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El presidente de la República, Gustavo Petro, tiene la costumbre de distraer argumentativamente cuando está defendiendo alguno de sus errores. Lo hemos visto una y otra vez a lo largo de su vida política, pero un ejemplo particularmente notable ocurrió en estos días, cuando el mandatario salió a proteger a Daniel Rojas, su recién nombrado ministro de Educación. En una cartera esencial para el país y para las promesas del cambio que llevaron al Pacto Histórico hasta la Casa de Nariño, el presidente decidió abandonar la experticia para seleccionar a una persona cuya mayor cualidad es ser fiel a su proyecto político. Incluso por encima de personas dentro de sus propias filas con mayores calificaciones para el cargo.
Rojas, quien venía desempeñando una reconocida tarea como presidente de la Sociedad de Activos Especiales, llega sin mayor experiencia en el sector educativo a ocupar un cargo donde el Gobierno fracasó los primeros dos años. El primer ministro fue Alejandro Gaviria, quien fue despedido con poca ceremonia por el presidente cuando mostró su oposición a la reforma a la salud del gobierno y, por ello, es hoy uno de los principales opositores del estilo político de Petro. La segunda ministra fue Aurora Vergara, cercana a la vicepresidenta Francia Márquez, quien hizo una excelente tarea de construir consensos en torno al proyecto de ley estatutaria de educación, solo para ver cómo el esfuerzo se hundió en las últimas semanas de la pasada legislatura ante el dogmatismo inamovible. Esto es lo que no ha contado el presidente: en educación, más allá de la gratuidad universitaria, tiene muy poco para mostrar e incluso su mayor logro tambalea si no logra una reforma a la financiación de la Ley 30 de 1992.
Por eso, resulta extraña la designación de Rojas. No tiene peso en el gremio de la educación, no tiene mayor experiencia, no se le conocen sus propuestas audaces ni su capacidad de liderazgo. Surgieron toda una colección de publicaciones suyas en redes sociales donde utiliza un lenguaje soez para expresarse en contra de políticos y de medios de comunicación. El presidente Petro dice que hacer esa crítica es concentrarse en “las formas estéticas”, pero va mucho más allá de eso: la cuenta de X de Rojas muestra a una persona amante del estilo de las bodegas, incapaz de dar debates complejos con empatía, atrincherado en su radicalismo y su falta de rigurosidad intelectual. Que el nuevo ministro se exprese de manera similar a las bodegas tuiteras que tanto celebran en la Casa de Nariño no es coincidencia, sino una muestra de la manera en que al presidente le gusta que se haga la política.
Por ejemplo, el presidente Petro dice que Rojas llega para “lograr que el niño aprenda a pensar con independencia”. Sin embargo, su manera propia de pensar es proclive a las conspiraciones, que tienen poco de independencia y sí mucho de sesgo. Siendo ya presidente de la SAE, respondió a la decisión de la Corte Constitucional sobre el decreto de emergencia en La Guajira con un trino digno de enmarcar: “nos permitieron ganar las elecciones para simular una democracia, pero la realidad es que se pasan por la faja la voluntad del pueblo, se burlan del pueblo, priman los intereses de los poderosos”. ¿Esa es la independencia mental que desea el presidente que se enseñe en Colombia? ¿La de la crítica a las instituciones desde la estigmatización? ¿La de las teorías de la conspiración por encima del buen juicio?
Dice el presidente Petro que Rojas ha sido valiente en el manejo de los bienes incautados al narcotráfico. No lo dudamos. Pero eso no es credencial para dirigir el Ministerio de Educación. Tampoco oculta lo que está ocurriendo: un presidente que se atrinchera en sus alfiles más fieles, por encima de si son idóneos para los cargos que ocupan.
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