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Un nuevo caso de turismo de abuso sexual en Medellín puso en evidencia, otra vez, que en esa ciudad hay un problema sistemático y de gran tamaño que las autoridades han sido incapaces de enfrentar. Timothy Alan Livingston, un ciudadano estadounidense de 36 años, entró en compañía de dos niñas menores de edad al lujoso hotel Gotham, en El Poblado, el barrio más turístico y lujoso de Medellín. Su objetivo, todo parece indicarlo, era abusar de ellas. A pesar de haber sido retenido 12 horas por la Policía, el hombre fue dejado en libertad y salió del país. Los anuncios rimbombantes de las autoridades no logran opacar el hecho de que Colombia no sabe qué hacer para detener la trata de personas y la explotación sexual infantil.
La Policía informó que cerraría el hotel por 10 días. Una sanción que, en palabras del alcalde de Medellín, Federico Gutiérrez, es “ridícula” por su falta de efectividad y severidad. El mismo mandatario intentó llevarse los reflectores con un anuncio poco útil: decretó que no se podrían ofrecer servicios sexuales en las zonas más turísticas y comerciales del barrio, y que los bares solo podrían operar hasta la 1 de la mañana durante el mes de abril. Paños de agua tibia que terminan persiguiendo a las mujeres más vulnerables, mientras la explotación sexual infantil continúa a través de redes sociales y protegida por los grupos criminales que mandan la parada en la capital de Antioquia.
Nos vemos en la obligación de mencionar lo obvio, dado que las autoridades están casadas con respuestas inútiles: el turismo sexual y la explotación sexual de menores de edad no es un problema exclusivamente localizado en El Poblado y no opera después de la 1 a.m. Cuando la Policía actúa, genera daños: hace menos de un mes vimos un caso igual donde los uniformados capturaron a una menor de edad, víctima de explotación, por presuntamente intentar robarle a su victimario, que quedó libre. Prioridades mal puestas, por decir lo menos.
Es positivo que la Alcaldía denuncie lo que está ocurriendo y que reconozca que las posibilidades que da la ley no son suficientes, pero su respuesta tampoco ataca la magnitud real del problema. El turismo sexual en Medellín es un asunto de vieja data, una herencia del narcotráfico, tras el cual operan redes de trata de personas y organizaciones criminales extranjeras. La demanda proviene de colombianos y turistas, lo que complejiza cualquier intervención.
En poco tiempo Medellín se convirtió en un destino turístico que no estaba preparado para serlo. La ciudad sigue marcada por enormes desigualdades que se han acentuado con la entrada masiva de capital extranjero: mientras que para los turistas encontrar en Medellín comodidades, lujos y una atención excelente, para quienes habitan la ciudad todo es cada vez más costoso. Por supuesto que el desarrollo económico es positivo, pero no puede ser a costa de la gente.
Detener el horror no es sencillo. Aunque quisiéramos que hubiese una solución directa, esto pasa por erradicar de raíz las redes criminales que azotan a Medellín, al mismo tiempo que se trabaja en empoderamiento de las niñas, niños y adolescentes en medio de una profunda desigualdad. Lo que es claro es que necesitamos menos show y más contundencia por parte de las autoridades, tanto a nivel local como nacional. Es urgente.
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