Si el fracaso de la ley de financiamiento en el Congreso era una oportunidad de reflexión para la Casa de Nariño, el presidente Gustavo Petro decidió desaprovecharla. Su reacción hostil muestra que lo que se avecina, más allá del diálogo, es una confrontación estigmatizante con sus opositores. “Maldito el parlamentario que, a través de las leyes, destruye la prosperidad de su propio pueblo”, dijo en un discurso en Barranquilla. Esto se suma a otros discursos que sugieren una conspiración en su contra. Si bien las comisiones económicas que hundieron el proyecto mostraron poco interés en discutir de fondo la propuesta del Gobierno, la administración también debería hacer un mea culpa sobre la manera en que se aproximó al debate.
Nuevamente el ministro del Interior, Juan Fernando Cristo, es la voz razonable en medio de los gritos. Al hacer un balance de la legislatura, mostró cómo varias reformas del Gobierno sí andan bien en las plenarias de Cámara y Senado, mientras que pidió no leer el fracaso de la ley de financiamiento como un bloqueo en la Rama Legislativa. Estamos de acuerdo. A pesar de la hostilidad del presidente Petro, la realidad es que subir impuestos en medio de un año difícil para los colombianos, a menos de dos años de una reforma tributaria aprobada que ya fue muy ambiciosa, era muy complicado. También inconveniente.
Lo que no puede olvidarse en esta discusión es que la desfinanciación del Gobierno se debe a sus propios malos manejos. Falló la DIAN en su recaudo, fallaron los expertos de la administración en sus proyecciones y falló el reajuste del presupuesto cuando todo se advirtió. La actitud del Ministerio de Hacienda y del presidente fue señalar que era imperativa la ley de financiamiento, cuando hubo poco espacio para el diálogo y para comprender las preocupaciones de los congresistas. Cuando se cree que todo es conspiración, se pierde la importancia de conversar con los diferentes. Una pregunta para la Casa de Nariño: ¿por qué otros proyectos, como el Sistema General de Participaciones, sí fueron aprobados sin contratiempos? Tal vez están buscando la fiebre en las sábanas.
Ahora, el problema es que parece que la actitud presidencial es una de retribución. En el ajuste del presupuesto tendrá que haber recortes. Por supuesto que se priorizarán los proyectos de la agenda del Gobierno, pero no puede olvidarse que el presidente lo es de todos los colombianos y todos los territorios. En medio de los recortes, hay que poner el país primero, no la venganza.
Dicho lo anterior, el Congreso también necesita reflexionar. Que no se haya discutido la ley de financiamiento reformada con la llegada del nuevo ministro de Hacienda muestra poca disposición al diálogo. Atrincherarse no es la respuesta y es caer en un juego con pocos beneficios para los colombianos. La responsabilidad sobre la macroeconomía también recae sobre la Rama Legislativa y no basta con rechazar lo propuesto por el Gobierno. Para que 2025 no lleve a más estancamiento, es necesario ceder y tender puentes. Las voces moderadas en la Casa de Nariño han abierto oportunidades para construir en conjunto y es necesario tomarles la palabra. De lo contrario, llegaremos a un año electoral caracterizado por los gritos y señalamientos irresponsables.
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Si el fracaso de la ley de financiamiento en el Congreso era una oportunidad de reflexión para la Casa de Nariño, el presidente Gustavo Petro decidió desaprovecharla. Su reacción hostil muestra que lo que se avecina, más allá del diálogo, es una confrontación estigmatizante con sus opositores. “Maldito el parlamentario que, a través de las leyes, destruye la prosperidad de su propio pueblo”, dijo en un discurso en Barranquilla. Esto se suma a otros discursos que sugieren una conspiración en su contra. Si bien las comisiones económicas que hundieron el proyecto mostraron poco interés en discutir de fondo la propuesta del Gobierno, la administración también debería hacer un mea culpa sobre la manera en que se aproximó al debate.
Nuevamente el ministro del Interior, Juan Fernando Cristo, es la voz razonable en medio de los gritos. Al hacer un balance de la legislatura, mostró cómo varias reformas del Gobierno sí andan bien en las plenarias de Cámara y Senado, mientras que pidió no leer el fracaso de la ley de financiamiento como un bloqueo en la Rama Legislativa. Estamos de acuerdo. A pesar de la hostilidad del presidente Petro, la realidad es que subir impuestos en medio de un año difícil para los colombianos, a menos de dos años de una reforma tributaria aprobada que ya fue muy ambiciosa, era muy complicado. También inconveniente.
Lo que no puede olvidarse en esta discusión es que la desfinanciación del Gobierno se debe a sus propios malos manejos. Falló la DIAN en su recaudo, fallaron los expertos de la administración en sus proyecciones y falló el reajuste del presupuesto cuando todo se advirtió. La actitud del Ministerio de Hacienda y del presidente fue señalar que era imperativa la ley de financiamiento, cuando hubo poco espacio para el diálogo y para comprender las preocupaciones de los congresistas. Cuando se cree que todo es conspiración, se pierde la importancia de conversar con los diferentes. Una pregunta para la Casa de Nariño: ¿por qué otros proyectos, como el Sistema General de Participaciones, sí fueron aprobados sin contratiempos? Tal vez están buscando la fiebre en las sábanas.
Ahora, el problema es que parece que la actitud presidencial es una de retribución. En el ajuste del presupuesto tendrá que haber recortes. Por supuesto que se priorizarán los proyectos de la agenda del Gobierno, pero no puede olvidarse que el presidente lo es de todos los colombianos y todos los territorios. En medio de los recortes, hay que poner el país primero, no la venganza.
Dicho lo anterior, el Congreso también necesita reflexionar. Que no se haya discutido la ley de financiamiento reformada con la llegada del nuevo ministro de Hacienda muestra poca disposición al diálogo. Atrincherarse no es la respuesta y es caer en un juego con pocos beneficios para los colombianos. La responsabilidad sobre la macroeconomía también recae sobre la Rama Legislativa y no basta con rechazar lo propuesto por el Gobierno. Para que 2025 no lleve a más estancamiento, es necesario ceder y tender puentes. Las voces moderadas en la Casa de Nariño han abierto oportunidades para construir en conjunto y es necesario tomarles la palabra. De lo contrario, llegaremos a un año electoral caracterizado por los gritos y señalamientos irresponsables.
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