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¡Quién hubiese predicho que la vía para la cura contra el alzhéimer pasa por varios municipios pequeños de Antioquia! Llegar a una conclusión como esa requiere una capacidad de observación superior, una disposición a la empatía que, unida a la curiosidad científica, puede producir grandes réditos para la Humanidad. Eso fue, precisamente, lo que le ocurrió al médico colombiano Francisco Lopera, quien acaba de fallecer y deja una carrera profesional ejemplar. Su mayor aporte es reconocer que enfocarse en las personas, en sus dolencias y sufrimientos, es la mejor manera de construir conocimiento científico y avanzar en la Medicina.
Lopera empezó a estudiar el alzhéimer cuando de eso poco se hablaba en Colombia. Le contó a El Espectador que lo hizo, frustrado por los malos tratos que recibían los pacientes. Tiene sentido: a sol de hoy, la demencia es una de las enfermedades degenerativas más crueles, que poco a poco va borrando los recuerdos de quien la padece, y que se convierte en un proceso muy difícil para quienes los rodean. Por eso la reacción era la hostilidad, la crueldad, la negligencia. Pero Lopera nos retó a pensarlo de manera diferente, a realizar un acompañamiento más humano. Hace apenas un par de años, dijo: “Si la familia no logra rodear al paciente y protegerlo de una manera muy efectiva, para que no esté angustiado, para que pueda convivir adecuadamente con la enfermedad, se descuadra mucho el paciente y sufre mucho. Hay que intervenir no solo al paciente, sino a la familia, y cuidar al cuidador. Nosotros decimos que lo más importante es cuidar al cuidador”.
Cuidando a los cuidadores y a los pacientes fue que Lopera lideró una de las investigaciones más influyentes a nivel mundial sobre el alzhéimer. Resulta que, por su curiosidad, vio que en Antioquia había casos de la enfermedad que se presentaban a muy temprana edad. Con rigurosidad científica, empezó a recolectar casos en distintos municipios de Antioquia. Hoy se han identificado 25 familias con más de 6.000 herederos: 1.200 de ellos son portadores de la “mutación paisa”. Los estudios que se han realizado han servido para entender cómo opera el alzhéimer, y son la clave para encontrar tratamientos que permitan curar la enfermedad. Lopera murió convencido de que estamos cerca de un avance de ese estilo y, cuando ocurra, Colombia habrá aportado a este desarrollo global.
Lo que más perdurará de su trabajo, sin embargo, son las relaciones que entabló con las familias del estudio. Lopera entendió que la ciencia tiene una vocación por dignificar la experiencia de las personas, por reconocer su sufrimiento, por aliviarlo donde sea posible y por acompañarlo donde no haya más respuestas. Eso hizo, durante décadas, ante una de las enfermedades más complejas. Allí donde la negligencia había hecho daño, él y su equipo entraron a reconstruir lazos y confianza, a apostarle a encontrar respuestas, y a crear mecanismos para vivir mejor. La Medicina, entendida no solo como la oportunidad de tratar unos síntomas, sino de cambiar la forma de vida, de comprender en su complejidad a los seres humanos, de apostarle a la empatía ante la adversidad. Por eso, a Lopera lo recuerdan, más que como un científico, como un amigo. El luto es nacional, por un gran ser humano.
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