La desaparición no es un hecho del pasado. Con esa frase, 217 familias de personas desaparecidas forzosamente en Colombia, apoyadas por la Unidad de Búsqueda de Personas dadas por Desaparecidas, convocan hoy a hacer un homenaje en el Día Internacional de las Víctimas de Desapariciones Forzadas. Es, al mismo tiempo, un recordatorio de lo crueles que son las desapariciones: son una agonía latente, que persiste, que no se apaga, que condena a las familias al limbo de no saber qué ocurrió, a perder la esperanza y, al mismo tiempo, no poder hacer un duelo, a tener que construir sus vidas con una espada de Damocles encima que no los abandona.
Es difícil llorar lo invisible. Los seres humanos estamos construidos para lo tangible, para hacer duelos que parten de claridades. Tantas víctimas mortales por culpa del conflicto armado nos han dejado muchas tragedias, pero al menos las familias han podido, en muchos casos, hacer entierros, despedirse, emprender el proceso mental de conversar con el duelo. ¿Pero qué ocurre cuando no es claro lo que sucedió? ¿Cómo se procesa la realidad de una persona que salió un día y nunca regresó? ¿De qué manera se hace el duelo si ni siquiera sabemos que la persona está muerta, si no tenemos su cuerpo para la ceremonia fúnebre? Esos son los dilemas que tienen que enfrentar las víctimas de las desapariciones forzadas.
No son pocas. Se estima que en Colombia hay unas 120 mil personas desaparecidas. Tampoco es un problema superado: solo en 2019 se presentaron 93 nuevas desapariciones. Los datos del Comité Internacional de la Cruz Roja arrojan que cada cuatro días se ha documentado un nuevo caso de desaparición relacionado con el conflicto y la violencia armada. Peor aún: son delitos con tasa de impunidad altísima. Es decir, es un sufrimiento que continúa y continúa, mientras las familias claman respuestas.
Una de las decisiones más acertadas y apuestas más ambiciosas del Acuerdo de La Habana fue la creación de la Unidad de Búsqueda de Personas dadas por Desaparecidas. Se trató del reconocimiento de que en el país, pese a todos los esfuerzos que se han hecho de esclarecimiento de los hechos atroces, no ha podido dar cuenta de las personas desaparecidas.
Desde su creación, la Unidad ha sido una aliada incansable de las víctimas. Gracias a que su intención no es operar como ente judicial, les ofrece a las personas que puedan tener información con total anonimidad. Lo único que piden es información que pueda ayudar a cerrar casos que llevan décadas abiertos. Ya ha podido encontrar algunos restos, que fueron entregados a las familias para llevar a cabo sus ritos funerarios.
Sin embargo, falta mucho. Muchísimo. Por eso tendríamos que estar apostándole a la paz de lleno, respaldando en todos los espacios a la Unidad y a las víctimas para encontrar a todos los colombianos y colombianas que nos faltan. No podemos pasar la página del conflicto mientras haya tantos espacios en blanco, tantos interrogantes abiertos, tantos duelos dilatados y tanto dolor contenido.
Hoy El Espectador acompaña a las víctimas. Desde Colombia 2020 estamos comprometidos a contar sus historias, a seguir haciendo preguntas, a creer que una paz con verdad y reconciliación es posible si solucionamos esta deuda histórica que cargamos todos encima.
¿Está en desacuerdo con este editorial? Envíe su antieditorial de 500 palabras a elespectadoropinion@gmail.com.
Nota del director. Necesitamos lectores como usted para seguir haciendo un periodismo independiente y de calidad. Por favor, considere adquirir una suscripción digital y apostémosle al poder de la palabra.
La desaparición no es un hecho del pasado. Con esa frase, 217 familias de personas desaparecidas forzosamente en Colombia, apoyadas por la Unidad de Búsqueda de Personas dadas por Desaparecidas, convocan hoy a hacer un homenaje en el Día Internacional de las Víctimas de Desapariciones Forzadas. Es, al mismo tiempo, un recordatorio de lo crueles que son las desapariciones: son una agonía latente, que persiste, que no se apaga, que condena a las familias al limbo de no saber qué ocurrió, a perder la esperanza y, al mismo tiempo, no poder hacer un duelo, a tener que construir sus vidas con una espada de Damocles encima que no los abandona.
Es difícil llorar lo invisible. Los seres humanos estamos construidos para lo tangible, para hacer duelos que parten de claridades. Tantas víctimas mortales por culpa del conflicto armado nos han dejado muchas tragedias, pero al menos las familias han podido, en muchos casos, hacer entierros, despedirse, emprender el proceso mental de conversar con el duelo. ¿Pero qué ocurre cuando no es claro lo que sucedió? ¿Cómo se procesa la realidad de una persona que salió un día y nunca regresó? ¿De qué manera se hace el duelo si ni siquiera sabemos que la persona está muerta, si no tenemos su cuerpo para la ceremonia fúnebre? Esos son los dilemas que tienen que enfrentar las víctimas de las desapariciones forzadas.
No son pocas. Se estima que en Colombia hay unas 120 mil personas desaparecidas. Tampoco es un problema superado: solo en 2019 se presentaron 93 nuevas desapariciones. Los datos del Comité Internacional de la Cruz Roja arrojan que cada cuatro días se ha documentado un nuevo caso de desaparición relacionado con el conflicto y la violencia armada. Peor aún: son delitos con tasa de impunidad altísima. Es decir, es un sufrimiento que continúa y continúa, mientras las familias claman respuestas.
Una de las decisiones más acertadas y apuestas más ambiciosas del Acuerdo de La Habana fue la creación de la Unidad de Búsqueda de Personas dadas por Desaparecidas. Se trató del reconocimiento de que en el país, pese a todos los esfuerzos que se han hecho de esclarecimiento de los hechos atroces, no ha podido dar cuenta de las personas desaparecidas.
Desde su creación, la Unidad ha sido una aliada incansable de las víctimas. Gracias a que su intención no es operar como ente judicial, les ofrece a las personas que puedan tener información con total anonimidad. Lo único que piden es información que pueda ayudar a cerrar casos que llevan décadas abiertos. Ya ha podido encontrar algunos restos, que fueron entregados a las familias para llevar a cabo sus ritos funerarios.
Sin embargo, falta mucho. Muchísimo. Por eso tendríamos que estar apostándole a la paz de lleno, respaldando en todos los espacios a la Unidad y a las víctimas para encontrar a todos los colombianos y colombianas que nos faltan. No podemos pasar la página del conflicto mientras haya tantos espacios en blanco, tantos interrogantes abiertos, tantos duelos dilatados y tanto dolor contenido.
Hoy El Espectador acompaña a las víctimas. Desde Colombia 2020 estamos comprometidos a contar sus historias, a seguir haciendo preguntas, a creer que una paz con verdad y reconciliación es posible si solucionamos esta deuda histórica que cargamos todos encima.
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