Los nuevos desplazados internos
El Espectador
Esta semana, Colombia recibió un título deshonroso. Después de Siria, es el país del mundo con el mayor número de desplazados por culpa de las múltiples formas de violencia. No es un dato menor: los 7,4 millones de desplazados forzosos reconocidos por el Gobierno colombiano hasta el 2016 nos ubican por encima de países como Afganistán, Irak, Sudán del Sur y el Congo. El último informe de la Oficina del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (Acnur) es un testimonio histórico ineludible del daño que nos han causado el conflicto armado y todos los brotes violentos. Pero tal vez más preocupante aún son las denuncias de nuevos desplazados en lo que va del año. ¿Qué sucede y cómo puede evitarse?
El lunes pasado, Acnur reveló que ya hay más de 65,6 millones de desplazados en el mundo. A todas luces es un fracaso de la comunidad internacional y de la humanidad que tantas personas deban abandonar sus hogares por la violencia. A Colombia la siguen los afganos (con 4,7 millones de desplazados internos), Irak (4,2 millones), Sudán del Sur (3,3 millones), Sudán (2,9 millones), la República Democrática del Congo (2,9 millones), Somalia (2,6 millones), Nigeria (2,5 millones), Ucrania (2,1 millones) y Yemen (2,1 millones). Todos espacios que comparten la misma características: conflictos muchas veces largos y siempre crueles. No es una lista que produzca mucho orgullo.
Hay, no obstante, motivos para tener esperanza. El número de desplazados en Colombia por culpa del conflicto armado viene descendiendo cada año, no en menor medida gracias al Acuerdo de Paz entre el Gobierno y las Farc. Para un proceso de paz tan golpeado, esa cifra sirve de testimonio sobre sus beneficios y la importancia de seguir apostándole al desarme como proyecto nacional.
Dicho lo anterior, en lo que va de este año está ocurriendo algo muy preocupante: viene empeorando el número de desplazamientos internos. Según Jozef Merkx, representante en Colombia de Acnur, en entrevista con Efe, “desde principios de 2017 hemos visto nuevos enfrentamientos entre grupos armados en la costa Pacífica que han obligado a huir a grupos indígenas y afrocolombianos”. Los datos apuntan en que entre enero y mayo del 2017 se han presentado 42 desplazamientos masivos que obligaron a 7.371 personas a dejar sus hogares.
Las autoridades están sorprendidas con lo que está pasando, pero esta posibilidad se predijo en varias ocasiones durante las negociaciones. Como la violencia en el país no terminó (ni iba a terminar) con la desaparición de las Farc, los territorios de ausencia estatal que antes eran espacios de la guerrilla han quedado sin protección y el Estado no ha demostrado capacidad de llenar esos vacíos. El resultado son conflictos que tienen azotadas a las poblaciones, especialmente en el Pacífico. También ha sido la oportunidad para que grupos de narcotraficantes y otros tipos de organizaciones intenten expandir sus tentáculos, desencadenando nuevos desplazamientos.
La respuesta debe ser contundente y, aunque el Gobierno ha demostrado su voluntad, los resultados se están quedando cortos. Paradójicamente, Colombia se está convirtiendo lentamente en un receptor de refugiados, como está ocurriendo en la frontera con Venezuela. Entonces estamos ante una aparente contradicción donde se ven los frutos del fin del conflicto que vuelven atractivo al país, pero sigue habiendo procesos de desplazamiento sin soluciones inmediatas a la vista. Un reto urgente más para agregar a la lista de pendientes en este cambio de hoja histórico que Colombia está intentando hacer.
¿Está en desacuerdo con este editorial? Envíe su antieditorial de 500 palabras a yosoyespectador@gmail.com.
Esta semana, Colombia recibió un título deshonroso. Después de Siria, es el país del mundo con el mayor número de desplazados por culpa de las múltiples formas de violencia. No es un dato menor: los 7,4 millones de desplazados forzosos reconocidos por el Gobierno colombiano hasta el 2016 nos ubican por encima de países como Afganistán, Irak, Sudán del Sur y el Congo. El último informe de la Oficina del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (Acnur) es un testimonio histórico ineludible del daño que nos han causado el conflicto armado y todos los brotes violentos. Pero tal vez más preocupante aún son las denuncias de nuevos desplazados en lo que va del año. ¿Qué sucede y cómo puede evitarse?
El lunes pasado, Acnur reveló que ya hay más de 65,6 millones de desplazados en el mundo. A todas luces es un fracaso de la comunidad internacional y de la humanidad que tantas personas deban abandonar sus hogares por la violencia. A Colombia la siguen los afganos (con 4,7 millones de desplazados internos), Irak (4,2 millones), Sudán del Sur (3,3 millones), Sudán (2,9 millones), la República Democrática del Congo (2,9 millones), Somalia (2,6 millones), Nigeria (2,5 millones), Ucrania (2,1 millones) y Yemen (2,1 millones). Todos espacios que comparten la misma características: conflictos muchas veces largos y siempre crueles. No es una lista que produzca mucho orgullo.
Hay, no obstante, motivos para tener esperanza. El número de desplazados en Colombia por culpa del conflicto armado viene descendiendo cada año, no en menor medida gracias al Acuerdo de Paz entre el Gobierno y las Farc. Para un proceso de paz tan golpeado, esa cifra sirve de testimonio sobre sus beneficios y la importancia de seguir apostándole al desarme como proyecto nacional.
Dicho lo anterior, en lo que va de este año está ocurriendo algo muy preocupante: viene empeorando el número de desplazamientos internos. Según Jozef Merkx, representante en Colombia de Acnur, en entrevista con Efe, “desde principios de 2017 hemos visto nuevos enfrentamientos entre grupos armados en la costa Pacífica que han obligado a huir a grupos indígenas y afrocolombianos”. Los datos apuntan en que entre enero y mayo del 2017 se han presentado 42 desplazamientos masivos que obligaron a 7.371 personas a dejar sus hogares.
Las autoridades están sorprendidas con lo que está pasando, pero esta posibilidad se predijo en varias ocasiones durante las negociaciones. Como la violencia en el país no terminó (ni iba a terminar) con la desaparición de las Farc, los territorios de ausencia estatal que antes eran espacios de la guerrilla han quedado sin protección y el Estado no ha demostrado capacidad de llenar esos vacíos. El resultado son conflictos que tienen azotadas a las poblaciones, especialmente en el Pacífico. También ha sido la oportunidad para que grupos de narcotraficantes y otros tipos de organizaciones intenten expandir sus tentáculos, desencadenando nuevos desplazamientos.
La respuesta debe ser contundente y, aunque el Gobierno ha demostrado su voluntad, los resultados se están quedando cortos. Paradójicamente, Colombia se está convirtiendo lentamente en un receptor de refugiados, como está ocurriendo en la frontera con Venezuela. Entonces estamos ante una aparente contradicción donde se ven los frutos del fin del conflicto que vuelven atractivo al país, pero sigue habiendo procesos de desplazamiento sin soluciones inmediatas a la vista. Un reto urgente más para agregar a la lista de pendientes en este cambio de hoja histórico que Colombia está intentando hacer.
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