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No deja de ser sorprendente la amplia coalición de gobierno que logró construir el presidente Gustavo Petro en el Congreso de la República. Después de hacer una carrera política desdeñando a los partidos políticos tradicionales, acusándolos de ser puras entidades sedientas de burocracia y poco ideológicas, el ahora mandatario se aprovechó precisamente de eso para construir una aplanadora que, si se mantiene, le aprobará con facilidad sus reformas más ambiciosas. Es paradójico que el Gobierno del cambio haya tenido que recurrir a la política de siempre, pero también es importante que en la Casa de Nariño sepan que no pueden cantar victoria: cuando no hay afinidad ideológica, ese tipo de alianzas pueden caerse con facilidad.
De 108 senadores, el presidente Petro cuenta con el apoyo de 75, suficiente para tener mayorías cómodas. Lo mismo pasa en la Cámara: de 187 representantes en total, 140 se nombraron “de gobierno”. Todos los análisis que se hacían sobre por fin tener un Congreso diverso y deliberativo se estrellaron con la realidad burocrática: al final del día no importó quién está ocupando la Casa de Nariño, seguiremos legislando mediante aplanadoras.
Es fascinante observar a los partidos que componen la coalición de gobierno. Se encuentran los habituales y esperables, como la Alianza Verde, el Pacto Histórico, Comunes y en la Cámara los miembros de las curules de la paz. Sin embargo, también logró el apoyo de tres partidos tradicionales: la U, donde varios miembros se habían ido con Rodolfo Hernández; el Partido Liberal, que en campaña se convirtió en una veleta de quién pudiera satisfacer más los intereses de su líder, César Gaviria, y lo que nos parece más sorprendente: el Partido Conservador, que hizo campaña presidencial con base en el miedo al castrochavismo y que se encuentra en la antípoda ideológica del Pacto Histórico.
¿Cómo lo hizo? Bueno, no es casualidad que los ministros de Justicia y Vivienda sean del Partido Liberal (el ministro de Hacienda también tiene larga historia con ese partido), la ministra de las TIC es del Partido de la U y el cuestionado ministro de Transporte es del Partido Conservador. Los miembros de esas colectividades no han sido tímidos en decir que están buscando representación burocrática y además influir de manera considerable en el Plan Nacional de Desarrollo que se viene.
Entonces, esta historia ya la conocemos. Aun así, insistimos: ¿cómo es posible que un partido como el Conservador se sienta cómodo con llamarse “de gobierno” en una presidencia de izquierda y altamente reformista? ¿Acaso los discursos de campaña eran vacíos, simples gritos retóricos? ¿No se supone que las colectividades políticas se construyen primero sobre las ideas y luego sobre cualquier otra consideración política? Cambiamos también la pregunta: ¿se siente cómodo el presidente gobernando una coalición tan dependiente de los puestos y las concesiones burocráticas? Ya conocemos las respuestas: todo sea por los consensos y aprobar las reformas urgentes que necesita el país.
Faltará ver cómo se comporta la coalición. La reforma tributaria ya ha recibido un centenar de peticiones de modificación. De cómo se resuelvan también dependerá la legitimidad del Congreso, tan lastimada cuando todo se lee como un interés burocrático.
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