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Terminó, con innecesaria amargura, el período del argentino José Néstor Pékerman como director técnico de la selección de Colombia. Ya forma parte de la historia nacional no solo por sus increíbles resultados en la cancha, sino por los cambios profundos en la cultura que rodeaba a los jugadores. Sin embargo, queda la mancha negra de haberse marchado molesto con los periodistas del país. Es momento de hacer una reflexión sobre cómo tratamos a quienes buscan hacer su trabajo con profesionalismo y lejos de los favoritismos que abundan en Colombia.
Pékerman se va como el mejor técnico que ha tenido la selección. Los números lo respaldan. De 78 partidos en los que estuvo al frente, ganó 43, empató 18 y perdió 17, para un rendimiento del 62,87 %. Solo Francisco Maturana lo supera en el total de partidos disputados (106) y en victorias (51), pero con un rendimiento inferior (58,49 %).
Además, en los Mundiales no hay punto de comparación: Brasil 2014, en aquellos cuartos de final históricos, fue de lejos la mejor presentación internacional de Colombia. Rusia 2018 también vio a una selección que, pese a tener muchas bajas, jugó con carácter y un estilo claro. El argentino, que con 2.400 días de vinculación con la selección se convirtió en el técnico que más ha durado en ese cargo, le devolvió al país la capacidad de soñar con grandes hazañas.
Testimonio del éxito de Pékerman es que nos hizo olvidar con velocidad el desastre del que veníamos. Fueron 16 años sin mundiales, pero, tal vez más grave aún, se trató de décadas donde, más que selección, teníamos individualidades; personalidades que halaban para su propio lado y que tenían comportamientos poco profesionales fuera de la cancha. Generaciones de deportistas gloriosos se perdieron en la indisciplina y la falta de articulación.
Con la llegada del argentino se impuso la idea de que la selección es un proyecto compartido. Su acompañamiento fue esencial para el desarrollo de los principales talentos que tiene hoy Colombia. Por eso Radamel Falcao, en su despedida, agredeció que el técnico les transmitió “el significado y el valor que existen cuando nos ponemos la camiseta de nuestra selección”. James Rodríguez, por su parte, lo llamó su “mejor maestro”, quien lo ayudó a ser mejor de lo que creía posible.
El diagnóstico de Pékerman fue acertado: la selección estaba plagada de malas prácticas fuera de la cancha. Su decisión, al llegar, de cortar lazos con los periodistas y agentes que les hablaban al oído a los jugadores y los distraían rindió frutos. Al tener un grupo hermético, pudo cambiar la manera de pensar de los deportistas y promover la unión de los aficionados alrededor de una causa común.
Por eso es lamentable que se vaya diciendo que los periodistas “le han hecho mucho daño a la selección. La cantidad de mentiras y barbaridades que se dijeron de mí… pocos países hacen eso. Es una decepción muy grande”. Sus denuncias no deben caer en oídos sordos ni arrogantes. ¿Qué cambios deben darse en los medios, y en la cultura colombiana en general, para que situaciones así no se repitan?
Quien llegue a dirigir la selección viene a ocupar unos zapatos gigantes. Su primer decisión debe ser continuar con la cultura de la disciplina, profesionalización y compañerismo que dejó Pékerman.
Solo nos queda decir: gracias, profesor.
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