Estigmatizar desde el poder a quien vigila no es democrático
Con qué facilidad el alcalde de Medellín, Daniel Quintero, utiliza la misma retórica de dictadores y antiderechos en todo el mundo. Él y su equipo de gobierno han mostrado un desdén preocupante por la prensa libre y, peor aún, por lo que la Constitución y las normas esperan de un funcionario público. Que el burgomaestre y sus aliados tengan opiniones negativas sobre un medio de comunicación particular se encuentra, por supuesto, dentro de sus derechos individuales, pero lo que parecen olvidar es que una vez entran a la nómina oficial y son elegidos para puestos tan importantes, donde se convierten en garantes de la democracia, de las instituciones y de los derechos fundamentales, no pueden utilizar sus declaraciones como si fuesen bravucones de barrio para estigmatizar a quienes los investigan y cuestionan. El alcalde y compañía saben obtener muchos “me gusta” en redes sociales, pero en el proceso van destruyendo a quienes los incomodan. Lo dicho: táctica de autoritarios.
Al alcalde Quintero y sus funcionarios más cercanos los trasnocha el trabajo del periódico El Colombiano. Ya hace unos meses, Quintero había insinuado que las investigaciones de nuestros colegas eran tan incisivas con él porque le había retirado la pauta oficial al diario, lo cual muestra de paso una pobre y despreciable concepción del propósito que tiene la inversión oficial en publicidad. Ahora, esta semana, el secretario de Gobierno de Medellín, Esteban Restrepo, hizo una encuesta en su cuenta de Twitter preguntando si El Colombiano es “un diario serio” o “un pasquín”. Curiosamente, esta misma semana, El Colombiano publicó un informe sobre cómo la contratación de funcionarios por parte de la Alcaldía sigue patrones amiguistas y preocupantes en términos de transparencia. Lo más transparente en la administración Quintero parece ser su desdén por quienes los vigilan.
Cuando la Fundación para la Libertad de Prensa (FLIP) le exigió a la Alcaldía retractarse, el alcalde Quintero respondió con una de sus ya conocidas bravuconadas: “Respetamos la prensa libre e incluso la que se ha vendido”, contestó el alcalde. Una de dos opciones ante esa frase: o el mandatario de los medellinenses piensa que su público es tonto, o espera que todos le sigan la cuerda a su actitud solapada. Estigmatizar a la prensa no es respeto. Pretender dar clases de periodismo desde una posición de poder no es democrático. ¿Se sentirá tan orgulloso el alcalde por el impacto que tiene en redes sociales que se le olvida la dignidad de su cargo?
Lo que parece quedar en evidencia es que Quintero y compañía sueñan con el autoritarismo. Cuando la respuesta a la vigilancia y al periodismo es estigmatizar, destruir al “oponente” y utilizar su popularidad para aplastar el disenso, el mensaje que se envía es que desde la Alcaldía quieren un culto a la personalidad. Además de ser una táctica falaz que les evita atender las críticas de fondo, es una manera de caudillismo que polariza más a la ciudadanía y ataca a las instituciones.
El comportamiento que se les exige a los funcionarios electos es mucho más riguroso que al resto de figuras públicas. No es para menos: sobre ellos recae proteger la democracia, representar a todos los ciudadanos y ayudar a construir la frágil estabilidad de las instituciones. Cuando se usa la posición privilegiada para definir qué es periodismo y qué no, qué discursos se permiten y cuáles no, quiénes están autorizados para hablar y quiénes deberían callarse, se desdibujan las promesas constitucionales. ¿Por qué el alcalde Quintero y compañía quieren que Medellín esté dirigida por matoneadores dignos del patio del colegio?
¿Está en desacuerdo con este editorial? Envíe su antieditorial de 500 palabras a elespectadoropinion@gmail.com.
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Con qué facilidad el alcalde de Medellín, Daniel Quintero, utiliza la misma retórica de dictadores y antiderechos en todo el mundo. Él y su equipo de gobierno han mostrado un desdén preocupante por la prensa libre y, peor aún, por lo que la Constitución y las normas esperan de un funcionario público. Que el burgomaestre y sus aliados tengan opiniones negativas sobre un medio de comunicación particular se encuentra, por supuesto, dentro de sus derechos individuales, pero lo que parecen olvidar es que una vez entran a la nómina oficial y son elegidos para puestos tan importantes, donde se convierten en garantes de la democracia, de las instituciones y de los derechos fundamentales, no pueden utilizar sus declaraciones como si fuesen bravucones de barrio para estigmatizar a quienes los investigan y cuestionan. El alcalde y compañía saben obtener muchos “me gusta” en redes sociales, pero en el proceso van destruyendo a quienes los incomodan. Lo dicho: táctica de autoritarios.
Al alcalde Quintero y sus funcionarios más cercanos los trasnocha el trabajo del periódico El Colombiano. Ya hace unos meses, Quintero había insinuado que las investigaciones de nuestros colegas eran tan incisivas con él porque le había retirado la pauta oficial al diario, lo cual muestra de paso una pobre y despreciable concepción del propósito que tiene la inversión oficial en publicidad. Ahora, esta semana, el secretario de Gobierno de Medellín, Esteban Restrepo, hizo una encuesta en su cuenta de Twitter preguntando si El Colombiano es “un diario serio” o “un pasquín”. Curiosamente, esta misma semana, El Colombiano publicó un informe sobre cómo la contratación de funcionarios por parte de la Alcaldía sigue patrones amiguistas y preocupantes en términos de transparencia. Lo más transparente en la administración Quintero parece ser su desdén por quienes los vigilan.
Cuando la Fundación para la Libertad de Prensa (FLIP) le exigió a la Alcaldía retractarse, el alcalde Quintero respondió con una de sus ya conocidas bravuconadas: “Respetamos la prensa libre e incluso la que se ha vendido”, contestó el alcalde. Una de dos opciones ante esa frase: o el mandatario de los medellinenses piensa que su público es tonto, o espera que todos le sigan la cuerda a su actitud solapada. Estigmatizar a la prensa no es respeto. Pretender dar clases de periodismo desde una posición de poder no es democrático. ¿Se sentirá tan orgulloso el alcalde por el impacto que tiene en redes sociales que se le olvida la dignidad de su cargo?
Lo que parece quedar en evidencia es que Quintero y compañía sueñan con el autoritarismo. Cuando la respuesta a la vigilancia y al periodismo es estigmatizar, destruir al “oponente” y utilizar su popularidad para aplastar el disenso, el mensaje que se envía es que desde la Alcaldía quieren un culto a la personalidad. Además de ser una táctica falaz que les evita atender las críticas de fondo, es una manera de caudillismo que polariza más a la ciudadanía y ataca a las instituciones.
El comportamiento que se les exige a los funcionarios electos es mucho más riguroso que al resto de figuras públicas. No es para menos: sobre ellos recae proteger la democracia, representar a todos los ciudadanos y ayudar a construir la frágil estabilidad de las instituciones. Cuando se usa la posición privilegiada para definir qué es periodismo y qué no, qué discursos se permiten y cuáles no, quiénes están autorizados para hablar y quiénes deberían callarse, se desdibujan las promesas constitucionales. ¿Por qué el alcalde Quintero y compañía quieren que Medellín esté dirigida por matoneadores dignos del patio del colegio?
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