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La propuesta de Asamblea Constituyente en Colombia es el comodín de los políticos que son incapaces de construir mayorías en el Congreso para aprobar sus propuestas. En ese sentido, la idea del presidente de la República, Gustavo Petro, no es nueva. Solo en los últimos años hemos tenido una propuesta de Asamblea cuando la Corte Suprema de Justicia dictó medida de aseguramiento contra el expresidente Álvaro Uribe (en 2020) y otra cuando ganó el “No” en el plebiscito por la paz (en 2016). Solo en la última década hemos tenido propuestas de asambleas constituyentes para reformar la justicia, reformar el régimen electoral, reformar los mecanismos anticorrupción y reformar los espacios de participación política. El problema, hoy como ayer, es que se busca una solución radical a un problema coyuntural y, en el proceso, se niega que la Constitución de 1991 fue un avance inusitado que no solo mantiene vigencia, sino que contiene lo necesario para los cambios que necesita el país.
El discurso de la Asamblea Constituyente obnubila, porque apela a la idea del soberano primario: ¿quién se puede oponer a la idea de pedirle al pueblo que decida cómo organizar la sociedad? ¿Qué más democracia, dicen quienes defienden la idea, que salir a las urnas y reinventarnos las reglas de nuestro Estado? Al mismo tipo de argumento le hizo eco el presidente Petro la semana pasada. En Cali, aprovechándose de los símbolos del estallido social de 2021, dijo que “ya no es momento de un acuerdo nacional como propuse”. En otro momento lanzó su propuesta: “Si la posibilidad de un gobierno elegido popularmente es que no puede aplicar la Constitución, porque lo rodean para no aplicarlo, entonces Colombia tiene que ir a una Asamblea Nacional Constituyente”. Lo dicho: es momento de convocar al pueblo.
Hay varias fallas en la lógica del presidente, pero nos concentramos en una. ¿Por qué los congresistas elegidos en las urnas, y que se han opuesto a las reformas, no son también representación del “pueblo”? ¿Todos los que no estén de acuerdo con las propuestas del Gobierno son, entonces, enemigos de la voluntad popular? Así no funciona la democracia deliberativa. Lo que oculta la propuesta de la Constituyente es que la Casa de Nariño está frustrada por no poder navegar con las reglas de la democracia ni convencer el suficiente apoyo para aprobar sus proyectos. Esto, por cierto, nos regresa al denominador común en todas las ideas de constituyente en la última década del país: como no se pudo en el Congreso, es mejor cambiarlo todo.
Lo dijimos en el pasado con cada propuesta de constituyente y nos vemos en la obligación de repetirnos. Una nueva Constitución debe surgir de un gran acuerdo nacional (ese para el que ya no es momento, según el mismo presidente) y es un proceso que abre muchos riesgos. Las herramientas institucionales con las que contamos son suficientes para tramitar reformas profundas. No es momento de patear la mesa y cambiar todas las reglas de juego, sino de gobernar y buscar construir consensos. Con la idea de una Asamblea, el Gobierno Petro vuelve a estar en modo campaña, sumergiendo a Colombia en otra polémica innecesaria.
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