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¿A nadie ya le importa lo que sucede en Venezuela? El régimen de Nicolás Maduro sigue atrincherado en su intransigencia, en sus mentiras y en su clara manipulación del debate público mientras la comunidad internacional se mueve entre la inacción y la complicidad. Es inaceptable que China, Irán y Rusia sean defensores de lo que a todas luces fue un fraude electoral evidente, pero poco se puede esperar de sus gobiernos (aunque China, con su deseo de ser una influencia global, debería empezar a responder por sus alianzas con autócratas violadores de derechos humanos). Lo que no se comprende es la pasividad del resto del mundo democrático. Estados Unidos está distraído en sus propias elecciones, la Unión Europea se estrella con su irrelevancia, México muestra desinterés por la región, Brasil da golpes de autoridad sin mucho efecto y Colombia sigue surfeando la ambivalencia. El resultado es una inercia que angustia.
La diplomacia venezolana se ha convertido en un ejercicio de bravuconadas. Lo sabe el canciller colombiano, Luis Gilberto Murillo, quien ayer recibió la descarga de odio de Yván Gil Pinto, canciller venezolano. Murillo dijo lo obvio y lo necesario: “La presentación de las actas (resultados electorales) debe realizarse antes de que culmine el actual período presidencial, el 10 de enero de 2025. De lo contrario, como ya lo ha expresado el señor presidente (Gustavo Petro), Colombia no otorgará reconocimiento a los resultados”. En respuesta, Gil le dijo que “se arrepentirá de la constante intromisión” y agregó: “Ante los micrófonos de la prensa aflora el chantaje que recibe desde la ultraderecha y de Estados Unidos de Norteamérica, atacando por la espalda, con falsas narrativas que no es capaz de discutir frente a frente”.
Es necesario hacer énfasis en lo ridícula que es la posición de la dictadura venezolana. Colombia no está pidiendo gran cosa. Si hubo un resultado electoral garantizado por actas, ¿cuál es el temor a publicarlas? ¿Por qué llevan meses sin hacerlo? Son, literalmente, los papeles que se expiden el mismo día del conteo. La posición de nuestro país, que algunos han pedido que sea más vehemente, es pedir ver las pruebas de la elección para certificar el resultado. Nada más, nada menos. Ante eso, la respuesta de la Cancillería venezolana son la violencia verbal y la hostilidad. Con eso lo dicen todo. Al régimen le da pánico mostrar los resultados reales porque los venezolanos votaron masivamente en contra de Maduro. El que no quiera ver es porque tiene intereses en juego.
Lo mismo ha ocurrido con Brasil. Lula da Silva, es necesario reconocerlo, adoptó una posición de altura al negarse a la entrada de Venezuela a los BRICS. Dijo que se sintió traicionado, como en efecto ha ocurrido. Maduro y compañía se aprovecharon de la generosidad brasileña para atornillarse en el poder. Como ahora el mandatario brasileño no les sigue el juego, la respuesta es la misma: la agresividad verbal.
El régimen Maduro es insostenible. Cualquiera que lo apoye lo hace en medio del delirio y la negación de la realidad. Eso es comprensible en países como China, que ven en nuestros territorios una simple opción de negocios, pero es inaceptable en otros que mantienen una indebida neutralidad. El pueblo venezolano exige atención global. ¿Hasta cuándo se permitirá la permanencia de la dictadura en el vecino país?
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