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Ningún beso tiene que esconderse ni temerse

03 de agosto de 2022 - 05:00 a. m.
Las formas de amar distintas no implican ningún riesgo; no hay nada de malo en la diversidad sexual y mucho menos en las identidades de género no hegemónicas.
Las formas de amar distintas no implican ningún riesgo; no hay nada de malo en la diversidad sexual y mucho menos en las identidades de género no hegemónicas.
Foto: Gustavo Torrijos Zuluaga

El video es aterrador, no tanto por inusual sino porque pone de presente un centenar de violencias que viven ocultas. Varias señoras, vecinas de un parque en Engativá (Bogotá), agreden a una pareja de hombres que cometieron el pecado mortal de darse un beso en público. Una incluso amenaza con golpearlos con una escoba. Les dicen que eso no se hace en ese espacio, que por favor piensen en los niños. En últimas, encarnan el eco de décadas de exclusión, ese discurso tan conocido que ve en la diferencia sexual una amenaza, una anomalía, algo que debe ser censurado, erradicado de la vista. Lo lamentable es que esta es la violencia que tantas personas sufren a diario. ¿Y todo por qué? ¿Desde cuándo un beso se convirtió en un delito?

El rechazo no se hizo esperar. Hubo una besatón de personas LGBTI en el parque donde tuvo lugar la agresión; la alcaldesa de Bogotá intervino; vimos un justo escándalo por lo ocurrido. Aun así, quedan varios sinsabores: los jóvenes, que trabajan en la zona, seguirán con el miedo de ser agredidos en algún momento por los mismos vecinos, tal vez de formas menos públicas; las agresoras continuarán con sus prejuicios, creyendo que lo que hicieron está bien y encontrando justificaciones para su violencia; el prejuicio seguirá destruyendo familias, cortando proyectos de vida, generando tanto dolor innecesario.

Porque, y en esto tenemos que ser claros, no es solo esta agresión. Un estudio que hemos citado en este espacio con anterioridad, elaborado por la Universidad de California en Los Ángeles (UCLA), encontró datos dolorosos: una de cada cuatro personas LGBT en Colombia ha pensado en quitarse la vida, el 72 % reporta haber sentido angustia psicológica, el 60 % ha experimentado violencia verbal y tres de cada cuatro fueron matoneadas antes de cumplir 18 años. ¿Cuántas imágenes, análogas a las del parque de Engativá, no vemos? ¿Cuántos espacios siguen siendo cómplices de la violencia, de la censura, de la erradicación de la diferencia?

Abundan las historias de personas que, al salir del clóset, pierden a familias enteras. Las personas trans viven en un mundo hostil, donde cada trámite, cada espacio que ocupan, está lleno de violencias en su contra. Hemos avanzado en derechos, sí, pero en el día a día el rechazo continúa; el tabú tiene ecos en todo el país. Lo más triste del video con la escoba y la agresión es que se siente como la representación de la Colombia que no vemos, pero que tantas personas padecen.

Ante eso no queda más que la lucha. El orgullo lleva a la normalización, a comprender que las formas de amar distintas no implican ningún riesgo, que no hay nada de malo en la diversidad sexual y mucho menos en las identidades de género no hegemónicas. Necesitamos hablar de orientación sexual e identidad de género en los colegios, en las casas, en los medios, en todos los espacios posibles. Porque aquí hay un falso debate: por un lado, unas personas LGBTI que lo único que desean es existir en paz; por el otro, personas que las ven, sin motivos, como amenazas y que las quieren condenar al silencio y a esconderse. Colombia necesita que todos sus ciudadanos se sientan seguros. Para eso necesitamos la igualdad.

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