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Como si no tuviésemos suficiente evidencia de que las democracias liberales están en crisis, en la misma semana dos referentes globales, Corea del Sur y Francia, llegaron al borde del abismo institucional. En Asia, el presidente Yoon Suk Yeol declaró ley marcial buscando tomarse al Congreso; en Europa, el primer ministro, Michel Barnier, perdió un voto de censura y se vio obligado a renunciar. En ambos casos, prima la desorganización, la amenaza del autoritarismo, la incapacidad de construir alianzas en las diferencias y una creciente frustración social.
Cada uno de los casos tiene particularidades, por supuesto, que ameritan un estudio minucioso de lo ocurrido. Sin embargo, lo sucedido en Corea del Sur y en Francia también sirve como símbolo elocuente y angustiante de la crisis de la democracia liberal. A grandes rasgos, las fallas que salieron a flote esta semana son producto de problemas en largo proceso de ebullición y son compartidos por otros países. Desde Estados Unidos hasta Argentina, en varios países de la Unión Europea y ahora en uno de los pocos referentes democráticos de Asia, nuestro sistema de gobierno construido sobre las libertades y la participación política muestra severas grietas. Mientras tanto, los regímenes autoritarios, con su propaganda y su aparente eficiencia, consiguen adeptos.
En Corea del Sur, el presidente Yoon Suk Yeol estaba frustrado con la Asamblea Nacional. Él, alineado a la derecha; la mayoría de los legisladores, alineados con la izquierda y llevando a cabo investigaciones sobre la labor presidencial. Entonces, en un acto intempestivo, buscando luchar contra enemigos internos “anti Estado”, el presidente decretó ley marcial y mandó el Ejército a las calles. Se vio a los militares rodear la Asamblea Nacional e intentar entrar a las instalaciones. Llegaron los ecos de la época de mando militar. Se amenazó con censurar a la prensa, con prohibir las reuniones políticas. Una paradoja poco creíble: para defender la democracia, el presidente quería suspender sus libertades esenciales.
Por fortuna, la Asamblea Nacional se unió en su contra y las personas se tomaron las calles. En menos de cinco horas, el presidente había levantado el decreto, pero hoy su permanencia en el cargo está en duda y es investigado por insurrección. Tienen razón en que debería ser destituido. En todo caso, el daño ya está hecho. Corea del Sur se había presentado al mundo como la alternativa democrática y garantista de derechos a la Corea del Norte comunista y dictatorial; ahora hemos visto que su sistema político adolece de grandes fisuras. No es momento de la catástrofe, pero sí queda en evidencia que hay problemas difíciles de solucionar.
Mientras tanto, en Francia, el presidente Emmanuel Macron se quedó sin gobernabilidad. La izquierda y la ultraderecha censuraron a su primer ministro, impuesto a las malas, y la crisis política continúa. La amenaza de una Francia entregada al radicalismo es cada vez más probable que se materialice. La gente, de nuevo, pierde confianza en el sistema político.
Cuando las democracias no dan resultados, las personas buscan respuestas en otros sistemas. El problema es que eso siempre termina aplastando las libertades y a los más vulnerables. Esta semana el mundo vio cómo estamos en un momento de cambio de paradigma y el futuro es poco esperanzador.
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