Desde el Congreso de Estados Unidos hasta todos los comunicados que expide en los países donde tiene presencia, a Facebook le gusta presentarse a sí misma como una empresa que lo que hace es permitir conexiones entre personas. Su rol ante los más de 2.000 millones de usuarios que tiene en el planeta es el de un simple intermediario. Son ellos, los usuarios, quienes deciden qué tipo de contenido compartir y consumir. ¿Que se utilizó su estrategia para fomentar un genocidio en Myanmar? No podía evitarse, parecen decir. ¿Que las elecciones en Estados Unidos fueron manipuladas a punta de noticias falsas difundidas en su red social? Mark Zuckerberg está preocupado, pero atado de manos. ¿Que los medios de comunicación se están quebrando gracias al algoritmo caprichoso de Facebook y su monopolio sobre la publicidad digital? Así es la disrupción de la tecnología... ¡Pero ahí están las subvenciones del Facebook Journalism Project!
Esa actitud es estratégica. Es muy mal negocio tomar responsabilidad sobre los peores instintos que las redes sociales activan en los usuarios. Como negocio, Facebook se enfrenta a una disyuntiva: necesita que las personas utilicen sus servicios la mayor cantidad del tiempo posible, y eso solo se consigue estimulándolos a cada momento. Por eso las noticias falsas y las teorías de la conspiración se mueven como pan caliente. Generan “enganche”.
Sin embargo, la realidad es que Facebook lleva años utilizando muchas estrategias para que las personas no puedan escapar a su poderío digital. A punta de incentivos atrajo a todos los medios de comunicación a sus plataformas. “Vengan”, nos dijo, “que aquí hay lectores, comunidades y clics”. Por supuesto, la estrategia, como en otros sectores, era convertir a Facebook en el espacio ineludible y luego alterar las reglas del juego. Ya hemos escrito lo suficiente sobre cómo los ajustes poco transparentes al algoritmo y las métricas infladas en video hicieron quebrar a emprendimientos periodísticos y a otro tipo de iniciativas. Pero ni modo de quejarse: Facebook es solo un intermediario.
Hemos insistido en que a Facebook hay que tratarla no como una empresa normal, sino como un supra-Estado con influencia global. En el mundo digital, los derechos de las personas pasan por los servicios de esa empresa. Desde cómo se informan hasta cómo construyen sus propios emprendimientos, todos están a merced del monopolio que ha construido la creación de Zuckerberg. Por eso es inaceptable el discurso de la mera intermediación.
Lo vimos recientemente en Australia. De un día para otro, irrespetando una norma del Parlamento australiano, Facebook dijo: como no hicieron lo que queríamos, ya no se van a publicar noticias en nuestra red social. Así no más. ¿Quién define qué es noticias? Ellos. ¿Quién puede apelar la decisión? Nadie. Si un Estado hubiese hecho lo mismo, la comunidad internacional lo hubiese denunciado como censura. Pero como es una empresa privada, no hay nada que hacer.
Es diciente además que la decisión de Facebook se tomó por no querer compartir parte de sus ganancias con los medios australianos. El lunes anunció que volvería a permitirlas, pero lo preocupante es que ya mostró su rostro autoritario. En el nuevo mundo que construimos el autoritarismo sigue vigente, pero ya no depende de los Estados nacionales. Valdría la pena encender las alarmas antes de que sea tarde.
¿Está en desacuerdo con este editorial? Envíe su antieditorial de 500 palabras a elespectadoropinion@gmail.com.
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Desde el Congreso de Estados Unidos hasta todos los comunicados que expide en los países donde tiene presencia, a Facebook le gusta presentarse a sí misma como una empresa que lo que hace es permitir conexiones entre personas. Su rol ante los más de 2.000 millones de usuarios que tiene en el planeta es el de un simple intermediario. Son ellos, los usuarios, quienes deciden qué tipo de contenido compartir y consumir. ¿Que se utilizó su estrategia para fomentar un genocidio en Myanmar? No podía evitarse, parecen decir. ¿Que las elecciones en Estados Unidos fueron manipuladas a punta de noticias falsas difundidas en su red social? Mark Zuckerberg está preocupado, pero atado de manos. ¿Que los medios de comunicación se están quebrando gracias al algoritmo caprichoso de Facebook y su monopolio sobre la publicidad digital? Así es la disrupción de la tecnología... ¡Pero ahí están las subvenciones del Facebook Journalism Project!
Esa actitud es estratégica. Es muy mal negocio tomar responsabilidad sobre los peores instintos que las redes sociales activan en los usuarios. Como negocio, Facebook se enfrenta a una disyuntiva: necesita que las personas utilicen sus servicios la mayor cantidad del tiempo posible, y eso solo se consigue estimulándolos a cada momento. Por eso las noticias falsas y las teorías de la conspiración se mueven como pan caliente. Generan “enganche”.
Sin embargo, la realidad es que Facebook lleva años utilizando muchas estrategias para que las personas no puedan escapar a su poderío digital. A punta de incentivos atrajo a todos los medios de comunicación a sus plataformas. “Vengan”, nos dijo, “que aquí hay lectores, comunidades y clics”. Por supuesto, la estrategia, como en otros sectores, era convertir a Facebook en el espacio ineludible y luego alterar las reglas del juego. Ya hemos escrito lo suficiente sobre cómo los ajustes poco transparentes al algoritmo y las métricas infladas en video hicieron quebrar a emprendimientos periodísticos y a otro tipo de iniciativas. Pero ni modo de quejarse: Facebook es solo un intermediario.
Hemos insistido en que a Facebook hay que tratarla no como una empresa normal, sino como un supra-Estado con influencia global. En el mundo digital, los derechos de las personas pasan por los servicios de esa empresa. Desde cómo se informan hasta cómo construyen sus propios emprendimientos, todos están a merced del monopolio que ha construido la creación de Zuckerberg. Por eso es inaceptable el discurso de la mera intermediación.
Lo vimos recientemente en Australia. De un día para otro, irrespetando una norma del Parlamento australiano, Facebook dijo: como no hicieron lo que queríamos, ya no se van a publicar noticias en nuestra red social. Así no más. ¿Quién define qué es noticias? Ellos. ¿Quién puede apelar la decisión? Nadie. Si un Estado hubiese hecho lo mismo, la comunidad internacional lo hubiese denunciado como censura. Pero como es una empresa privada, no hay nada que hacer.
Es diciente además que la decisión de Facebook se tomó por no querer compartir parte de sus ganancias con los medios australianos. El lunes anunció que volvería a permitirlas, pero lo preocupante es que ya mostró su rostro autoritario. En el nuevo mundo que construimos el autoritarismo sigue vigente, pero ya no depende de los Estados nacionales. Valdría la pena encender las alarmas antes de que sea tarde.
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