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El Gobierno de Gustavo Petro sigue en su ambivalencia discursiva. Mientras el ministro del Interior, Juan Fernando Cristo, insiste en el consenso y en el acuerdo nacional para aprobar la reforma política que tambalea en el Congreso, la Casa de Nariño recibe con los brazos abiertos a un personaje de la talla de Armando Benedetti y el presidente se atrinchera en un círculo de fieles que poca voluntad muestran para tender puentes. Esto pone en duda el éxito de medidas urgentes como la ley de financiamiento y la reforma laboral, al mismo tiempo que siembra dudas sobre qué tanto podrá lograrse en el tercer año del mandatario, que históricamente es el último de gobernabilidad antes de que comience en forma la campaña por el Congreso y la Presidencia.
Las frustraciones que producen las reformas políticas son bien conocidas. El Congreso, a lo largo de su historia, ha mostrado poca voluntad de llevar a cabo modificaciones estructurales que fortalezcan la democracia. La experiencia del gobierno de Gustavo Petro en ese sentido no ha tenido mayor éxito. Su primer intento de reforma política fracasó de manera estruendosa, en medio de varias denuncias, polémicas y la implosión de la primera coalición que habían conformado en la rama Legislativa. Ahora, la propuesta de reforma constitucional parece tener votos asegurados, pero hay quejas en la manera en que se viene impulsando la iniciativa. Estas apuntan al corazón de los problemas de eficiencia del gobierno Petro: muchas ideas, mucha improvisación y mucha confusión al sentarse a dialogar.
Por ejemplo, Humberto de la Calle, senador independiente que se ha caracterizado por ser un evaluador razonable de las propuestas del Gobierno, se quejó públicamente. “Esto debió haber empezado antes, buscando consenso. Yo le reconozco al ministro Cristo que sacó del tarro de basura la idea de la reforma política, que hay que hacerla, pero no para discutirla en sesiones navideñas y a la carrera”, dijo. Se refiere a que, si el proyecto no pasa dos debates más antes del 16 de diciembre, se hundirá. Esto ha llevado a que las ponencias se presenten con poca anticipación y las críticas que hay a varias de las propuestas no se puedan discutir de manera apropiada.
Esta ha sido la historia del gobierno Petro. Sus reformas se presentan tarde o se caen a último momento por un afán que no va acompañado de diálogo suficiente. Las que sí se aprueban, como la reforma pensional, quedan en veremos precisamente porque todo se hizo con premura y con la amenaza de los pupitrazos. No es un cambio en la manera de hacer política, sino una relación entre hostil y poco diligente con el Congreso. El ministro Cristo llegó con el mensaje del consenso, pero sus pasos parecen desandarse desde la Casa de Nariño. Por ejemplo, hay dudas sobre cuál será el rol de Benedetti y si chocará con las funciones del Ministerio del Interior. Sobre eso, Cristo, mostrando las grietas que hay en el gabinete, dijo esta semana que no sabe cuáles serán las funciones del recién llegado miembro del Gobierno y que ya hay suficientes asesores en su cartera. A buenos entendedores...
Volvemos a lo mencionado una y otra vez: el Gobierno tiene buenos diagnósticos y sus reformas son importantes, pero se diluyen en su ambivalencia y hostilidad. Esto solo produce más frustración en los colombianos con la institucionalidad. Se acaba el tiempo para que la Casa de Nariño decida, de una vez por todas, cómo quiere terminar de construir su legado.
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