunares, como los embates ocasionales de propaganda negra o la participación abierta del Presidente de la República en el debate público, aunque la ley se lo impide.
Un panorama tan halagüeño como el que hoy vivimos lucía empero improbable hace apenas tres meses, y eso lo hace más significativo. Antes de la decisión histórica de la Corte Constitucional a finales de febrero pasado, el país parecía destinado a un poder presidencial decidido a imponer —bordeando la legalidad y a veces traspasándola— un referendo que le permitiera prolongarse en el tiempo, todo enmarcado en el discurso del Estado de Opinión que anunciaba el cierre de los espacios democráticos. Pero en el punto de mayor presión a las instituciones éstas mostraron toda su fortaleza. A la decisión de la Corte Constitucional siguió el acatamiento ejemplar del Presidente de la República y a toda prisa los líderes que bajo esa sombra se mantenían opacados comenzaron una campaña electoral contra el reloj que resultó extraordinaria.
Y entonces, a pesar del poco tiempo, todos los anuncios del apocalipsis ante la eventualidad de que no fuera el único, el presidente Álvaro Uribe, quien condujera nuestro Estado, fueron quedando atrás para demostrar otra fortaleza también envidiable para los países de la región. Seis candidatos fueron en la carrera demostrando que contamos con un liderazgo preparado, moderno y responsable, que no sucumbió al caudillismo de los últimos ochos años. Tener para la decisión de hoy a líderes de la talla, en orden alfabético, de Antanas Mockus, Rafael Pardo, Gustavo Petro, Noemí Sanín, Juan Manuel Santos y Germán Vargas Lleras es un lujo para nuestra democracia que no muchos países en el mundo pueden mostrar.
Varios amigos de esta casa nos han venido insistiendo en las últimas semanas, ante la decisión de algunos colegas de adherir a uno u otro candidato, que hagamos lo propio en estas páginas. Si bien respetamos la decisión de nuestros pares, nos merece mayor respeto el derecho de nuestros lectores a escoger con plena libertad y con base en los determinantes que les interesen al candidato de su preferencia. El Espectador desde hace años tomó la decisión editorial de no tener candidatos en las elecciones, como garantía de imparcialidad y juego limpio para sus lectores y para sus propios periodistas, tanto durante la elección como, en especial, después de la misma. Por lo demás, consideramos de una arrogancia pasada de moda pretender hoy que nuestra elección sea adoptada por lectores sofisticados, pensantes y con pantalones como sabemos que son los que nos prefieren.
A votar entonces por quien más los convenza, porque con los candidatos que tenemos hay una garantía de que estaremos en buenas manos.