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La decisión de los hondureños de votar mayoritariamente por Xiomara Castro, esposa del depuesto expresidente Manuel Zelaya, es un mensaje a los partidos tradicionales del país centroamericano sobre el cansancio del electorado por las condiciones actuales de pobreza, exclusión social y corrupción generalizada. A pesar de que lleva el resentimiento del golpe de Estado contra su esposo en 2009 y el denunciado fraude de hace cuatro años, cuando fue candidata a la Vicepresidencia, ahora le corresponde actuar con mesura y pragmatismo para sacar adelante a una nación inmersa en una profunda crisis.
Castro será la primera mujer en asumir las riendas del Estado, con una situación de pobreza que golpea a cerca del 70 % de su población —que la pandemia ha empeorado—, con uno de los índices de violencia más altos del mundo y que en los últimos años sufrió los estragos tras el paso de dos fuertes huracanes: Eta e Iota. A pesar de cierta mejora en los indicadores económicos, se cree que el país, con una población cercana a los diez millones de habitantes, concluya 2021 con alrededor de 700.000 nuevos pobres. Esto explica, en muy buena parte, por qué los hondureños emigran de manera masiva hacia Estados Unidos en busca de asilo.
Xiomara Castro logró diluir durante la campaña el discurso de su esposo cuando este asumió la Presidencia y se ubicó entonces dentro del socialismo del siglo XXI de Hugo Chávez. Ahora, ella deberá demostrar en la práctica que los temores del retorno a lo que sus opositores llamaron “comunismo” fueron solo parte de la fallida estrategia de su opositor, el derechista Nasry Asfura, del gobernante Partido Nacional. La región ha cambiado desde entonces y la confrontación con Estados Unidos no está entre sus planes. Honduras depende en un 20 % de las remesas que vienen del país del norte, esenciales para la estabilidad económica. Además, dado que ella no tiene ningún tipo de señalamiento por corrupción, puede marcar frente a Washington un antes y un después con respecto a su predecesor, Juan Orlando Hernández, quien se hizo reelegir de manera fraudulenta y ha tenido que enfrentar los señalamientos de vínculos con el narcotráfico, luego de que su hermano fuera condenado en Estados Unidos por dicho delito.
Porfirio Lobo, otro expresidente, también ha enfrentado una situación similar, pues su hijo fue a su vez condenado en el país del norte por narcotráfico. Todos estos hechos explican por qué el electorado no cayó en la trampa de la polarización vendida desde la derecha, pues la esperanza puesta en Castro y el profundo desprestigio del partido de gobierno llevaron a una muy alta asistencia a las urnas, cercana al 70 %, y con una diferencia frente a su contendor de alrededor de 20 puntos. Como sucede en estos casos y en un país con tantas expectativas puestas en su nueva mandataria, lo complejo recién comienza. En campaña, en nombre de su Partido Libertad y Refundación (Libre), habló de la posibilidad de convocar a una asamblea constituyente que permita modificar algunas de las disposiciones adoptadas por Hernández, teniendo a su esposo, Manuel Zelaya, solamente como “asesor”.
Como mencionó un analista, el de Xiomara Castro será “un gobierno con clara tendencia a lo social, pero no a lo socialista”, y la prioridad será conformar un gobierno de unidad. De otro lado, el haber incorporado a grupos de distintas especialidades y tendencias le da un carácter más cercano a la izquierda socialdemócrata que a lo sucedido en la primera década del presente siglo. En una región donde el populismo autoritario se está manifestando de manera más que preocupante, es de esperar que la señora Castro no cometa los errores del pasado y asuma posiciones firmes con respecto a las dictaduras de Venezuela y Nicaragua. Eso le conferiría una legitimidad adicional que sería apreciada por la comunidad de Estados democráticos.
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