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El Estado de la Unión estadounidense es verde. Y frágil. Ese podría ser el resumen del fondo del discurso que dio esta semana ante su Congreso el presidente de Estados Unidos, Joe Biden. Lo hace como un presidente debilitado, pues perdió la mayoría del Partido Demócrata en la Cámara de Representantes, lo cual garantiza que no se aprobarán nuevos proyectos ambiciosos, pero también como el líder de un partido que tiene buenas probabilidades de seguir en la Casa Blanca y retomar ambas cámaras en 2024. Más importante para el mundo, y para Colombia en particular, se trató de una muestra de que la democracia más rica del planeta está en medio de un proceso de transición energética acelerado que debería ser aprovechado para construir diplomacias verdes.
Más allá del ruido, de los gritos en el Congreso que lo tildaron de “mentiroso” y de la realidad que la democracia estadounidense está en cuidados intensivos, Biden, el presidente más viejo que ha ocupado ese cargo a sus 80 años, logró en dos años de mayorías aprobar leyes con reformas estructurales que tendrán impactos a largo plazo en su país y en el mundo. Bajo el pretexto de ser una ley para reducir la inflación, Biden y los demócratas aprobaron una serie de incentivos financieros que van a transformar la energía de ese país en un plazo corto. Ya estamos viendo cómo las fábricas de construcción de vehículos eléctricos, y de chips semiconductores, están regresando a Estados Unidos (y a México, que se ha beneficiado por el Tratado de Libre Comercio de América del Norte). Eso, junto con los miles de millones que se están invirtiendo en infraestructura, augura un país que se transformará radicalmente en los próximos años.
Claro, el abismo sigue cerca. Los radicales, especialmente de la ultraderecha, siguen fomentando ideas que vulneran los prospectos democráticos. Un Donald Trump cada vez más errático sigue destruyendo el prestigio de las instituciones y llevando a sus seguidores a la violencia retórica y, sí, podría volver a la Casa Blanca en las próximas elecciones. Biden y los demócratas a menudo se han quedado cortos en ofrecer respuestas y alternativas para conseguir la “unión” y la conciliación de la que habló el presidente en su discurso. No somos ingenuos: todavía puede sucumbir la democracia de ese país, con los efectos perversos que ya vimos que causa en el resto del mundo y con otra potencia mundial, China, aferrada a su autoritarismo mesiánico y cada vez más agresivo.
Empero, la realidad es que el estado de la unión bajo Biden ha sido un argumento contundente a favor de los cambios progresivos a través de la democracia, una muestra de cómo el país del capitalismo rampante puede humanizar sus instituciones y fomentar transformaciones para enfrentar la emergencia climática. Es extraño, en ese sentido, que el gobierno de Gustavo Petro esté más preocupado por entablar relaciones diplomáticas en otros horizontes cuando podría encontrar a un aliado cercano y viejo conocido en la administración Biden. ¿Por qué Colombia no está haciendo más por entablar esos lazos de ayuda en la agenda común de la transición energética, la protección del medio ambiente y el fortalecimiento de la democracia?
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