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Llegaron las vacunas y, con ellas, la fanfarria. Entendemos y compartimos la emoción que experimentó el país y la esperanza que florece con el comienzo del Plan de Vacunación, pero los líderes políticos deberían poner en remojo su afán de protagonismo, cerciorarse de que la logística sea impecable —como de hecho fue diseñada— y dejar que los profesionales de la salud y todo el aparato del sistema de salud hagan lo suyo. Tanto ruido estos primeros días es un mal augurio: si terminamos hablando más de las fotos de los gobernantes que de cuántos vacunados van, qué dificultades se han presentado y qué miedos albergan los ciudadanos, podríamos crear riesgos innecesarios. Los países que comenzaron antes nos dejan una advertencia: incluso las mejores intenciones pueden fallar y generar desconfianza en la población. Con tantos colombianos muriendo cada día, ese es un precio que no deberíamos estar dispuestos a pagar.
El peor enemigo de Colombia en este momento, uno que debería preocuparnos más que quién se lleva los aplausos, es el movimiento antivacunas. El terrorismo que ejerce esparciendo mentiras a través de redes sociales y de Whatsapp es muy efectivo. Apela a los miedos más arraigados y les habla a las personas en un momento de vulnerabilidad. Ataca, además, de forma particular a las personas que más necesitan las vacunas. A El Espectador han llegado múltiples testimonios anecdóticos de personas de la tercera edad que tienen pavor de vacunarse con base en toda suerte de preocupaciones. No son los únicos. No podemos subestimar el poder que tienen los discursos del miedo en contra de la ciencia. La respuesta debe ser vehemente.
No se trata de estigmatizar a quienes tienen estos temores. Lo que les pedimos a los gobiernos, pero también a toda la ciudadanía, es que tomemos en serio esas inquietudes y las respondamos con firmeza y claridad. Para todas esas dudas hay una respuesta sincera y científica. El reto es difundirlas, y difundirlas bien. Este debería ser tema de conversación en todas los espacios sociales de Colombia: desde los hogares familiares hasta los chats de amigos. Empecemos una ambiciosa conversación masiva y nacional sobre vacunación. Nuestro aporte, desde El Espectador, es contribuir con información confiable y seria, sin caer en la tentación del escándalo que atraen “clics”. Pero en esta batalla todos debemos participar.
No exageramos. Si las personas no se vacunan por culpa de estos recelos, los muertos seguirán, la tragedia empeorará y Colombia no alcanzará la inmunidad que necesita para empezar a dejar atrás la pandemia.
Por eso, los políticos deberían tener dos obsesiones. Por una parte, una campaña de comunicación en contra de las dudas de las vacunas. Por otra, construir legitimidad en torno a los aparatos institucionales que comenzaron el proceso de vacunación. Esto se consigue cumpliendo las promesas de tiempo de llegada de las dosis, así como de su aplicación. Además, es clave que no haya dudas sobre la transparencia: cuántas dosis se han aplicado, dónde y a quiénes. Que no ocurran desastres como el de Perú. Un escándalo de corrupción haría mucho daño.
No ayuda, entonces, el afán por las fotos protagónicas. Menos, que el inicio de la vacunación en Cali haya tenido que posponerse unas horas por la llegada del ministro de Justicia. Ni hablar de las campañas políticas con imágenes de la vacuna. En este momento la prioridad debe ser Colombia. El foco debe estar sobre el personal de salud. Debemos demostrar que podemos llevar a cabo el proceso de vacunación más ambicioso en la historia del país. Concentración, por favor.
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