La aplastante victoria en las elecciones, de Donald Trump frente a Kamala Harris, representa un fuerte timonazo en los Estados Unidos. El expresidente logró en las urnas una victoria avasalladora que no se esperaba: ganó el voto popular, el Colegio Electoral, el Senado, gran posibilidad de hacerse con la Cámara, triunfó en los siete estados bisagra, indispensables para llegar a la Casa Blanca, y obtuvo la mayoría del voto latino. La democracia del país del norte volverá a tener un presidente populista, demagogo, xenófobo, proteccionista, aislacionista y nacionalista, con las consecuencias internas e internacionales que están por venir.
En sus primeras declaraciones, prometió “ayudar a sanar el país”, que vivirá una “edad de oro”, pues “vamos a arreglar todo lo que está mal”. Para lograrlo, se propone hacer una gran rebaja impositiva, en especial para las grandes empresas, llevar a cabo la mayor deportación de inmigrantes irregulares en la historia del país y establecer una fuerte política de aranceles, que hace presagiar una guerra comercial. En política internacional, bajo el lema de poner a los Estados Unidos primero, ha asegurado que resolverá los principales conflictos en el mundo, dejando a los aliados de Washington a su suerte. En el caso de Ucrania, se espera que presione a Kiev para que acepte las absurdas condiciones impuestas por Moscú. Se alejará de la OTAN y hará algo similar con las organizaciones multilaterales que no les sirvan a sus propósitos. Frente a Israel, dará carta blanca a su amigo Benjamin Netanyahu para consolidar todos los objetivos belicistas frente a Gaza, Líbano e Irán. Es conocida su simpatía, o gran cercanía, con dictadores como Vladímir Putin y Kim Jong-un, y con líderes de ultraderecha como el húngaro Viktor Orbán y el argentino Javier Milei.
Dentro de su populismo, Trump se sintonizó con un electorado que ha sufrido en el bolsillo las consecuencias de la inflación que dejó la pandemia. A pesar de que Joe Biden logró mejoras sustanciales en la macroeconomía, el ciudadano promedio todavía no se logra beneficiar. De otro lado, sin prueba alguna, convenció a los votantes de un aumento sustancial de la inseguridad, cuando la realidad estadística es que esta ha disminuido en el cuatrienio. Esto lo ha atribuido a los migrantes irregulares, en su inmensa mayoría latinos, que ingresan por la frontera sur, a los que acusa de todos los males que padece el país, comenzando por contaminar la sangre de los estadounidenses. Las mismas personas que creen que hace cuatro años hubo un gran fraude se hacen hoy eco de la cantidad de mentiras que Trump dice como verdades.
No se entiende desde afuera la realidad de que la primera potencia mundial le conceda la conducción del gobierno a un demagogo que ha demostrado su apatía por la ley, está condenado por 34 cargos en un primer proceso en Nueva York, cuya condena deberá conocerse pronto, y aguarda la decisión en otros tres juicios. Entre estos últimos están el asalto al Capitolio, el 6 de enero de 2021, para impedir que se reconociera el triunfo de Joe Biden, y otro por pedir que se cambiara el resultado electoral en Georgia. El expresidente prometió indultar a los condenados por los hechos del Capitolio, a quienes llama luchadores por la libertad.
El país del norte vive con esta elección un fuerte remezón que deja un nuevo mapa electoral. Por ahora el trumpismo parece desplazar al Partido Republicano, al que ha ido absorbiendo, y se ubica como la principal fuerza política. Dependiendo de la forma en que el reelecto expresidente maneje los retos que tiene por delante y la manera como el Partido Demócrata logre asimilar la derrota y reorganizarse, podría asentarse una fuerza populista y ultraconservadora como las que hay en otros lugares de la región y del mundo.
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La aplastante victoria en las elecciones, de Donald Trump frente a Kamala Harris, representa un fuerte timonazo en los Estados Unidos. El expresidente logró en las urnas una victoria avasalladora que no se esperaba: ganó el voto popular, el Colegio Electoral, el Senado, gran posibilidad de hacerse con la Cámara, triunfó en los siete estados bisagra, indispensables para llegar a la Casa Blanca, y obtuvo la mayoría del voto latino. La democracia del país del norte volverá a tener un presidente populista, demagogo, xenófobo, proteccionista, aislacionista y nacionalista, con las consecuencias internas e internacionales que están por venir.
En sus primeras declaraciones, prometió “ayudar a sanar el país”, que vivirá una “edad de oro”, pues “vamos a arreglar todo lo que está mal”. Para lograrlo, se propone hacer una gran rebaja impositiva, en especial para las grandes empresas, llevar a cabo la mayor deportación de inmigrantes irregulares en la historia del país y establecer una fuerte política de aranceles, que hace presagiar una guerra comercial. En política internacional, bajo el lema de poner a los Estados Unidos primero, ha asegurado que resolverá los principales conflictos en el mundo, dejando a los aliados de Washington a su suerte. En el caso de Ucrania, se espera que presione a Kiev para que acepte las absurdas condiciones impuestas por Moscú. Se alejará de la OTAN y hará algo similar con las organizaciones multilaterales que no les sirvan a sus propósitos. Frente a Israel, dará carta blanca a su amigo Benjamin Netanyahu para consolidar todos los objetivos belicistas frente a Gaza, Líbano e Irán. Es conocida su simpatía, o gran cercanía, con dictadores como Vladímir Putin y Kim Jong-un, y con líderes de ultraderecha como el húngaro Viktor Orbán y el argentino Javier Milei.
Dentro de su populismo, Trump se sintonizó con un electorado que ha sufrido en el bolsillo las consecuencias de la inflación que dejó la pandemia. A pesar de que Joe Biden logró mejoras sustanciales en la macroeconomía, el ciudadano promedio todavía no se logra beneficiar. De otro lado, sin prueba alguna, convenció a los votantes de un aumento sustancial de la inseguridad, cuando la realidad estadística es que esta ha disminuido en el cuatrienio. Esto lo ha atribuido a los migrantes irregulares, en su inmensa mayoría latinos, que ingresan por la frontera sur, a los que acusa de todos los males que padece el país, comenzando por contaminar la sangre de los estadounidenses. Las mismas personas que creen que hace cuatro años hubo un gran fraude se hacen hoy eco de la cantidad de mentiras que Trump dice como verdades.
No se entiende desde afuera la realidad de que la primera potencia mundial le conceda la conducción del gobierno a un demagogo que ha demostrado su apatía por la ley, está condenado por 34 cargos en un primer proceso en Nueva York, cuya condena deberá conocerse pronto, y aguarda la decisión en otros tres juicios. Entre estos últimos están el asalto al Capitolio, el 6 de enero de 2021, para impedir que se reconociera el triunfo de Joe Biden, y otro por pedir que se cambiara el resultado electoral en Georgia. El expresidente prometió indultar a los condenados por los hechos del Capitolio, a quienes llama luchadores por la libertad.
El país del norte vive con esta elección un fuerte remezón que deja un nuevo mapa electoral. Por ahora el trumpismo parece desplazar al Partido Republicano, al que ha ido absorbiendo, y se ubica como la principal fuerza política. Dependiendo de la forma en que el reelecto expresidente maneje los retos que tiene por delante y la manera como el Partido Demócrata logre asimilar la derrota y reorganizarse, podría asentarse una fuerza populista y ultraconservadora como las que hay en otros lugares de la región y del mundo.
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