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Los cambios en la cúpula de la Policía Nacional no serán conducentes si la institución y sus cabezas siguen adoptando una actitud irreflexiva ante las críticas de los colombianos. No se trata, por supuesto, de restarle legitimidad a la labor valiente que ejercen los miles de uniformados en todos los rincones del país, pero sí entender que cuando la respuesta a toda situación de crisis es que se trató de unas “cuantas manzanas podridas” y que no hay motivos para cambiar de actitud ni de entrenamiento, lo único que se logra es enemistar a la población a la que se debe proteger.
La actitud más sencilla es continuar por el mismo camino, con los ojos y los oídos cerrados, pero sería muy útil para la paz nacional, así como para restablecer la confianza de los ciudadanos, ver un liderazgo menos conflictivo y escudado en el debido proceso para no dar explicaciones necesarias.
Era necesario el relevo del general Óscar Atehortúa, quien estaba a la cabeza de la Policía desde el 2018. La investigación que la Procuraduría le lleva a cabo por faltas gravísimas en la ejecución de un proyecto de viviendas era suficiente para que el general se hiciese a un costado. Ahora podrá defenderse sin tener que, al mismo tiempo, representar a toda la institución. Lo hemos dicho en el pasado y lo seguiremos repitiendo: las entidades son más importantes que las personas y a los funcionarios públicos se les debe exigir un nivel más alto que la simple presunción de inocencia. En el momento en que hay dudas sobre una persona que lidera la Policía Nacional, se afecta la confianza de los colombianos.
Más allá del general Atehortúa, este fue un año difícil para el país y para la confianza en la Policía Nacional. El asesinato de Javier Ordóñez, que involucró a varios policías y los abusos de poder que se realizaron ante las protestas que se dieron con ocasión de esos hechos tienen los lazos rotos con la ciudadanía. Hasta el momento, la actitud desde la Policía y el Gobierno nacional es de ausencia de reflexión. Cualquier crítica que se le formule a la institución es vista con desconfianza, cuando lo que se necesita son espacios para acercarse a los colombianos.
La fórmula no es complicada: todos estamos de acuerdo en que los ataques a los policías son inaceptables y quienes cometan crímenes deben ser perseguidos, pero eso no es excusa para que no se tengan conversaciones sobre los errores que han cometido miembros de la institución. Utilizar el discurso de las “manzanas podridas” cierra los diálogos y no reconoce que existen problemas estructurales que han debilitado su legitimidad.
El nuevo director de la Policía Nacional, el general Jorge Luis Vargas, empezó con pie derecho. En entrevista con Blu Radio, dijo que “el reto que tenemos frente a todos los colombianos es que sientan la seguridad, que el policía sea cercano a la ciudadanía. Queremos que los colombianos sientan cariño por nuestra institución”. También reconoció que “nuestras investigaciones internas tienen que ser lo más oportunas posibles, para darles resultados a los colombianos”.
Así es, general. Compartimos sus prioridades. Por fortuna, ya hay errores diagnosticados de las administraciones pasadas. Un cambio esencial puede venir desde el discurso y su reacción a las críticas, entender lo que ocurre cuando se estigmatiza la protesta social y cuando no se les da la cara a las preocupaciones de los colombianos. Entre todos, podemos construir una mejor relación entre la gente y su Policía Nacional.
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