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La tortura que describió la artista estadounidense Britney Spears esta semana en una corte de su país es similar a la experiencia trágica de innumerables personas con discapacidades que son tratadas como seres humanos sin todos los derechos. El caso, que se volvió viral por el reconocimiento de la cantante, ha sido utilizado por activistas en Estados Unidos y en todo el mundo para recordarnos que los regímenes regulatorios que operan sobre personas con discapacidad son inhumanos, parten de una inadecuada condescendencia y a menudo se convierten en abusos silenciosos. Al pedir que se libere a Britney (#FreeBritney es la etiqueta que se popularizó), también es importante que la discusión no termine con la situación de la megaestrella del pop.
El caso de Spears es impresionante. Después de tener una crisis muy pública en 2008, su padre solicitó tener custodia sobre ella a pesar de que se trataba de una persona mayor de edad. Lo hizo con base en un diagnóstico psiquiátrico sumado a problemas de adicción a las drogas. La corte le concedió lo que en español se conoce como una interdicción judicial. Básicamente, su progenitor tomó el control de todas sus finanzas, sus decisiones de vida y la ha tenido bajo unas condiciones estrictas.
Lo que ahora sabemos es que esta década ha sido una tortura para la cantante. Pese a tener una fortuna superior a los US$60 millones, no solo no puede disponer libremente de su dinero, sino que tiene que pagarles a su papá y a todas las personas que él disponga para “hacerse cargo de ella”. Eso ha significado que, aunque ella desea descansar, la han obligado a trabajar contra su voluntad.
La situación no se detiene ahí. También tiene prohibido verse con su pareja e incluso casarse. Sufre depresión y ansiedad todos los días. También dijo llorar a diario. Le contó a la corte que está forzada a tener un dispositivo intrauterino, un mecanismo anticonceptivo invasivo, pese a que ella desea tener otro hijo. Además, contó que la representación legal que ha recibido sobre la interdicción ha sido mediocre, pues es su padre quien tiene la potestad de contratar a los abogados. “Las personas que me hicieron esto no deberían poder quedar en libertad tan fácilmente”, dijo ante la corte.
¿Cómo ha durado tanto tiempo la interdicción de una mujer que claramente puede tomar decisiones por su cuenta? La respuesta es difícil, pero involucra un cúmulo de prejuicios sobre las personas con discapacidad. Las cifras lo demuestran. En Estados Unidos las mujeres con alguna discapacidad que se convierten en madres tienen un 80 % de posibilidad de perder a sus hijos en procesos de patria potestad. El 13 % de los padres con discapacidades reportan haber sido discriminados en estos procesos. Es muy común que las familias de personas con discapacidad fiscalicen las relaciones interpersonales y no les permitan tomar decisiones como casarse.
La tortura, como dijimos, no termina en Britney Spears. Las sociedades tienen pendiente reevaluar su aproximación a la discapacidad y tumbar todos los prejuicios que existen. Mientras no lo hagamos, estaremos negándoles derechos a personas sin razón alguna. Como dijo Spears ante la corte: “Merezco tener una vida. Me siento matoneada y sola y marginada. Y estoy cansada de sentirme sola. Merezco tener los mismos derechos que los demás”.
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