Enfrentar la intransigencia
CUESTA CREER QUE EL DISCURSO utilizado por el presidente de Venezuela, Nicolás Maduro, para sustentar el cierre indefinido de frontera con Colombia y las deportaciones de cientos de colombianos —751 al cierre de estas páginas— sea sincero.
El Espectador
Ya lo dijimos en este espacio la semana pasada, cuando aún no había pasado lo peor: se trata de un indignante espectáculo de un régimen que ya no tiene cómo ocultar sus miedos.
Es ridículo que el gobierno de Maduro adopte una política migratoria que parece inspirada por Donald Trump, pero lo más grave es que se está llevando por delante los derechos de colombianos y venezolanos por igual, y el problema no parece tener salida pronta. ¿Qué pretende el presidente Maduro con su intransigente estado de emergencia? ¿A quién está amedrentando políticamente? El fantasma de las elecciones parlamentarias, que crece cada día más, lo tiene claramente nervioso. Ojalá no esté considerando suspenderlas sustentado en la “temible” amenaza colombiana. ¿Alguien, de verdad, le da credibilidad?
Es un alivio, entonces, que el gobierno de Juan Manuel Santos haya adoptado una posición diplomática. Es cierto lo que dijo el presidente en un comunicado: “El camino del diálogo y la diplomacia es el más responsable para aliviar la situación de nuestros compatriotas”. Celebramos el rápido actuar de las autoridades con las personas deportadas: la asistencia del Estado es esencial para asegurar que esta tragedia no sea peor. Es fundamental, también, que el Gobierno exija con firmeza detalles sobre los tratos que recibieron en territorio venezolano. Su presencia ilegal no justifica los abusos que han denunciado varias personas.
El problema no es sencillo. El gobierno colombiano sabe que se enfrenta a una crisis ficticia, que responde más a los intereses internos de Venezuela que a Colombia. ¿Cómo lidiar con la intransigencia, con el discurso deshonesto? Con cautela y firmeza, porque hay mucho en juego.
Son irresponsables las voces belicistas que buscan aprovechar esta coyuntura para criticar al Gobierno. Además, también tienen memoria corta: parece que no recuerdan que hace años, durante el gobierno de Hugo Chávez, hubo una crisis similar a la que se respondió con confrontación y que causó el rompimiento de las relaciones comerciales con el país vecino. Pese a los paños de agua tibia del gobierno colombiano en aquel entonces, nunca se desarrolló un plan de viabilidad económica para la zona de frontera, y desde entonces ha estado sumida en una crisis económica sin precedentes. Aceptar el duelo con Maduro, además de ayudarle a seguir abusando de la democracia venezolana, es seguir perjudicando a una zona ya muy deprimida.
Eso sí, nos repetimos, es hora de que pensemos con seriedad cómo vamos a sacar a la frontera de la pobreza, con o sin Venezuela como socio. No puede pasar esta coyuntura sin que el Gobierno se dé cuenta de que Cúcuta y sus alrededores son caldo de cultivo de actividades ilegales por culpa de la falta de oportunidades laborales. La frontera viene pidiendo ayuda a gritos desde hace tiempo. Ya es hora de escucharla.
Que al menos eso podamos sacar de la intransigencia del presidente vecino.
¿Está en desacuerdo con este editorial? Envíe su antieditorial de 500 palabras a yosoyespectador@gmail.com.
Ya lo dijimos en este espacio la semana pasada, cuando aún no había pasado lo peor: se trata de un indignante espectáculo de un régimen que ya no tiene cómo ocultar sus miedos.
Es ridículo que el gobierno de Maduro adopte una política migratoria que parece inspirada por Donald Trump, pero lo más grave es que se está llevando por delante los derechos de colombianos y venezolanos por igual, y el problema no parece tener salida pronta. ¿Qué pretende el presidente Maduro con su intransigente estado de emergencia? ¿A quién está amedrentando políticamente? El fantasma de las elecciones parlamentarias, que crece cada día más, lo tiene claramente nervioso. Ojalá no esté considerando suspenderlas sustentado en la “temible” amenaza colombiana. ¿Alguien, de verdad, le da credibilidad?
Es un alivio, entonces, que el gobierno de Juan Manuel Santos haya adoptado una posición diplomática. Es cierto lo que dijo el presidente en un comunicado: “El camino del diálogo y la diplomacia es el más responsable para aliviar la situación de nuestros compatriotas”. Celebramos el rápido actuar de las autoridades con las personas deportadas: la asistencia del Estado es esencial para asegurar que esta tragedia no sea peor. Es fundamental, también, que el Gobierno exija con firmeza detalles sobre los tratos que recibieron en territorio venezolano. Su presencia ilegal no justifica los abusos que han denunciado varias personas.
El problema no es sencillo. El gobierno colombiano sabe que se enfrenta a una crisis ficticia, que responde más a los intereses internos de Venezuela que a Colombia. ¿Cómo lidiar con la intransigencia, con el discurso deshonesto? Con cautela y firmeza, porque hay mucho en juego.
Son irresponsables las voces belicistas que buscan aprovechar esta coyuntura para criticar al Gobierno. Además, también tienen memoria corta: parece que no recuerdan que hace años, durante el gobierno de Hugo Chávez, hubo una crisis similar a la que se respondió con confrontación y que causó el rompimiento de las relaciones comerciales con el país vecino. Pese a los paños de agua tibia del gobierno colombiano en aquel entonces, nunca se desarrolló un plan de viabilidad económica para la zona de frontera, y desde entonces ha estado sumida en una crisis económica sin precedentes. Aceptar el duelo con Maduro, además de ayudarle a seguir abusando de la democracia venezolana, es seguir perjudicando a una zona ya muy deprimida.
Eso sí, nos repetimos, es hora de que pensemos con seriedad cómo vamos a sacar a la frontera de la pobreza, con o sin Venezuela como socio. No puede pasar esta coyuntura sin que el Gobierno se dé cuenta de que Cúcuta y sus alrededores son caldo de cultivo de actividades ilegales por culpa de la falta de oportunidades laborales. La frontera viene pidiendo ayuda a gritos desde hace tiempo. Ya es hora de escucharla.
Que al menos eso podamos sacar de la intransigencia del presidente vecino.
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