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Aterrizó de manera forzosa en la campaña presidencial un debate que poco se da en el país y que se entiende a medias: el embarazo adolescente. Las respuestas de los candidatos en uno de los debates recientes se centraron, como es común, en brindar mayores oportunidades, pero faltó precisión, ambición y entendimiento de la complejidad del reto.
No se trata de un problema menor. En Colombia, según cifras del DANE de 2016, una de cada cinco mujeres embarazadas tiene menos de 19 años. Además, ya en datos de Bogotá, el 20 % de ellas tienen embarazos posteriores. Eso en la práctica significa que es una población más propensa a la pobreza, pues no puede reintegrarse al sistema educativo y mucho menos entrar al mundo laboral. La solución, no obstante, no es simplemente decir que les vamos a dar más chances para educarse y trabajar. Hay que entender más a fondo las raíces de lo que ocurre.
El embarazo adolescente tiene diversas causas. La idea que más ha permeado el imaginario colombiano es que se trata de accidentes ocasionados por una educación sexual deficiente; adolescentes con tiempo ocioso que no se cuidan. Pero la realidad es otra. Cerca del 40 % de los embarazos adolescentes son deseados; además, no son entre adolescentes: es común que se trate de mujeres menores de edad con hombres entre 22 y 24 años. Según datos del DANE, 99,2 % de las adolescentes tienen hijos con adultos. La solución debe ser integral.
Para empezar a corregir los embarazos accidentales, Colombia necesita una mejor educación sexual. En el país sólo es obligatoria en secundaria, lo que en la práctica quiere decir que les llega a las mujeres después de que han iniciado su vida sexual. ¿De qué sirve hablarles de sexo seguro tan tarde? Tenemos que sacudirnos la prudencia que tanto daño causa. Deberíamos estar hablando de educación sexual desde los cinco años, para que las niñas y los niños crezcan sin miedo a sus cuerpos y conscientes de sus derechos.
Clave, también, es incluir a los hombres en la conversación. En las respuestas de los candidatos fue abrumador el silencio sobre el rol de los niños en el embarazo adolescente; pareciera que sólo se trata de un problema femenino. Se les debe hablar a los niños desde pequeños sobre su responsabilidad, enseñarles a tomar control sobre sus cuerpos y a planear sus vidas.
También, mirando las cifras de adultos que tienen relaciones con menores de edad, hay que hablar abiertamente de estereotipos. Estamos en una sociedad que le ha dicho al género masculino que está bien entrar en dinámicas donde claramente, por su edad y madurez mental, hay desigualdad de poder. Eso tiene que detenerse.
A las niñas, por su parte, hay que educarlas desde el feminismo. En Suecia, por ejemplo, es lectura obligatoria en los colegios el Todos deberíamos ser feministas, de Chimamanda Ngozi Adichie, un libro que muestra cómo se ve la inequidad en el día a día y cómo se puede empezar a combatir. Si abrimos los ojos de las niñas, desde temprana edad, a las desigualdades latentes, y les decimos que no están solas, que pueden decir que no, que sus cuerpos son de ellas, estamos enseñándoles a tomar mejores decisiones.
Finalmente, no puede ignorarse la influencia de la pobreza y de la violencia. Las adolescentes deciden embarazarse como un proyecto de vida porque no tienen más opciones; porque nacieron de embarazos adolescentes en estratos uno y dos y no vieron alternativas. También ocurre que sufren violencia en sus familias y ven el embarazo como su único escape a ese ciclo tóxico. Está comprobado: entre más educación y más poder educativo, menos embarazos.
Esto no se soluciona hablando en abstracto de oportunidades. Hace falta una política pública nacional pensada para las necesidades de las mujeres en Colombia, y otra para combatir la violencia intrafamiliar. Ahí está el corazón del problema.
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