Facebook, ¿el nuevo guardián de la “verdad”?
El Espectador
La influencia rusa en las elecciones presidenciales de Estados Unidos, innegable, ha desencadenado consecuencias que se están sintiendo en el resto del mundo. Una revelación reciente sobre el uso de Facebook como difusor de noticias falsas, y las medidas que la compañía está emprendiendo para contrarrestar esas tácticas, debe crear justificada angustia sobre los retos de la libertad de expresión en las redes sociales.
El miércoles, en el marco de las investigaciones del Congreso sobre la intervención del gobierno de Vladimir Putin en las elecciones presidenciales de Estados Unidos, Facebook publicó una información preocupante pero predecible. En un comunicado difundido por la compañía contó que encontraron por lo menos US$100.000 provenientes de cuentas asociadas al Kremlin. Ese dinero se empleó para promover noticias falsas y artículos sobre temas directamente relacionados con la campaña por la Casa Blanca.
Que la administración de Putin intervino en la campaña de Estados Unidos con la intención de debilitar a Hillary Clinton hace tiempo está claro. Es una táctica que, además, ha intentado repetir, con distintos niveles de éxito, a lo largo de Europa. No obstante, lo más llamativo de la información de Facebook es que ayuda a entender mejor el modus operandi. Los anuncios promovían artículos con mensajes polarizantes sobre temas sociales en tensión, como los derechos LGBT, disputas raciales y control de armas. Esos asuntos, por cierto, estuvieron en el centro de los debates que llevaron a Donald Trump a la Casa Blanca.
Ahora que Colombia empieza su carrera electoral hacia el 2018, no sobra estar pendiente de este tipo de estrategias. Con tantos políticos criollos que han declarado su admiración por las tácticas trumpianas, es de esperar que aparezcan artículos explotando los prejuicios de los colombianos.
Pero, más allá de los retos políticos que vienen con el auge de la posverdad digital, hay otra situación que merece la atención del debate público: el rol de Facebook (y compañías similares) en todo esto.
Después de la presión que recibió por haber permitido la difusión de noticias falsas, Facebook viene anunciando cambios en sus algoritmos para enfrentar estos hechos. Hace poco anunciaron que los títulos conocidos como clickbait, por ejemplo, serán penalizados, ocultando las publicaciones y evitando que se viralicen.
Esto ha sido celebrado por varios sectores de la sociedad que pedían más acción por parte de la empresa. Adam Schiff, congresista estadounidense, le dijo al New York Times que “claramente Facebook no quiere convertirse en el árbitro de lo que es verdad y lo que no, pero sí tienen una responsabilidad civil de hacer lo posible por informarles a sus usuarios cuando puedan estar siendo manipulados por un agente externo”.
Aunque desde estas páginas hemos estado de acuerdo con una posición similar, nos preocupa que, en la práctica, confiar en algoritmos y sistemas de filtros pueda degenerar en una forma de censura. En últimas, al tomar partido Facebook, está decidiendo qué debe estar en el debate público y qué no. Eso tiene sus ventajas frente a las noticias falsas, por ejemplo, pero también sus desventajas, pues el rasero empleado no es lo suficientemente sofisticado como para responder a las preguntas más complejas de la libertad de expresión.
No hay respuestas sencillas, pero es preocupante que estas decisiones ocurran lejos de la atención de los ciudadanos. Si bien Facebook es una empresa privada, su responsabilidad social es fundamental. No puede entenderse la libertad de expresión sin los debates que se dan dentro de las redes sociales. No vaya a ser que por enfrentar un problema estemos creando otro mucho más grande.
¿Está en desacuerdo con este editorial? Envíe su antieditorial de 500 palabras a yosoyespectador@gmail.com.
La influencia rusa en las elecciones presidenciales de Estados Unidos, innegable, ha desencadenado consecuencias que se están sintiendo en el resto del mundo. Una revelación reciente sobre el uso de Facebook como difusor de noticias falsas, y las medidas que la compañía está emprendiendo para contrarrestar esas tácticas, debe crear justificada angustia sobre los retos de la libertad de expresión en las redes sociales.
El miércoles, en el marco de las investigaciones del Congreso sobre la intervención del gobierno de Vladimir Putin en las elecciones presidenciales de Estados Unidos, Facebook publicó una información preocupante pero predecible. En un comunicado difundido por la compañía contó que encontraron por lo menos US$100.000 provenientes de cuentas asociadas al Kremlin. Ese dinero se empleó para promover noticias falsas y artículos sobre temas directamente relacionados con la campaña por la Casa Blanca.
Que la administración de Putin intervino en la campaña de Estados Unidos con la intención de debilitar a Hillary Clinton hace tiempo está claro. Es una táctica que, además, ha intentado repetir, con distintos niveles de éxito, a lo largo de Europa. No obstante, lo más llamativo de la información de Facebook es que ayuda a entender mejor el modus operandi. Los anuncios promovían artículos con mensajes polarizantes sobre temas sociales en tensión, como los derechos LGBT, disputas raciales y control de armas. Esos asuntos, por cierto, estuvieron en el centro de los debates que llevaron a Donald Trump a la Casa Blanca.
Ahora que Colombia empieza su carrera electoral hacia el 2018, no sobra estar pendiente de este tipo de estrategias. Con tantos políticos criollos que han declarado su admiración por las tácticas trumpianas, es de esperar que aparezcan artículos explotando los prejuicios de los colombianos.
Pero, más allá de los retos políticos que vienen con el auge de la posverdad digital, hay otra situación que merece la atención del debate público: el rol de Facebook (y compañías similares) en todo esto.
Después de la presión que recibió por haber permitido la difusión de noticias falsas, Facebook viene anunciando cambios en sus algoritmos para enfrentar estos hechos. Hace poco anunciaron que los títulos conocidos como clickbait, por ejemplo, serán penalizados, ocultando las publicaciones y evitando que se viralicen.
Esto ha sido celebrado por varios sectores de la sociedad que pedían más acción por parte de la empresa. Adam Schiff, congresista estadounidense, le dijo al New York Times que “claramente Facebook no quiere convertirse en el árbitro de lo que es verdad y lo que no, pero sí tienen una responsabilidad civil de hacer lo posible por informarles a sus usuarios cuando puedan estar siendo manipulados por un agente externo”.
Aunque desde estas páginas hemos estado de acuerdo con una posición similar, nos preocupa que, en la práctica, confiar en algoritmos y sistemas de filtros pueda degenerar en una forma de censura. En últimas, al tomar partido Facebook, está decidiendo qué debe estar en el debate público y qué no. Eso tiene sus ventajas frente a las noticias falsas, por ejemplo, pero también sus desventajas, pues el rasero empleado no es lo suficientemente sofisticado como para responder a las preguntas más complejas de la libertad de expresión.
No hay respuestas sencillas, pero es preocupante que estas decisiones ocurran lejos de la atención de los ciudadanos. Si bien Facebook es una empresa privada, su responsabilidad social es fundamental. No puede entenderse la libertad de expresión sin los debates que se dan dentro de las redes sociales. No vaya a ser que por enfrentar un problema estemos creando otro mucho más grande.
¿Está en desacuerdo con este editorial? Envíe su antieditorial de 500 palabras a yosoyespectador@gmail.com.