La Comunidad de los Estados Latinoamericanos y Caribeños (Celac) concluyó su cumbre de jefes de Estado y de Gobierno en Buenos Aires sin mayor trascendencia. Como suele suceder en estos casos, los hechos más relevantes son los que se presentan por fuera de los debates, que dejaron como resultado una declaración de 111 puntos que incluyen el respeto a la democracia y los derechos humanos, mientras se encontraban presentes los representantes de tres dictaduras: Cuba, Venezuela y Nicaragua. La ideologización de este mecanismo de integración regional, promovida por Argentina que concluía su presidencia pro-témpore, no le augura un futuro promisorio.
No es la primera vez, ni será la última, que la llegada de gobiernos de centro-izquierda e izquierda busquen otros espacios para hacer oír su voz a nivel regional. Es legítimo. Ya sucedió a comienzos del presente siglo, cuando Venezuela y Brasil promovieron la creación de la Unasur y luego de la Celac. Se cometió entonces el error de ideologizar lo que, por principio, deberían ser mecanismos de concertación para lograr la necesaria integración regional. En vez de las discusiones decimonónicas sobre el imperialismo y el socialismo, este tipo de instancias deberían centrarse en los problemas reales de la infraestructura, en elaborar mejores instrumentos para un mayor comercio intrarregional o colaborar en la lucha contra el crimen organizado transnacional, entre muchos otros temas. Existen instancias serias y eficientes, como el BID o el Banco de Desarrollo de América Latina, CAF, que deben continuar siendo fortalecidas por sus Estados miembros, la gran mayoría de ellos integrantes de la Celac.
Debido a esa excesiva politización, el epílogo de la Unasur y la Celac, en su primera etapa, fue bastante magro. Con la caída de los precios del petróleo y el cambio de gobierno en algunos de los países que más los apoyaron, los dos mecanismos casi desaparecen. Los presidentes de México, Andrés Manuel López Obrador (AMLO), y Argentina, Alberto Fernández, durante estos dos primeros años en que manejaron la Celac han repetido los errores del pasado. Mantienen un discurso polarizante, dado que en este mecanismo no están representados Estados Unidos ni Canadá y, peor aún, se enorgullecen de contar con la presencia de los representantes de Cuba, Venezuela y Nicaragua. Así lo expresó de manera equivocada Fernández al decir que “todos los que están aquí han sido elegidos por sus pueblos”. Nada más alejado de la realidad.
En este sentido, las voces más sensatas que se escucharon durante la reunión fueron las de los presidentes de Uruguay, Chile y Paraguay. Luis Lacalle Pou pidió “no volver a los clubes ideológicos (…) cualquier organismo, espacio que se genere, si lo que los une es la ideología es de corta vida. Si es de corta vida no genera confianza”. Gabriel Boric, como abanderado de la nueva izquierda regional, fue enfático en expresar que la defensa de la democracia y los derechos humanos no puede estar condicionada al tipo de gobierno, sino a la realidad que se vive frente a los mismos. Fue muy crítico con Nicaragua, y con respecto a Venezuela pidió elecciones “libres, justas y transparentes”. Mario Abdo Benítez mencionó un tema que tiene gran repercusión para Colombia: “No podemos mirar a otro lado cuando siete millones de venezolanos han abandonado sus hogares”. Frente al tema de Perú, se cuestionó de manera válida la violación de derechos humanos en el actual gobierno al reprimir las protestas, pero no todos los mandatarios hicieron lo mismo con el fallido autogolpe de Estado de Pedro Castillo. Es lamentable que el presidente Gustavo Petro insista en defender los crímenes cometidos por Castillo y entablar una disputa con la embajada de Perú. Muestra un doble rasero al momento de denunciar dictaduras.
En lo que sí acertó el mandatario colombiano fue en dar cuatro propuestas claves para la integración regional: formar un frente común en la protección de la selva amazónica, unir las redes de energía eléctrica utilizando energía renovable, crear un sistema de abastecimiento de alimentos conjunto y revitalizar el Sistema Interamericano de Derechos Humanos, incluyendo los derechos ambientales y de la mujer. La Celac no ha sido el espacio idóneo, pero el propósito de unir la región sí debería obtener todo el respaldo político posible.
¿Está en desacuerdo con este editorial? Envíe su antieditorial de 500 palabras a elespectadoropinion@gmail.com.
Nota del director. Necesitamos lectores como usted para seguir haciendo un periodismo independiente y de calidad. Considere adquirir una suscripción digital y apostémosle al poder de la palabra.
La Comunidad de los Estados Latinoamericanos y Caribeños (Celac) concluyó su cumbre de jefes de Estado y de Gobierno en Buenos Aires sin mayor trascendencia. Como suele suceder en estos casos, los hechos más relevantes son los que se presentan por fuera de los debates, que dejaron como resultado una declaración de 111 puntos que incluyen el respeto a la democracia y los derechos humanos, mientras se encontraban presentes los representantes de tres dictaduras: Cuba, Venezuela y Nicaragua. La ideologización de este mecanismo de integración regional, promovida por Argentina que concluía su presidencia pro-témpore, no le augura un futuro promisorio.
No es la primera vez, ni será la última, que la llegada de gobiernos de centro-izquierda e izquierda busquen otros espacios para hacer oír su voz a nivel regional. Es legítimo. Ya sucedió a comienzos del presente siglo, cuando Venezuela y Brasil promovieron la creación de la Unasur y luego de la Celac. Se cometió entonces el error de ideologizar lo que, por principio, deberían ser mecanismos de concertación para lograr la necesaria integración regional. En vez de las discusiones decimonónicas sobre el imperialismo y el socialismo, este tipo de instancias deberían centrarse en los problemas reales de la infraestructura, en elaborar mejores instrumentos para un mayor comercio intrarregional o colaborar en la lucha contra el crimen organizado transnacional, entre muchos otros temas. Existen instancias serias y eficientes, como el BID o el Banco de Desarrollo de América Latina, CAF, que deben continuar siendo fortalecidas por sus Estados miembros, la gran mayoría de ellos integrantes de la Celac.
Debido a esa excesiva politización, el epílogo de la Unasur y la Celac, en su primera etapa, fue bastante magro. Con la caída de los precios del petróleo y el cambio de gobierno en algunos de los países que más los apoyaron, los dos mecanismos casi desaparecen. Los presidentes de México, Andrés Manuel López Obrador (AMLO), y Argentina, Alberto Fernández, durante estos dos primeros años en que manejaron la Celac han repetido los errores del pasado. Mantienen un discurso polarizante, dado que en este mecanismo no están representados Estados Unidos ni Canadá y, peor aún, se enorgullecen de contar con la presencia de los representantes de Cuba, Venezuela y Nicaragua. Así lo expresó de manera equivocada Fernández al decir que “todos los que están aquí han sido elegidos por sus pueblos”. Nada más alejado de la realidad.
En este sentido, las voces más sensatas que se escucharon durante la reunión fueron las de los presidentes de Uruguay, Chile y Paraguay. Luis Lacalle Pou pidió “no volver a los clubes ideológicos (…) cualquier organismo, espacio que se genere, si lo que los une es la ideología es de corta vida. Si es de corta vida no genera confianza”. Gabriel Boric, como abanderado de la nueva izquierda regional, fue enfático en expresar que la defensa de la democracia y los derechos humanos no puede estar condicionada al tipo de gobierno, sino a la realidad que se vive frente a los mismos. Fue muy crítico con Nicaragua, y con respecto a Venezuela pidió elecciones “libres, justas y transparentes”. Mario Abdo Benítez mencionó un tema que tiene gran repercusión para Colombia: “No podemos mirar a otro lado cuando siete millones de venezolanos han abandonado sus hogares”. Frente al tema de Perú, se cuestionó de manera válida la violación de derechos humanos en el actual gobierno al reprimir las protestas, pero no todos los mandatarios hicieron lo mismo con el fallido autogolpe de Estado de Pedro Castillo. Es lamentable que el presidente Gustavo Petro insista en defender los crímenes cometidos por Castillo y entablar una disputa con la embajada de Perú. Muestra un doble rasero al momento de denunciar dictaduras.
En lo que sí acertó el mandatario colombiano fue en dar cuatro propuestas claves para la integración regional: formar un frente común en la protección de la selva amazónica, unir las redes de energía eléctrica utilizando energía renovable, crear un sistema de abastecimiento de alimentos conjunto y revitalizar el Sistema Interamericano de Derechos Humanos, incluyendo los derechos ambientales y de la mujer. La Celac no ha sido el espacio idóneo, pero el propósito de unir la región sí debería obtener todo el respaldo político posible.
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