La oficina de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO) cometió un error al publicar un mapa donde daba la sensación de que la inseguridad alimentaria en Colombia era equiparable a la de países en donde el hambre es crónica. En ese sentido, las protestas de la canciller y vicepresidenta Marta Lucía Ramírez eran necesarias. El mismo director de la FAO, Alan Bojanic, reconoció la falla en público. Sin embargo, el impasse diplomático no debería llevar a ignorar las preocupantes recomendaciones que hizo el informe sobre Colombia.
Como bien dijo Bojanic, al ofrecerle disculpas a Colombia, el informe tenía como propósito “llamar la atención sobre la inseguridad alimentaria aguda de algunas poblaciones en el territorio, principalmente el tema de los migrantes venezolanos”. Y no es una situación menor. Según la información divulgada por la FAO, 7,3 millones de colombianos necesitarán asistencia alimentaria en 2022. Los 1,1 millones de migrantes venezolanos que huyeron de su país y se encuentran en nuestro territorio están en crisis, pues, según la oficina de la ONU, “hay restricciones de acceso humanitario muy altas en Colombia” para ellos. Finalmente, concluye que es probable “que la inseguridad alimentaria se deteriore aún más en Colombia durante los próximos meses debido a una combinación de inestabilidad política y económica (y) el impacto continuo de la crisis migratoria regional, amplificada por el desplazamiento interno”. Eso es gravísimo.
Al responder a la FAO, la canciller Ramírez resaltó el crecimiento de la economía en un 9,5 %, que las cifras de desnutrición se redujeron en un 39,1 % entre 2018 y 2020, y que tenemos una capacidad de autoabastecimiento “del 72 % de la producción agropecuaria que se demanda para el consumo interno de alimentos”. Todo eso es cierto y nos aleja de los países con los que el mapa de la FAO nos comparaba. Sin embargo, no niega que haya poblaciones en riesgos severos.
Basta con observar las cifras oficiales. Según el Departamento Nacional de Estadística (DANE), el 31 % de los colombianos no pueden comer tres veces al día. La recuperación económica ha sido desigual, dejando a las mujeres con una tasa de desempleo que es el doble de la de los hombres. El recuerdo de los pañuelos rojos colgados en las casas durante la pandemia nos lleva a la realidad de que hay hogares en “inseguridad alimentaria aguda”.
Adicionalmente, la situación de los migrantes venezolanos está lejos de ser óptima. Aunque el Gobierno Nacional ha hecho un esfuerzo monumental con el Estatuto de Protección Temporal, la realidad de cientos de miles de migrantes es precaria. Están bajo amenaza de los grupos armados, de las organizaciones de trata de personas y asediados por la pobreza y el hambre. La FAO buscaba evidenciar eso y es fundamental que el país no ignore el debate.
Entonces, sí, lamentable la gráfica que se usó para presentar el informe. Pero los datos siguen mereciendo entrar en alerta: que en Colombia no haya hambre es un reto urgente y por enfrentar.
¿Está en desacuerdo con este editorial? Envíe su antieditorial de 500 palabras a elespectadoropinion@gmail.com.
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Como bien dijo Bojanic, al ofrecerle disculpas a Colombia, el informe tenía como propósito “llamar la atención sobre la inseguridad alimentaria aguda de algunas poblaciones en el territorio, principalmente el tema de los migrantes venezolanos”. Y no es una situación menor. Según la información divulgada por la FAO, 7,3 millones de colombianos necesitarán asistencia alimentaria en 2022. Los 1,1 millones de migrantes venezolanos que huyeron de su país y se encuentran en nuestro territorio están en crisis, pues, según la oficina de la ONU, “hay restricciones de acceso humanitario muy altas en Colombia” para ellos. Finalmente, concluye que es probable “que la inseguridad alimentaria se deteriore aún más en Colombia durante los próximos meses debido a una combinación de inestabilidad política y económica (y) el impacto continuo de la crisis migratoria regional, amplificada por el desplazamiento interno”. Eso es gravísimo.
Al responder a la FAO, la canciller Ramírez resaltó el crecimiento de la economía en un 9,5 %, que las cifras de desnutrición se redujeron en un 39,1 % entre 2018 y 2020, y que tenemos una capacidad de autoabastecimiento “del 72 % de la producción agropecuaria que se demanda para el consumo interno de alimentos”. Todo eso es cierto y nos aleja de los países con los que el mapa de la FAO nos comparaba. Sin embargo, no niega que haya poblaciones en riesgos severos.
Basta con observar las cifras oficiales. Según el Departamento Nacional de Estadística (DANE), el 31 % de los colombianos no pueden comer tres veces al día. La recuperación económica ha sido desigual, dejando a las mujeres con una tasa de desempleo que es el doble de la de los hombres. El recuerdo de los pañuelos rojos colgados en las casas durante la pandemia nos lleva a la realidad de que hay hogares en “inseguridad alimentaria aguda”.
Adicionalmente, la situación de los migrantes venezolanos está lejos de ser óptima. Aunque el Gobierno Nacional ha hecho un esfuerzo monumental con el Estatuto de Protección Temporal, la realidad de cientos de miles de migrantes es precaria. Están bajo amenaza de los grupos armados, de las organizaciones de trata de personas y asediados por la pobreza y el hambre. La FAO buscaba evidenciar eso y es fundamental que el país no ignore el debate.
Entonces, sí, lamentable la gráfica que se usó para presentar el informe. Pero los datos siguen mereciendo entrar en alerta: que en Colombia no haya hambre es un reto urgente y por enfrentar.
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