Es paradójico: el presidente de la República, Gustavo Petro, llegó a la Presidencia no en menor medida gracias al apoyo de los artistas del país que vieron en sus promesas la posibilidad de un cambio simbólico y cultural; sin embargo, a casi un año de llegar a la Casa de Nariño, el sector ha estado enmarcado en polémicas y un aparente desinterés. Desde la demora en nombrar una cabeza en el sistema de medios públicos, pasando por el despido de la ministra de Cultura, Patricia Ariza, hasta las sospechas de que esa cartera está siendo usada como un bastión burocrático cercano a la primera dama. La decepción en el gremio es mayor y no parece haber respuestas a la vista.
Esto no es nuevo. El sector cultural ha sido utilizado por los gobiernos como un comodín, un espacio para llenar de cargos políticos con poca estrategia de desarrollo que impacte a los artistas. El expresidente Iván Duque llegó a la Casa de Nariño hablando de la economía naranja y en cuatro años su visión para impulsar la cultura como emprendimiento no solo fracasó, sino que dejó muchos proyectos artísticos abandonados durante los confinamientos. Por eso había tanta expectativa en el sector con la llegada al poder de Gustavo Petro. Pese a esto, es claro que en Presidencia no ven como prioridad la cultura y de hecho hay suficientes indicios de que se está utilizando el Ministerio como un espacio para darle poder a la primera dama, Verónica Alcocer.
En una carta enviada por más de 1.000 artistas, académicos y gestores culturales al Gobierno, en la que hay nombres que apoyaron abiertamente la campaña del presidente Petro, se reconoce la crisis. “No hay un rumbo cierto en el Ministerio de Cultura, lo que hoy sucede en esta cartera no representa una visión progresista de las artes y la cultura”, escriben. Y agregan con vehemencia: “Gente de la cultura de toda Iberoamérica observa con expectativa cuál será la apuesta cultural del primer gobierno progresista de Colombia, sin entender por qué lo que se avizoraba como una propuesta que inspiraría a otros países y otras agendas culturales del continente hoy parece una apuesta perdida. Esa misma desazón e incertidumbre habita en las regiones y en varios de los procesos culturales más significativos del país”. En efecto, es un panorama descorazonador.
Lo mismo ha ocurrido con la dirección del sistema de medios públicos (RTVC). Entre nombramientos frustrados y otros cuestionados, como el de Hollman Morris como nuevo director para televisión, es incomprensible que el Gobierno haya tardado tanto tiempo en ordenar la casa. Peor aún, no parece que haya una estrategia clara, más que darles contentillo a ciertos sectores que apoyaron la llegada del mandatario a la Casa de Nariño. Es la política de siempre, en medio de los discursos sobre cambio.
Es lamentable que la cultura no se tome en serio, más en un país sediento de procesos de reconciliación y de construcción de identidad nacional. Si no hay un plan claro para el Ministerio de Cultura y su trabajo, no solo estamos hablando de la decepción de los artistas, sino de una Colombia que necesita hace años una estrategia ambiciosa en el sector.
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Es paradójico: el presidente de la República, Gustavo Petro, llegó a la Presidencia no en menor medida gracias al apoyo de los artistas del país que vieron en sus promesas la posibilidad de un cambio simbólico y cultural; sin embargo, a casi un año de llegar a la Casa de Nariño, el sector ha estado enmarcado en polémicas y un aparente desinterés. Desde la demora en nombrar una cabeza en el sistema de medios públicos, pasando por el despido de la ministra de Cultura, Patricia Ariza, hasta las sospechas de que esa cartera está siendo usada como un bastión burocrático cercano a la primera dama. La decepción en el gremio es mayor y no parece haber respuestas a la vista.
Esto no es nuevo. El sector cultural ha sido utilizado por los gobiernos como un comodín, un espacio para llenar de cargos políticos con poca estrategia de desarrollo que impacte a los artistas. El expresidente Iván Duque llegó a la Casa de Nariño hablando de la economía naranja y en cuatro años su visión para impulsar la cultura como emprendimiento no solo fracasó, sino que dejó muchos proyectos artísticos abandonados durante los confinamientos. Por eso había tanta expectativa en el sector con la llegada al poder de Gustavo Petro. Pese a esto, es claro que en Presidencia no ven como prioridad la cultura y de hecho hay suficientes indicios de que se está utilizando el Ministerio como un espacio para darle poder a la primera dama, Verónica Alcocer.
En una carta enviada por más de 1.000 artistas, académicos y gestores culturales al Gobierno, en la que hay nombres que apoyaron abiertamente la campaña del presidente Petro, se reconoce la crisis. “No hay un rumbo cierto en el Ministerio de Cultura, lo que hoy sucede en esta cartera no representa una visión progresista de las artes y la cultura”, escriben. Y agregan con vehemencia: “Gente de la cultura de toda Iberoamérica observa con expectativa cuál será la apuesta cultural del primer gobierno progresista de Colombia, sin entender por qué lo que se avizoraba como una propuesta que inspiraría a otros países y otras agendas culturales del continente hoy parece una apuesta perdida. Esa misma desazón e incertidumbre habita en las regiones y en varios de los procesos culturales más significativos del país”. En efecto, es un panorama descorazonador.
Lo mismo ha ocurrido con la dirección del sistema de medios públicos (RTVC). Entre nombramientos frustrados y otros cuestionados, como el de Hollman Morris como nuevo director para televisión, es incomprensible que el Gobierno haya tardado tanto tiempo en ordenar la casa. Peor aún, no parece que haya una estrategia clara, más que darles contentillo a ciertos sectores que apoyaron la llegada del mandatario a la Casa de Nariño. Es la política de siempre, en medio de los discursos sobre cambio.
Es lamentable que la cultura no se tome en serio, más en un país sediento de procesos de reconciliación y de construcción de identidad nacional. Si no hay un plan claro para el Ministerio de Cultura y su trabajo, no solo estamos hablando de la decepción de los artistas, sino de una Colombia que necesita hace años una estrategia ambiciosa en el sector.
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