Las protestas eran predecibles. En Bogotá viene creciendo el descontento de los conductores de vehículos particulares por los cambios en el pico y placa, por los retrasos que producen los múltiples frentes de obra que hay en la capital y por los trancones, que se sienten cada vez más interminables. Aun así, el Distrito no tiene otra opción que seguir desincentivando el uso de los vehículos particulares, pues la ciudad necesita un respiro. En lo que sí ha fallado la Alcaldía es en abandonar la buena idea del carro compartido y, aún más importante, en contarles a los capitalinos cómo va a mejorar el transporte público para que se convierta en una opción viable para todas las personas.
Estamos en un cambio de paradigma. Hay una realidad que es difícil de aceptar, pero que las últimas alcaldías han reconocido tácitamente: Bogotá no puede ser una ciudad donde el principal método de transporte sea el vehículo particular. Las vías se quedaron pequeñas para el crecimiento poblacional y la situación no va a mejorar. Políticamente es una “papa caliente”, pues los millones de vehículos que hay en la capital no van a desaparecer de la noche a la mañana. Pero también es algo que la ciudadanía, más temprano que tarde, tendrá que reconocer.
El problema ha estado, claro, en que las alcaldías han hecho poco para crear alternativas factibles. El transporte público, en su estado actual, es inseguro, incómodo e incompleto, tres características que anulan su viabilidad como alternativa. Se están haciendo obras, es cierto, pero van a paso demasiado lento y queda la sensación de que tardaremos décadas en tener una ciudad donde movilizarse no sea una pesadilla y haya un reemplazo serio de los vehículos particulares. Esa ha sido una falla de las alcaldías y de los gobiernos nacionales, que se la han pasado estancados en peleas personalistas que no han puesto a la ciudad primero.
Entonces, es entendible la frustración. La organización de “No más abuso a los vehículos particulares”, que convocó las protestas que vimos ayer en Bogotá, dijo en un comunicado que “por primera vez los vehículos particulares sentaremos nuestra voz de protesta por el abuso y las improvisaciones de la Alcaldía. Somos muchos los usuarios de autos particulares que estamos afectados”. Vimos pancartas que decían que “el auto es una necesidad, no un lujo”, y denuncian el hecho de que exista el pico y placa solidario.
Lo que ocurre es que sin la variación en el pico y placa y sin desincentivar la compra de más autos, la Bogotá en obra sería intransitable. Sí, es el momento de los sacrificios y, lamentablemente, somos los ciudadanos los que debemos sobrellevar esa carga. Ahora, la Alcaldía podría, por ejemplo, revivir el uso del carro compartido, que es el tipo de movilidad que se debe fomentar. Reiteramos lo que dijimos aquí hace unas semanas: una buena medida no se puede sacrificar por unos cuantos infractores.
Bogotá necesita un plan ambicioso de movilidad que se cumpla, invierta en infraestructura para mejorar el transporte público y les traiga dignidad a los capitalinos. En este año electoral, ese debate resulta ineludible.
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Las protestas eran predecibles. En Bogotá viene creciendo el descontento de los conductores de vehículos particulares por los cambios en el pico y placa, por los retrasos que producen los múltiples frentes de obra que hay en la capital y por los trancones, que se sienten cada vez más interminables. Aun así, el Distrito no tiene otra opción que seguir desincentivando el uso de los vehículos particulares, pues la ciudad necesita un respiro. En lo que sí ha fallado la Alcaldía es en abandonar la buena idea del carro compartido y, aún más importante, en contarles a los capitalinos cómo va a mejorar el transporte público para que se convierta en una opción viable para todas las personas.
Estamos en un cambio de paradigma. Hay una realidad que es difícil de aceptar, pero que las últimas alcaldías han reconocido tácitamente: Bogotá no puede ser una ciudad donde el principal método de transporte sea el vehículo particular. Las vías se quedaron pequeñas para el crecimiento poblacional y la situación no va a mejorar. Políticamente es una “papa caliente”, pues los millones de vehículos que hay en la capital no van a desaparecer de la noche a la mañana. Pero también es algo que la ciudadanía, más temprano que tarde, tendrá que reconocer.
El problema ha estado, claro, en que las alcaldías han hecho poco para crear alternativas factibles. El transporte público, en su estado actual, es inseguro, incómodo e incompleto, tres características que anulan su viabilidad como alternativa. Se están haciendo obras, es cierto, pero van a paso demasiado lento y queda la sensación de que tardaremos décadas en tener una ciudad donde movilizarse no sea una pesadilla y haya un reemplazo serio de los vehículos particulares. Esa ha sido una falla de las alcaldías y de los gobiernos nacionales, que se la han pasado estancados en peleas personalistas que no han puesto a la ciudad primero.
Entonces, es entendible la frustración. La organización de “No más abuso a los vehículos particulares”, que convocó las protestas que vimos ayer en Bogotá, dijo en un comunicado que “por primera vez los vehículos particulares sentaremos nuestra voz de protesta por el abuso y las improvisaciones de la Alcaldía. Somos muchos los usuarios de autos particulares que estamos afectados”. Vimos pancartas que decían que “el auto es una necesidad, no un lujo”, y denuncian el hecho de que exista el pico y placa solidario.
Lo que ocurre es que sin la variación en el pico y placa y sin desincentivar la compra de más autos, la Bogotá en obra sería intransitable. Sí, es el momento de los sacrificios y, lamentablemente, somos los ciudadanos los que debemos sobrellevar esa carga. Ahora, la Alcaldía podría, por ejemplo, revivir el uso del carro compartido, que es el tipo de movilidad que se debe fomentar. Reiteramos lo que dijimos aquí hace unas semanas: una buena medida no se puede sacrificar por unos cuantos infractores.
Bogotá necesita un plan ambicioso de movilidad que se cumpla, invierta en infraestructura para mejorar el transporte público y les traiga dignidad a los capitalinos. En este año electoral, ese debate resulta ineludible.
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