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Estamos más deprimidos y estamos más ansiosos, y lo peor es que, como siempre, incluso desde antes de la pandemia, no tenemos las herramientas adecuadas y necesarias para enfrentar esas dos realidades. Un estudio de la revista médica The Lancet comprueba lo que ya hemos visto en distintos aspectos de la vida colombiana: el COVID-19, con sus tragedias, sus crisis de desempleo, sus confinamientos y sus cierres de escuelas y universidades, empeoró nuestra salud mental. La pandemia no atendida es la de la salud mental y seguirá cobrando vidas hasta que haya cambios estructurales en nuestra sociedad.
Las cifras son abrumadoras. Ya veníamos cargando una crisis de trastornos depresivos y de ansiedad. Los cálculos “normales”, con esas comillas gigantes debido a lo absurdo de toda la situación, indican que en el mundo en 2020 hubiésemos tenido 193 millones de casos de trastorno depresivo. En cambio, por la pandemia, tuvimos 246 millones de casos de depresión. Lo mismo pasó con la ansiedad: esperábamos 298 millones de casos, pero se reportaron por lo menos 347 millones. Con un añadido angustiante: es probable que esas cifras sean una subestimación del problema, dado que la abrumadora mayoría de los trastornos se sufren en silencio, escondidos, y pasan sin ser diagnosticados.
Las raíces de la ansiedad y la depresión son complejas, pero parten de algunas certezas. Sabemos, por ejemplo, que ciertos eventos vitales, como perder el trabajo, no tener medios de subsistencia o pasar mucho tiempo encerrados son detonantes de trastornos. También entendemos que a veces las razones no son tan aparentes y responden a aspectos biológicos, a situaciones personales de antaño y a la dificultad para enfrentar ciertas situaciones. Por eso, era de esperarse que los confinamientos, la crisis económica y todo lo que vino con el COVID-19 empeorara la situación.
Las mujeres fueron las más afectadas, porque sobre ellas recayó lo peor de la pandemia: fueron las que más empleos perdieron y no se han recuperado, se vieron encerradas en sus casas con parejas maltratadoras, tuvieron que encargarse de sus hijos que no podían ir al colegio y, además, sobrellevaron todas las tareas típicas de cuidado que vienen con las enfermedades. Se reportaron 52 millones de casos adicionales de ansiedad y 35 millones de depresión mayor diagnosticadas, en comparación con 2019. En Colombia, por cierto, la tasa de desempleo en mujeres sigue siendo el doble de aquella en hombres.
Después les siguen los jóvenes. Los picos de estos trastornos alcanzaron su punto máximo entre las personas de 20 a 24 años: 1.118 casos adicionales de trastorno depresivo mayor por cada 100.000 habitantes, y 1.331 casos adicionales de trastornos de ansiedad por cada 100.000 habitantes. Cerrar universidades y puestos de trabajo fue una fórmula letal para ellos.
Lo más angustiante es que todas estas personas no tienen a dónde acudir. En Colombia hay un supuesto cubrimiento en salud mental con el sistema de salud, pero la realidad es mucho más compleja. Los profesionales de la salud se quejan de malos pagos y jornadas insuficientes para atender problemas complejos; los pacientes reclaman citas en tiempos irracionales ante un sistema hostil; la educación emocional en colegios, universidades y espacios laborales es casi nula, y los prejuicios siguen llevando a que las personas no busquen ayuda. Esas fallas son estructurales. Estamos en mora de encontrar la vacuna para esa pandemia.
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