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En poco más de un mes, Vladimir Putin será reelegido para su quinto mandato presidencial. Con eso llegará a más de tres décadas en el poder. Las noticias producidas desde el Kremlin hablarán de una participación histórica y de un voto de confianza del pueblo ruso a un líder en tiempos de guerra no solo contra Ucrania, sino contra el expansionismo de Occidente. Las redes sociales se llenarán de testimonios a favor del mandatario, con particular eco en los países de Latinoamérica, donde la propaganda rusa tiene fuerte influencia. No dirán, claro, que los dos únicos posibles opositores para las elecciones fueron descalificados de la contienda con argumentos endebles. Tampoco contarán que desde que inició la invasión a Ucrania, según OVD-Info unas 19.855 personas han sido arrestadas por manifestarse contra el régimen. Un nombre tampoco se mencionará: el de Alexéi Navalni, quien osó denunciar la corrupción de Putin y sus aliados. La ley del hielo sigue operando en Rusia.
Entrar a redes sociales y buscar el nombre de Navalni es encontrarse con dos relatos opuestos. Por un lado, la Unión Europea y Estados Unidos lamentando la muerte de un luchador anticorrupción y prodemocracia. Por otro, las redes de desinformación rusa acusándolo de neonazi, desestabilizador, ultranacionalista y hasta de haber sido víctima de las vacunas contra el COVID-19. En el medio quedan los líderes latinoamericanos, como el presidente de Brasil, Lula da Silva, quien se negó en público a hacer una declaración contundente sobre lo ocurrido, o la misma Cancillería colombiana, con una poco característica timidez al responder a Rusia.
En este mundo de posverdad, cualquier relato es sujeto de convertirse en propaganda, de abrumar a las personas en medio de tantos gritos y versiones cruzadas. Sirve, quizá, centrarse en los hechos: a Navalni lo intentaron envenenar dos veces justo cuando había publicado videos que denunciaban corrupción en el Kremlin. Cuando volvió a Rusia después de su último intento de asesinato, fue encarcelado y enviado a un sistema penitenciario conocido por sus pésimas condiciones de derechos humanos. Murió bajo custodia del Gobierno ruso. El principal opositor a Vladimir Putin estaba bajo el cuidado del Estado y aun así murió.
Podemos seguir con los datos: los opositores de Putin tienen la mala suerte de amanecer muertos, envenenados incluso fuera de Rusia. De nuevo según OVD-Info, hay 833 casos penales contra ciudadanos que han expresado estar en contra de la invasión a Ucrania. Boris Nadezhdin, único candidato opositor para las próximas elecciones presidenciales, fue vetado por la Comisión Electoral rusa el 8 de febrero por supuestamente presentar firmas falsas. Ya sea gracias a “tragedias coincidenciales” o gracias al sistema judicial y electoral, nadie en Rusia puede alzar la voz contra Putin. Quien sepa sumar que sume.
Tal vez la imagen más elocuente ocurrió después de la muerte de Navalni. Más de 200 personas fueron arrestadas por ir a dejar flores en homenaje al fallecido. Ni siquiera esos gestos de humanidad caben en el autoritarismo ruso. Lo que muestra que el miedo verdadero reside en la cabeza del Kremlin.
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