La proliferación de partidos no aporta al pluralismo
Colombia está dando vueltas en círculos en lo que concierne a la proliferación de partidos políticos. Con la Constitución de 1991 llegó una apertura deseada que, sin embargo, se descontroló y nos llevó a tener, en el año 2002, 64 partidos políticos, muchos de ellos de garaje y usados para lavarles la cara a proyectos criminales. Con reformas en 2003 y 2009, llegamos a tener 10 partidos que, no obstante, excluían a amplios sectores de la población. En los últimos años, por una serie de factores, hemos vuelto a una explosión de partidos con personería jurídica, al punto de que para las elecciones de este año van 28 reconocidos por el Consejo Nacional Electoral (CNE), y la cifra puede subir, pues hay varias decenas de solicitudes pendientes de ser decididas. Ese caos institucional abre la puerta a la corrupción, a los partidos personalistas con ideas políticas difusas y a que no haya proyectos claros de país con propuestas de largo aliento.
Es de celebrar que no exista más el bipartidismo excluyente. También que en el país haya pluralismo político, de manera que los colombianos puedan ver sus voces representadas en el amplio espectro ideológico de distintos partidos. Aunque lo que está ocurriendo no es la conformación de partidos diversos entre sí, sino de trincheras personalistas que carecen de una agenda clara de construcción de país. Es una lástima, porque justo en un año electoral lo que veremos será una desconexión entre la política nacional y la local. Entre las coaliciones que se darán, los movimientos “independientes” y las candidaturas por firmas, será muy difícil articular una visión clara de las ideologías que quieren respaldar los ciudadanos. Seguiremos en el descontrol.
Las alarmas están prendidas. Hablando con Blu Radio, la directora de la Misión de Observación Electoral (MOE), Alejandra Barrios, expresó “una gran preocupación por la proliferación de partidos políticos y de grupos significativos de ciudadanos, porque normalmente cuando esto pasa tenemos la compra de avales, partidos políticos que no son capaces de vigilar la financiación de las campañas... y se incrementan los delitos electorales”. Las elecciones locales suelen estar marcadas por los barones regionales, por los clanes tradicionales y por las prácticas clientelistas, que ahora podrán disfrazarse gracias a que el CNE está repartiendo personerías jurídicas sin mayor consideración de las consecuencias.
No es casualidad que el mayor ausente en este debate sea el Congreso. Son los legisladores los más interesados en que las normas establecidas se flexibilicen, pues están concentrados en mantener su poder regional y que sus aliados lleguen a alcaldías, gobernaciones, concejos y asambleas. Así, la reforma política en trámite no hace nada para evitar esta situación, y son los mismos congresistas los que están aprovechando para poder repartir avales a su antojo.
No se trata, hay que ser claros, de satanizar el pluralismo político. El problema es que el Estado colombiano no ha tomado una decisión sobre cómo quiere que sea su sistema electoral, lo que en la práctica hace que veamos ciclos de muchos partidos, seguidos de restricciones de los mismos. Sería hora de una discusión a largo plazo que permita a los ciudadanos participar, pero al mismo tiempo que se fortalezcan las colectividades para que no dependan de un apellido. Este desorden que estamos viviendo, nos tememos, terminará en desastre.
¿Está en desacuerdo con este editorial? Envíe su antieditorial de 500 palabras a elespectadoropinion@gmail.com.
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Colombia está dando vueltas en círculos en lo que concierne a la proliferación de partidos políticos. Con la Constitución de 1991 llegó una apertura deseada que, sin embargo, se descontroló y nos llevó a tener, en el año 2002, 64 partidos políticos, muchos de ellos de garaje y usados para lavarles la cara a proyectos criminales. Con reformas en 2003 y 2009, llegamos a tener 10 partidos que, no obstante, excluían a amplios sectores de la población. En los últimos años, por una serie de factores, hemos vuelto a una explosión de partidos con personería jurídica, al punto de que para las elecciones de este año van 28 reconocidos por el Consejo Nacional Electoral (CNE), y la cifra puede subir, pues hay varias decenas de solicitudes pendientes de ser decididas. Ese caos institucional abre la puerta a la corrupción, a los partidos personalistas con ideas políticas difusas y a que no haya proyectos claros de país con propuestas de largo aliento.
Es de celebrar que no exista más el bipartidismo excluyente. También que en el país haya pluralismo político, de manera que los colombianos puedan ver sus voces representadas en el amplio espectro ideológico de distintos partidos. Aunque lo que está ocurriendo no es la conformación de partidos diversos entre sí, sino de trincheras personalistas que carecen de una agenda clara de construcción de país. Es una lástima, porque justo en un año electoral lo que veremos será una desconexión entre la política nacional y la local. Entre las coaliciones que se darán, los movimientos “independientes” y las candidaturas por firmas, será muy difícil articular una visión clara de las ideologías que quieren respaldar los ciudadanos. Seguiremos en el descontrol.
Las alarmas están prendidas. Hablando con Blu Radio, la directora de la Misión de Observación Electoral (MOE), Alejandra Barrios, expresó “una gran preocupación por la proliferación de partidos políticos y de grupos significativos de ciudadanos, porque normalmente cuando esto pasa tenemos la compra de avales, partidos políticos que no son capaces de vigilar la financiación de las campañas... y se incrementan los delitos electorales”. Las elecciones locales suelen estar marcadas por los barones regionales, por los clanes tradicionales y por las prácticas clientelistas, que ahora podrán disfrazarse gracias a que el CNE está repartiendo personerías jurídicas sin mayor consideración de las consecuencias.
No es casualidad que el mayor ausente en este debate sea el Congreso. Son los legisladores los más interesados en que las normas establecidas se flexibilicen, pues están concentrados en mantener su poder regional y que sus aliados lleguen a alcaldías, gobernaciones, concejos y asambleas. Así, la reforma política en trámite no hace nada para evitar esta situación, y son los mismos congresistas los que están aprovechando para poder repartir avales a su antojo.
No se trata, hay que ser claros, de satanizar el pluralismo político. El problema es que el Estado colombiano no ha tomado una decisión sobre cómo quiere que sea su sistema electoral, lo que en la práctica hace que veamos ciclos de muchos partidos, seguidos de restricciones de los mismos. Sería hora de una discusión a largo plazo que permita a los ciudadanos participar, pero al mismo tiempo que se fortalezcan las colectividades para que no dependan de un apellido. Este desorden que estamos viviendo, nos tememos, terminará en desastre.
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