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El fin de la sangrienta dictadura de Bashar al-Ásad, cuya familia manejó el país con mano de hierro por más de 50 años, es un alivio para un país que sufrió desde 2013 una cruenta guerra y un territorio dividido entre diversas facciones rebeldes. El objetivo común, de acabar con el régimen a pesar de la disparidad en su conformación y apoyos políticos externos, permitió que en una campaña relámpago Al-Ásad tuviera que huir a Rusia. El manejo futuro del poder es una incertidumbre, y en su estructuración cumplirá un papel importante Turquía especialmente, además de Catar. Repetir situaciones desastrosas como las de Libia o Irak sería un grave error.
Para un país tan fragmentado y con tantos intereses externos, pensar en un posible gobierno de unidad nacional, aunque deseable, no parece posible en el corto plazo. Turquía va a desempeñar un importante papel, pues Ankara buscó siempre el cambio de régimen en Damasco. Su presidente, Recep Tayyip Erdogan, apoyó a los grupos que deseaban salir de Al-Ásad. Durante la guerra, que dejó más de 300.000 sirios muertos y cerca de ocho millones de desplazados externos, recibieron a cerca de tres millones de refugiados, dando asilo y apoyo a la dirigencia opositora, la Coalición Nacional Siria. A diferencia de los turcos, que se mantuvieron firmes en su rechazo al dictador en Damasco siempre, la mayoría de países árabes apoyaron durante la guerra a los rebeldes, pero luego moderaron su posición y mantuvieron un modus vivendi con Damasco.
Turquía es uno de los países que mantienen tropas dentro de territorio sirio y ha apoyado de forma directa al llamado Ejército Nacional Sirio (ENS). De otro lado, y al parecer con el apoyo de Catar, han permitido el paso de armas por su territorio para el grupo insurgente salafista Hayat Tahrir al-Sham (HTS), Organización del Triunfo del Levante. Este grupo insurgente, proveniente de la frontera con Turquía, mediante una operación militar sorpresiva tomó Alepo unos días atrás y luego avanzó de manera imparable hasta Damasco, sin mayor resistencia. Este grupo islamista, dirigido por Abu Mohamad al-Julani, figura entre los señalados de terrorismo por su antigua cercanía con el yihadismo, en especial con ISIS y Al-Qaeda. Sin embargo, en recientes entrevistas su líder ha mostrado una faceta apartada del terrorismo. Naciones Unidas ha acusado el grupo de llevar a cabo con anterioridad detenciones arbitrarias y torturas en su zona de influencia y, por Al-Julani, Estados Unidos ofrece desde 2017 una recompensa de US$10 millones.
Aprovechando la situación generada en las últimas horas, Israel invadió una parte fronteriza de Siria para destruir aeropuertos e infraestructura militar, mientras Estados Unidos, que también mantiene una presencia importante en el país, con 900 soldados, ha bombardeado fábricas de armamento. Washington ha apoyado a las milicias kurdo-árabes Fuerzas Democráticas Sirias (FDS), que controlan una parte del territorio en el norte de Siria y a las que Turquía considera un grupo terrorista por tener vínculos con el grupo armado kurdo PKK. Los norteamericanos quisieran que las FDS sean parte del gobierno, pero el veto de los turcos lo hará imposible.
La caída del régimen de Al-Ásad se explica por la pérdida de apoyo de Rusia, que no puede mantener otra guerra de manera simultánea, además de la de Ucrania, así como Irán, que se encuentra mermado tras los golpes que Israel ha asestado a Hezbolá con la invasión a Líbano. De allí que la incertidumbre sobre cuál será el futuro de Siria sea muy grande en este momento, tanto en lo político como en lo territorial. Rusia solicitó ayer una reunión de emergencia del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas, mientras Abu Mohamad al-Julani se reunía con el primer ministro sirio, y el presidente del Gobierno de Salvación, para instaurar un gobierno de transición y evitar así que el caos se apodere del país.
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Nota del director 1: Este texto fue modificado para corregir un error: donde hablábamos de Hezbolá escribimos Hamás en esa primera versión.
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