Más muertes en Venezuela
El brutal asesinato de la exmiss Venezuela y actriz Mónica Spear, de su pareja y las heridas a su hija de cinco años, mientas viajaban por el centro del país, ha puesto al gobierno del presidente Nicolás Maduro en calzas prietas por estos días.
El Espectador
Este hecho ha sido el detonante para evidenciar la gravedad de los cerca de veinticinco mil homicidios por año que han convertido el país vecino en uno de los más peligrosos de la región.
Como lo hemos mencionado antes en este espacio, la inflación, la corrupción, la ineficiencia gubernamental, la devaluación de la moneda y el deterioro en materia de seguridad azotan a Venezuela por igual. Cuando llegó el chavismo al poder, las cifras en este último campo, que no dejaban de ser preocupantes, estaban por el orden de los cinco mil homicidios por año. La palpable realidad de que la situación se ha multiplicado por cinco a lo largo de estos 15 años tiene, según los estudiosos del tema, diversas variantes.
En primer lugar, se demuestra que no hay una relación directa entre delincuencia común y las condiciones de pobreza. Si de acuerdo con los indicadores de la Cepal se registran mejoras en varios campos, ¿cómo es posible que al mismo tiempo hayan aumentado exponencialmente el delito y el número de hechos de sangre? En la sola ciudad de Caracas los periódicos registran, apenas los fines de semana, entre 30 y 60 asesinatos ocasionados por robos en los que se utiliza tal tipo de sevicia que terminan usualmente con la muerte de las víctimas.
El sociólogo Roberto Briceño León, director del Observatorio Venezolano de Violencia, ha venido desgajando de tiempo atrás la complejidad del problema. Dado que no existen datos oficiales creíbles, el Observatorio calcula la situación actual en 79 muertes por cada 100.000 habitantes, muy por encima de las 39 que reconoce el Gobierno. Cree que el crimen de Spear es “un grano más (…) en ese incremento sostenido de la violencia (…) en la última década”, con el agravante del mayor “ensañamiento en la ejecución de las acciones de los delincuentes”.
Para Briceño, el discurso del presidente Chávez estuvo cargado de violencia, elogio de la violencia y a los violentos, así como la descalificación y la amenaza permanente al contrario. Para un líder con honda llegada popular, este tipo de mensajes repetidos diariamente fueron una suerte de patente de corso para actuar. Algo que, de paso, debería servir de lección a quienes aquí en Colombia siguen creyendo que la virulencia en el discurso de nuestros líderes no tiene perversas consecuencias sobre la cultura social.
Todo agravado —y volvemos a Venezuela, pero el eco resuena también en lo local— por el hecho de la rampante impunidad. El dato del Observatorio es escalofriante: “para 1998, por cada 100 homicidios que se cometían en el país, hubo 118 detenciones. Desde hace cinco años, por cada 100 homicidios que se cometen en el país teníamos 8 o 9 detenciones”. Es decir, que en el 92% de los homicidios ni siquiera hay detenidos.
En este caso, como se trataba de una exreina de belleza y además actriz de telenovela, dos temas enraizados en la cultura popular venezolana, el tema adquirió tal dimensión que el presidente Maduro convocó, en buena hora, a los gobernadores y parte de los alcaldes electos recientemente para dialogar y buscar salidas concertadas. Entre ellos a Henrique Capriles Radonski, su principal contrincante en la oposición. Este es el tipo de acciones que hay que llevar a cabo para actuar de manera coordinada frente a una amenaza común a todos los ciudadanos. Es un paso en el camino correcto.
Los más escépticos recuerdan que ya con anterioridad se han anunciado medidas y leyes contra el delito, pero no han pasado de los anuncios o del despliegue de soldados en las calles, sin un efecto de fondo. Es de esperar que por fin prime la sensatez y que al otro lado de la frontera tanto tirios como troyanos decidan asumir conjuntamente esta batalla esencial contra la delincuencia y la violencia.
Este hecho ha sido el detonante para evidenciar la gravedad de los cerca de veinticinco mil homicidios por año que han convertido el país vecino en uno de los más peligrosos de la región.
Como lo hemos mencionado antes en este espacio, la inflación, la corrupción, la ineficiencia gubernamental, la devaluación de la moneda y el deterioro en materia de seguridad azotan a Venezuela por igual. Cuando llegó el chavismo al poder, las cifras en este último campo, que no dejaban de ser preocupantes, estaban por el orden de los cinco mil homicidios por año. La palpable realidad de que la situación se ha multiplicado por cinco a lo largo de estos 15 años tiene, según los estudiosos del tema, diversas variantes.
En primer lugar, se demuestra que no hay una relación directa entre delincuencia común y las condiciones de pobreza. Si de acuerdo con los indicadores de la Cepal se registran mejoras en varios campos, ¿cómo es posible que al mismo tiempo hayan aumentado exponencialmente el delito y el número de hechos de sangre? En la sola ciudad de Caracas los periódicos registran, apenas los fines de semana, entre 30 y 60 asesinatos ocasionados por robos en los que se utiliza tal tipo de sevicia que terminan usualmente con la muerte de las víctimas.
El sociólogo Roberto Briceño León, director del Observatorio Venezolano de Violencia, ha venido desgajando de tiempo atrás la complejidad del problema. Dado que no existen datos oficiales creíbles, el Observatorio calcula la situación actual en 79 muertes por cada 100.000 habitantes, muy por encima de las 39 que reconoce el Gobierno. Cree que el crimen de Spear es “un grano más (…) en ese incremento sostenido de la violencia (…) en la última década”, con el agravante del mayor “ensañamiento en la ejecución de las acciones de los delincuentes”.
Para Briceño, el discurso del presidente Chávez estuvo cargado de violencia, elogio de la violencia y a los violentos, así como la descalificación y la amenaza permanente al contrario. Para un líder con honda llegada popular, este tipo de mensajes repetidos diariamente fueron una suerte de patente de corso para actuar. Algo que, de paso, debería servir de lección a quienes aquí en Colombia siguen creyendo que la virulencia en el discurso de nuestros líderes no tiene perversas consecuencias sobre la cultura social.
Todo agravado —y volvemos a Venezuela, pero el eco resuena también en lo local— por el hecho de la rampante impunidad. El dato del Observatorio es escalofriante: “para 1998, por cada 100 homicidios que se cometían en el país, hubo 118 detenciones. Desde hace cinco años, por cada 100 homicidios que se cometen en el país teníamos 8 o 9 detenciones”. Es decir, que en el 92% de los homicidios ni siquiera hay detenidos.
En este caso, como se trataba de una exreina de belleza y además actriz de telenovela, dos temas enraizados en la cultura popular venezolana, el tema adquirió tal dimensión que el presidente Maduro convocó, en buena hora, a los gobernadores y parte de los alcaldes electos recientemente para dialogar y buscar salidas concertadas. Entre ellos a Henrique Capriles Radonski, su principal contrincante en la oposición. Este es el tipo de acciones que hay que llevar a cabo para actuar de manera coordinada frente a una amenaza común a todos los ciudadanos. Es un paso en el camino correcto.
Los más escépticos recuerdan que ya con anterioridad se han anunciado medidas y leyes contra el delito, pero no han pasado de los anuncios o del despliegue de soldados en las calles, sin un efecto de fondo. Es de esperar que por fin prime la sensatez y que al otro lado de la frontera tanto tirios como troyanos decidan asumir conjuntamente esta batalla esencial contra la delincuencia y la violencia.