Las instituciones colombianas son reacias a la crítica. Frente a denuncias públicas que pueden servir como puerta de entrada a reflexiones más profundas sobre cómo, por ejemplo, estamos educando a los soldados de la patria, la respuesta típica es creer que una investigación que individualice a los responsables es medida suficiente para solucionar el problema. Eso es lamentable y precisamente lo que ha pasado con el Batallón de Ayacucho, en Manizales, después de que la columnista Adriana Villegas diera a conocer en La Patria unos cantos con contenido misógino entonados por los militares. Ante una oportunidad de introducir el enfoque de género, los encargados del batallón han preferido creer que se trata de unas cuantas “manzanas podridas”.
La columna de Villegas se volvió viral gracias a varias organizaciones feministas y a que su contenido era contundente. En ella, la columnista de La Patria relata cómo se puede oír a los soldados entonar canciones de este estilo: “Un minuto antes de morir / Escuché la voz de mi novia / Que con voz de perra me decía / Si te mueres se lo doy al policía”; “Yo nunca tuve madre, ni nunca la tendré / Si alguna vez yo tuve, con mis manos la ahorqué. / Yo nunca tuve novia, ni nunca la tendré, / Si alguna vez yo tuve, los ojos le saqué”.
Como respuesta, el Ejército Nacional dijo que “los términos usados en los cantos o animaciones referenciados no corresponden a ninguna instrucción o doctrina militar impartida dentro de la institución (...) frente a la situación denunciada, este comando inició la verificación correspondiente para identificar a los uniformados que habrían incurrido en esta mala práctica y fortalecer la capacitación en derechos humanos a este personal”. Por supuesto, en ningún momento había dudas sobre si el contenido de las canciones fuera parte de la “doctrina militar” oficial, pero ese no es el punto. Según ha contado la misma Villegas, no es la primera vez que algo así ocurre dentro del Ejército. Hay toda una tradición oral de entonar canciones que deshumanizan y promueven la violencia. No son apoyadas desde los textos oficiales de la institución, pero claramente ocurren dentro de un marco de complicidad.
Como le dijo Villegas a El Espectador, la investigación es inocua, pues el “núcleo del asunto es que hay unos cantos que existen en muchos batallones del país, desde hace mucho tiempo, y que se han tolerado porque son parte de una tradición oral. ¿Cómo se soluciona eso? Hay que reconocer que es un problema de cultura institucional y eso se transforma con pedagogía”. Estamos de acuerdo. Concentrarse en el aspecto sancionatorio es creer que la solución se reduce a unas cuantas personas y hemos visto que no es el caso.
Este año hemos tenido que hablar mucho de la cultura dentro de la Fuerza Pública. Las preguntas siguen vigentes. Llamar a declaración a una periodista para encontrar unas cuantas manzanas podridas es buscar la fiebre en las sábanas. ¿Cuándo hablaremos, con sinceridad, de cómo estamos educando a quienes nos deben proteger?
¿Está en desacuerdo con este editorial? Envíe su antieditorial de 500 palabras a elespectadoropinion@gmail.com.
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Las instituciones colombianas son reacias a la crítica. Frente a denuncias públicas que pueden servir como puerta de entrada a reflexiones más profundas sobre cómo, por ejemplo, estamos educando a los soldados de la patria, la respuesta típica es creer que una investigación que individualice a los responsables es medida suficiente para solucionar el problema. Eso es lamentable y precisamente lo que ha pasado con el Batallón de Ayacucho, en Manizales, después de que la columnista Adriana Villegas diera a conocer en La Patria unos cantos con contenido misógino entonados por los militares. Ante una oportunidad de introducir el enfoque de género, los encargados del batallón han preferido creer que se trata de unas cuantas “manzanas podridas”.
La columna de Villegas se volvió viral gracias a varias organizaciones feministas y a que su contenido era contundente. En ella, la columnista de La Patria relata cómo se puede oír a los soldados entonar canciones de este estilo: “Un minuto antes de morir / Escuché la voz de mi novia / Que con voz de perra me decía / Si te mueres se lo doy al policía”; “Yo nunca tuve madre, ni nunca la tendré / Si alguna vez yo tuve, con mis manos la ahorqué. / Yo nunca tuve novia, ni nunca la tendré, / Si alguna vez yo tuve, los ojos le saqué”.
Como respuesta, el Ejército Nacional dijo que “los términos usados en los cantos o animaciones referenciados no corresponden a ninguna instrucción o doctrina militar impartida dentro de la institución (...) frente a la situación denunciada, este comando inició la verificación correspondiente para identificar a los uniformados que habrían incurrido en esta mala práctica y fortalecer la capacitación en derechos humanos a este personal”. Por supuesto, en ningún momento había dudas sobre si el contenido de las canciones fuera parte de la “doctrina militar” oficial, pero ese no es el punto. Según ha contado la misma Villegas, no es la primera vez que algo así ocurre dentro del Ejército. Hay toda una tradición oral de entonar canciones que deshumanizan y promueven la violencia. No son apoyadas desde los textos oficiales de la institución, pero claramente ocurren dentro de un marco de complicidad.
Como le dijo Villegas a El Espectador, la investigación es inocua, pues el “núcleo del asunto es que hay unos cantos que existen en muchos batallones del país, desde hace mucho tiempo, y que se han tolerado porque son parte de una tradición oral. ¿Cómo se soluciona eso? Hay que reconocer que es un problema de cultura institucional y eso se transforma con pedagogía”. Estamos de acuerdo. Concentrarse en el aspecto sancionatorio es creer que la solución se reduce a unas cuantas personas y hemos visto que no es el caso.
Este año hemos tenido que hablar mucho de la cultura dentro de la Fuerza Pública. Las preguntas siguen vigentes. Llamar a declaración a una periodista para encontrar unas cuantas manzanas podridas es buscar la fiebre en las sábanas. ¿Cuándo hablaremos, con sinceridad, de cómo estamos educando a quienes nos deben proteger?
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