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La guerra de agresión desatada por Vladimir Putin en contra de Ucrania es un hecho condenable que no permite ambages de ninguna clase. Estamos frente a la actitud megalómana de un autócrata que pretende devolverle a Rusia el poder que tuvo durante el período de la Unión Soviética y así lo ha dejado saber en diversas oportunidades. La comunidad internacional, que ha manifestado mayoritariamente su apoyo al agredido pueblo ucraniano, ve cómo las fuerzas armadas rusas agreden un país que está dando un ejemplo de dignidad, con su presidente, Volodímir Zelenski, a la cabeza, mediante una heroica resistencia. Mientras Putin amenaza veladamente con su fuerza nuclear, se abre la posibilidad de un diálogo entre las dos partes.
Con el ataque a Ucrania, Putin ha agredido también a todos los países democráticos del mundo. La obsesión por devolver a su país la condición de potencia, basado en su poderío militar, ha guiado sus pasos desde que llegó al poder para quedarse. En su visión geopolítica, Ucrania hace parte de su área de influencia y no acepta que un gobierno autónomo, con deseos de estrechar lazos con la Unión Europea y Occidente, se distancie del Kremlin. Esa es la verdadera razón de esta guerra y no la excusa de defender los intereses de los rusos que viven en la región del Donbás. No está de más recordar que argumentos similares, de defender ciudadanos alemanes, fueron esgrimidos por Adolfo Hitler entre 1938 y 1939, para apropiarse por la fuerza de Checoslovaquia y luego de Polonia.
Al desencadenar esta guerra, Moscú abre una caja de Pandora que puede traer consecuencias impredecibles. No solo por el número de muertos, la destrucción causada y la gran cantidad de refugiados que huyen de Ucrania hacia países vecinos, sino por haber pateado el actual orden mundial. Con todas sus imperfecciones, desde 1945 no se volvió a presentar una nueva una guerra mundial. Se dieron conflictos al calor de la Guerra Fría, pero se creó un orden multipolar donde las potencias convivieron bajo el paraguas de la ONU y las normas del derecho internacional. Ahora, tras la invasión a Ucrania, Putin puede estar inaugurando una nueva etapa de multipolarismo, donde prima la ley de la selva y el más fuerte impondrá su voluntad.
Las sanciones impuestas por Estados Unidos y la Unión Europea contra el presidente ruso, su entorno de gobierno, así como contra bancos y oligarcas, es un paso muy importante mas no suficiente. Estas tienen un impacto real, pero la mayoría de sus efectos prácticos serán a mediano y largo plazo. De momento, la decisión de excluir a Rusia del sistema bancario SWIFT sí va a tener efectos a corto plazo, pues implica dejar por fuera al país de un importante instrumento financiero mediante el cual se mueven las transacciones bancarias.
De momento, Zelenski acierta al aceptar una negociación con Rusia. Su determinación de defender el país a toda costa, incluso negándose a abandonar Ucrania ante el ofrecimiento occidental de garantizar su salida, debe tener una mayor contraprestación en la ayuda que se le pueda brindar. Dado que no habrá involucramiento militar de Occidente, como se anunció desde el primer momento, sí es necesario el suministro inmediato de todo tipo de material bélico que tanto necesita. También es esencial que se le dé todo el apoyo financiero y de asistencia humanitaria que requiere como país agredido. Los países vecinos, que ya los están recibiendo, deberán continuar acogiendo a los miles de refugiados que abandonan el país ante los horrores de la guerra.
El viernes anterior, en una reunión del Consejo de Seguridad de la ONU, Rusia se quedó sola y logró vetar una resolución de condena en su contra. China, país que se consideraba su aliado, se abstuvo. Es de esperar que el aislamiento contra Vladimir Putin tenga cada vez mayor acogida internacional y su impacto afecte los intereses de quien ha demostrado su voluntad de avasallar los mínimos principios de civilidad.
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