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En una entrevista de 1974, Hugh Hefner, fundador de Playboy que falleció hace un par de días, a sus 91 años, dijo que su existencia se convierte en un test de Rorschach, pues “lo que sale en la prensa no es tanto sobre mí, sino un comentario sobre el estado actual de la sociedad”. Los distintos obituarios que se han publicado con ocasión de su muerte le dan la razón: el sexo sigue siendo un espacio plagado de tensiones culturales, incoherencias, tabúes y opresión.
Hefner se convirtió a pulso en un referente ineludible en la historia contemporánea sobre el sexo. Playboy, primero como revista y luego como imperio que incluyó clubes nocturnos, festivales de música, una mansión legendaria por sus fiestas sexuales y por estar plagada de mujeres en atuendos de conejitas, fue uno de los espacios más influyentes en la lucha por la “liberación sexual” y la libertad de expresión.
Gracias a que en algún momento Playboy tuvo el doble de circulación que Time y a que su fundador era respetado por poderosos de todo tipo, Hefner aprovechó la atención para adelantar una agenda política progresista. Los editoriales de la revista apoyaron el aborto y los derechos civiles, también fue una de las primeras publicaciones en darle la portada a una mujer transgénero y, por supuesto, la esencia de su negocio era subversiva en un mundo reprimido en lo sexual: mujeres cómodas con su desnudez pública y hablando de sexo.
En 1966, Hefner explicó que la liberación sexual consistía en “un intento por establecer una nueva moralidad”. Sin duda, su objetivo tuvo éxito.
Sin embargo, Hefner es también innegablemente una figura contradictoria, pues su idea de empoderamiento femenino tenía claramente una intención machista. Como escribió Susan Brownmiller, “la razón por la que Hefner apoyaba el aborto no partía de un sentimiento feminista, sino de un interés puramente estratégico”.
La periodista Gloria Steinem se infiltró en 1963 en uno de los clubes privados de Playboy y encontró un ambiente laboral donde las mujeres eran explotadas, humilladas y vistas como objetos intercambiables. En respuesta, Playboy luego publicó un artículo que buscaba destruir al movimiento feminista.
En un libro de 2015, Holly Madison, una de las exnovias de Hefner en sus últimos años, contó cómo era obligatorio tener relaciones sexuales con él, tenía un toque de queda a las 9:00 p.m. y el trato degradante al que estaba sometida la llevó a considerar seriamente el suicidio.
El interés de Hefner por “liberar” mujeres, entonces, se agotaba en conseguir que se desnudaran y accedieran a tener relaciones sexuales con él y sus amigos.
Ese era, además, el estilo de vida que quería profesar. Para muchos hombres que crecieron bajo la casi omnipresente influencia de Playboy y sus múltiples copias, Hefner era un modelo a seguir. Por eso, como lo fue a lo largo de su vida, es fundamental que sigamos preguntándonos qué tipo de sociedad crean las actitudes que él defendió.
En efecto, la liberación sexual sigue siendo necesaria, así como empoderar a las mujeres a que tomen control de su cuerpo y de sus vidas. Pero la lucha no puede quedarse ahí. Cuando el machismo y la desigualdad de género se encuentran encallados estructuralmente en la cultura, las nuevas generaciones de ciudadanos necesitan mejores íconos de cómo se debe ver un mundo verdaderamente libre. Evaluar críticamente la figura de Hefner es una herramienta muy útil para no seguir cometiendo los mismos errores del pasado.
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