Cada tanto en Colombia retumba el macabro eco de la intransigencia del Eln. La guerrilla, sentada en La Habana para dialogar con el Gobierno de Gustavo Petro, tiene una larga historia de burlarse del país, de cobrar la vida de forma indiscriminada de los uniformados, de aterrorizar poblaciones y de no tener una genuina voluntad de paz. Lo aprendió rápido el entonces presidente Iván Duque con la bomba en la Escuela de Cadetes de Policía General Santander, que dejó a 22 uniformados jóvenes muertos. Ahora al presidente Petro, que llegó con la mano abierta y una propuesta generosa para alcanzar la paz, el Eln responde con otro ataque explosivo, esta vez asesinando a siete soldados que prestaban servicio militar y a dos suboficiales. Las tragedias son la moneda de cambio de una guerrilla desconectada de la realidad y los clamores de la sociedad colombiana.
El ataque en la vereda Villanueva del municipio El Carmen, en Norte de Santander, fue cruel y mortal. Con explosivos, el Eln atacó a un pelotón de soldados del Batallón Especial Energético y Vial del Ejército Nacional. No fue una agresión provocada, solo un cálculo perverso más en la larga historia de guerra fratricida que lidera esa guerrilla. El presidente Petro fue claro en su mensaje sobre lo ocurrido: “Repudio total al ataque al pelotón del Ejército en Catatumbo, siete soldados que prestaban su servicio militar y dos suboficiales, soldados de la nación y del Gobierno del cambio, asesinados por quienes hoy están absolutamente alejados de la paz y del pueblo”. Así es, el Eln, con su arrogancia y su violencia, sigue jugando con las esperanzas del país.
Hoy está convocada a la Casa de Nariño la delegación del Gobierno en la mesa con el Eln. El jefe de la delegación, Otty Patiño, dijo que propondrá “hacer prioritaria la exigencia del cese al fuego y de hostilidades como condición necesaria para adelantar la participación de la sociedad civil en este proceso”. Está sobre la mesa, también, levantar los diálogos ante el daño rotundo realizado contra la Fuerza Pública. Colombia, no obstante, tiene experiencia de negociar en medio del conflicto y las apuestas para la paz a veces requieren tomar decisiones difíciles, como insistir en el diálogo a pesar de las atrocidades.
Se puede (y se debe) condenar la violencia irracional del Eln y, al mismo tiempo, desear que las negociaciones no se tiren por la borda. Eso sí, el Estado colombiano no puede ser ingenuo. El cese al fuego se convirtió en un requisito esencial para poder seguir avanzando. Si pactarlo no es una posibilidad, entonces la guerrilla no tiene voluntad de paz y no hay otra opción que seguir en el conflicto. Porque, una vez más, nos encontramos ante una oportunidad histórica en riesgo de desperdiciarse por el actuar de esta guerrilla.
El Eln tiene que entender que con estos actos pierde cualquier legitimidad social que esté intentando construir. Puede seguir en su lógica aislada de la guerra, de la violencia cruel, o enfrentar con seriedad la mano abierta del Gobierno para alcanzar un acuerdo. Necesitamos ver que le apuestan a la paz de verdad.
¿Está en desacuerdo con este editorial? Envíe su antieditorial de 500 palabras a elespectadoropinion@gmail.com.
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Cada tanto en Colombia retumba el macabro eco de la intransigencia del Eln. La guerrilla, sentada en La Habana para dialogar con el Gobierno de Gustavo Petro, tiene una larga historia de burlarse del país, de cobrar la vida de forma indiscriminada de los uniformados, de aterrorizar poblaciones y de no tener una genuina voluntad de paz. Lo aprendió rápido el entonces presidente Iván Duque con la bomba en la Escuela de Cadetes de Policía General Santander, que dejó a 22 uniformados jóvenes muertos. Ahora al presidente Petro, que llegó con la mano abierta y una propuesta generosa para alcanzar la paz, el Eln responde con otro ataque explosivo, esta vez asesinando a siete soldados que prestaban servicio militar y a dos suboficiales. Las tragedias son la moneda de cambio de una guerrilla desconectada de la realidad y los clamores de la sociedad colombiana.
El ataque en la vereda Villanueva del municipio El Carmen, en Norte de Santander, fue cruel y mortal. Con explosivos, el Eln atacó a un pelotón de soldados del Batallón Especial Energético y Vial del Ejército Nacional. No fue una agresión provocada, solo un cálculo perverso más en la larga historia de guerra fratricida que lidera esa guerrilla. El presidente Petro fue claro en su mensaje sobre lo ocurrido: “Repudio total al ataque al pelotón del Ejército en Catatumbo, siete soldados que prestaban su servicio militar y dos suboficiales, soldados de la nación y del Gobierno del cambio, asesinados por quienes hoy están absolutamente alejados de la paz y del pueblo”. Así es, el Eln, con su arrogancia y su violencia, sigue jugando con las esperanzas del país.
Hoy está convocada a la Casa de Nariño la delegación del Gobierno en la mesa con el Eln. El jefe de la delegación, Otty Patiño, dijo que propondrá “hacer prioritaria la exigencia del cese al fuego y de hostilidades como condición necesaria para adelantar la participación de la sociedad civil en este proceso”. Está sobre la mesa, también, levantar los diálogos ante el daño rotundo realizado contra la Fuerza Pública. Colombia, no obstante, tiene experiencia de negociar en medio del conflicto y las apuestas para la paz a veces requieren tomar decisiones difíciles, como insistir en el diálogo a pesar de las atrocidades.
Se puede (y se debe) condenar la violencia irracional del Eln y, al mismo tiempo, desear que las negociaciones no se tiren por la borda. Eso sí, el Estado colombiano no puede ser ingenuo. El cese al fuego se convirtió en un requisito esencial para poder seguir avanzando. Si pactarlo no es una posibilidad, entonces la guerrilla no tiene voluntad de paz y no hay otra opción que seguir en el conflicto. Porque, una vez más, nos encontramos ante una oportunidad histórica en riesgo de desperdiciarse por el actuar de esta guerrilla.
El Eln tiene que entender que con estos actos pierde cualquier legitimidad social que esté intentando construir. Puede seguir en su lógica aislada de la guerra, de la violencia cruel, o enfrentar con seriedad la mano abierta del Gobierno para alcanzar un acuerdo. Necesitamos ver que le apuestan a la paz de verdad.
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