Es hora de legalizar la marihuana con fines recreativos
Si el Congreso recién posesionado quiere hacer historia, lo puede hacer fácilmente, con mayorías fuertes y sin siquiera entrar a discutir aún los temas más polémicos, como la reforma tributaria que presentará el gobierno de Gustavo Petro. Es momento, sin darle largas al asunto, de legalizar la marihuana con fines recreacionales, crear una regulación clara, amplia y moderna para su comercialización en todo el país, y de una vez por todas dar un golpe a la desigualdad que hay en los territorios colombianos azotados por la injusta, violenta y cruel prohibición.
Sobre las drogas hay muchos debates y rencillas. No queremos entrar en los temas más álgidos en este momento, como el qué hacer con la hoja de coca y la cocaína. Pero Colombia está tarde en subirse al bus mundial de la legalización de la marihuana con fines recreacionales. El gobierno saliente de Iván Duque fue ambivalente con el tema, creando un sistema de marihuana medicinal que excluyó a los pequeños productores y convirtió el negocio en un espacio exclusivo de grandes capitales. El pasado Congreso dio un lamentable debate sobre la marihuana recreativa en el que escuchamos mentiras, apologías al pánico moral y un conservatismo que parecía sacado de los años 50 del siglo pasado. El resultado es claro: mientras en el mundo la legalización trae emprendimientos saludables e impuestos necesarios, Colombia sigue con las taras prejuiciosas de una guerra contra las drogas que ni siquiera se comparten en Estados Unidos.
Esta es la realidad: 18 de los 50 estados de Estados Unidos permiten el uso adulto y responsable de la marihuana. Canadá hace lo propio. Alemania va para allá. No se trata de un experimento. Son casos de éxito. Sabemos que el consumo no aumenta en forma desmedida, que podemos mantener la marihuana lejos de los menores de edad, que las personas prefieren pagar precios más altos por un producto de calidad y sin estar bañado en sangre, que las ciudades se nutren de impuestos que luego utilizan para mejorar sus servicios de salud y las campañas de información sobre el tema. Conocemos también que, en cuanto a efectos, el alcohol produce peores consecuencias que el consumo de marihuana. Aun así, uno es legal y celebrado en espacios sociales, el otro es perseguido.
Más importante que todas esas consideraciones, en Colombia el tema se viste de tragedia. En Toribío, Caloto, Corinto y Miranda, la principal fuente de enfrentamientos entre jóvenes y la fuerza pública son los cultivos de marihuana. La prohibición no ha servido: el reportaje “El pesebre de marihuana que crece en el norte del Cauca”, de El Espectador, muestra cómo los pueblos están acostumbrados a convivir con los cultivos. Los testimonios son dolorosos: pobreza, hostigamiento de grupos armados al margen de la ley y olvido estatal. Todo, porque son poblaciones vistas de reojo, con el prejuicio de ser cultivadoras. No debería ser así. Una de las fuentes de la zona, consultada por El Espectador, lo explica: “Si cultivamos marihuana lo hacemos es para subsistir, únicamente. Los que se lucran son los grandes narcotraficantes que la sacan a Chile, Brasil y a otros destinos”.
Entonces ya es hora de abandonar los prejuicios. No perdamos cuatro años más. Legalizar la marihuana con fines recreativos es un acto de justicia social, de presencia del Estado, de acompañamiento a las zonas más vulnerables, de reconocimiento de la cultura mundial y de dejar de insistir en soluciones inútiles que solo producen más dolor. Para mañana es tarde, congresistas.
¿Está en desacuerdo con este editorial? Envíe su antieditorial de 500 palabras a elespectadoropinion@gmail.com.
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Si el Congreso recién posesionado quiere hacer historia, lo puede hacer fácilmente, con mayorías fuertes y sin siquiera entrar a discutir aún los temas más polémicos, como la reforma tributaria que presentará el gobierno de Gustavo Petro. Es momento, sin darle largas al asunto, de legalizar la marihuana con fines recreacionales, crear una regulación clara, amplia y moderna para su comercialización en todo el país, y de una vez por todas dar un golpe a la desigualdad que hay en los territorios colombianos azotados por la injusta, violenta y cruel prohibición.
Sobre las drogas hay muchos debates y rencillas. No queremos entrar en los temas más álgidos en este momento, como el qué hacer con la hoja de coca y la cocaína. Pero Colombia está tarde en subirse al bus mundial de la legalización de la marihuana con fines recreacionales. El gobierno saliente de Iván Duque fue ambivalente con el tema, creando un sistema de marihuana medicinal que excluyó a los pequeños productores y convirtió el negocio en un espacio exclusivo de grandes capitales. El pasado Congreso dio un lamentable debate sobre la marihuana recreativa en el que escuchamos mentiras, apologías al pánico moral y un conservatismo que parecía sacado de los años 50 del siglo pasado. El resultado es claro: mientras en el mundo la legalización trae emprendimientos saludables e impuestos necesarios, Colombia sigue con las taras prejuiciosas de una guerra contra las drogas que ni siquiera se comparten en Estados Unidos.
Esta es la realidad: 18 de los 50 estados de Estados Unidos permiten el uso adulto y responsable de la marihuana. Canadá hace lo propio. Alemania va para allá. No se trata de un experimento. Son casos de éxito. Sabemos que el consumo no aumenta en forma desmedida, que podemos mantener la marihuana lejos de los menores de edad, que las personas prefieren pagar precios más altos por un producto de calidad y sin estar bañado en sangre, que las ciudades se nutren de impuestos que luego utilizan para mejorar sus servicios de salud y las campañas de información sobre el tema. Conocemos también que, en cuanto a efectos, el alcohol produce peores consecuencias que el consumo de marihuana. Aun así, uno es legal y celebrado en espacios sociales, el otro es perseguido.
Más importante que todas esas consideraciones, en Colombia el tema se viste de tragedia. En Toribío, Caloto, Corinto y Miranda, la principal fuente de enfrentamientos entre jóvenes y la fuerza pública son los cultivos de marihuana. La prohibición no ha servido: el reportaje “El pesebre de marihuana que crece en el norte del Cauca”, de El Espectador, muestra cómo los pueblos están acostumbrados a convivir con los cultivos. Los testimonios son dolorosos: pobreza, hostigamiento de grupos armados al margen de la ley y olvido estatal. Todo, porque son poblaciones vistas de reojo, con el prejuicio de ser cultivadoras. No debería ser así. Una de las fuentes de la zona, consultada por El Espectador, lo explica: “Si cultivamos marihuana lo hacemos es para subsistir, únicamente. Los que se lucran son los grandes narcotraficantes que la sacan a Chile, Brasil y a otros destinos”.
Entonces ya es hora de abandonar los prejuicios. No perdamos cuatro años más. Legalizar la marihuana con fines recreativos es un acto de justicia social, de presencia del Estado, de acompañamiento a las zonas más vulnerables, de reconocimiento de la cultura mundial y de dejar de insistir en soluciones inútiles que solo producen más dolor. Para mañana es tarde, congresistas.
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