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Alemania ha tenido que aprenderlo a las malas. Junto con Italia, Francia y otros seis países, se encuentra en la mira de la Comisión Europea, entidad de la Unión Europea, por la ausencia de planes viables que recorten el problema de la polución.
No se trata, por cierto, de un capricho: según datos reproducidos por The Guardian, hay cerca de 130 ciudades europeas con niveles de contaminación que amenazan la vida de las personas. Cada año los servicios de salud de Europa gastan cerca de 20 billones de euros en enfermedades relacionadas con esta situación. Ya son más de 400.000 las personas que han muerto por la falta de acción.
En otras palabras, no se puede seguir esperando. Además, Alemania carga encima el lastre del escándalo de Volkswagen, que estaba haciendo trampa en los sistemas de cálculo de emisiones en sus vehículos.
En medio de ese contexto, Barbara Hendricks, ministra de Ambiente en Alemania, anunció que su país intentará algo radical: transporte público gratuito. Inicialmente se pondrá a prueba antes del final de este año en las ciudades de Bonn, Essen, Mannheim, Reutlingen y Herrenberg, pero se espera que sea una solución que se expanda al resto del país. Acompañando la medida, se ampliarán las restricciones a las emisiones de vehículos como buses y taxis, y se proponen incentivos para que las personas compartan sus vehículos.
El enemigo claro es el automóvil particular, pero a largo plazo la pelea es por conquistar el imaginario público. Que las personas entiendan como apenas lógico preferir el transporte público que las otras alternativas, descongestionando así las vías y reduciendo el impacto ambiental.
Ese es el tipo de cambios que el mundo entero ha debido intentar hace varios años, pero que por múltiples razones se han visto frustrados. Si Alemania triunfa, deberíamos seguir el ejemplo.
Por supuesto, comparar la potencia europea con nuestro país es ingenuo. Las principales ciudades de Colombia todavía tienen serios problemas de cubrimiento en el transporte público, que deben solucionarse antes de cualquier cambio a la gratuidad. Pero eso no significa que debamos continuar siendo complacientes con la ausencia de visión ambiciosa a corto, mediano y largo plazo.
Tanto en el transporte como en todos los temas que tocan la sostenibilidad ambiental del país, necesitamos sacudirnos la comodidad peligrosa en la que vivimos y apostar por verdaderos cambios de paradigma. Que nuestra lucha contra la contaminación deje de consistir en una defensa reactiva según la coyuntura y se convierta en varias políticas públicas que cambien como entendemos nuestra relación con el ambiente.