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Si el presidente de la República, Gustavo Petro, quiere ser reconocido como un demócrata, no puede continuar en su ambivalencia. Cuando se trata de enemigos ideológicos, es el primero en escribir en su cuenta de X, convocar a la comunidad internacional, invocar a la Organización de Estados Americanos e intervenir, sin reparo alguno, en la política interna de otros países. Cuando se trata de un aliado estratégico, la vía es la prudencia, que celebramos, pero que no puede llevarse hasta la complicidad con una tiranía. En el ajedrez que está jugando el mandatario con Venezuela tiene que dejar algo claro: Colombia no avalará lavarle la cara a un fraude evidente y a un gobierno autoritario y violento en sus formas.
Cuando Pedro Castillo intentó dar un golpe de Estado en Perú y fue destituido, el presidente Petro convirtió su cuenta de X en el principal escenario de una lucha diplomática. Lamentó la caída de Castillo, dijo exactamente cómo pensaba que debía proceder el país vecino y pidió la intervención de organismos internacionales. Cuando Bernardo Arévalo fue elegido en Guatemala y se enfrentó a intentos por no dejarlo posesionar, el apoyo del presidente Petro fue esencial y vehemente. No tuvo dudas en decretar ganadores y perdedores en esos escenarios, así como tampoco le ha temblado el criterio para romper relaciones con el gobierno de Benjamin Netanyahu en Israel. Cada una de esas manifestaciones hacen que su condescendencia con la dictadura que se tomó Venezuela y sus silencios sean ahora especialmente elocuentes.
Se dirá que la Cancillería pidió reconteo desde el primer día, lo que es cierto. También se dirá que el propio presidente Petro no ha querido reconocer el resultado, ha pedido auditoría y está jugando a no romper relaciones con un país clave, lo que también es verdadero, incluso explicable. Empero, cuando la Organización de Estados Americanos iba a pedir verificación de las actas por un mecanismo independiente, Colombia se abstuvo de votar con argumentos irrisorios. Ha surgido un temor que, esperamos, sea solo especulación. ¿Será que Andrés Manuel López Obrador, Lula da Silva y Gustavo Petro jugarán a mediar con el objetivo de que se lave la cara a la manipulación de los resultados en Venezuela? Al mandatario mexicano no le pedimos coherencia alguna porque su talante poco democrático es bien conocido, pero que eso ocurra con el brasileño y el colombiano deja muchísimo que desear.
Maduro no piensa dejar el poder. Que pida auditoría del Tribunal Supremo de Justicia es una burla, pues sus decisiones hace mucho tiempo son un capricho asociado al chavismo. Si Colombia insiste en diálogos infructuosos y pide respetar una “institucionalidad” secuestrada por el oficialismo venezolano, en la práctica estará avalando la tiranía. El Centro Carter, no un intruso, sino observador con invitación oficial a las elecciones en Venezuela, fue claro en decir que el proceso no fue democrático. La violencia del régimen y sus “colectivos” en estos días van sumando muertos y hay poca condena desde nuestro país. La persecución judicial a la oposición es poco disimulada en su interés autoritario. ¿Permitiremos todo eso solo porque Venezuela es un aliado importante para la paz total? Si la respuesta es afirmativa, por más maromas retóricas que adopte el presidente Petro, la realidad será clara: su defensa de la democracia no es más que oportunismo.
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