Le está pasando factura al gobierno de Gustavo Petro nombrar a personas sin experiencia, tacto ni prudencia en embajadas importantes. Es difícil identificar qué fue peor en el actuar reciente de León Fredy Muñoz, embajador colombiano en Nicaragua: si su participación alegre en una marcha convocada por la dictadura, su notable ignorancia sobre las violaciones a derechos humanos que comete ese régimen o su carta de respuesta al escándalo, donde pretende presentar su actuar como una “estrategia” diplomática. Colombia no debe tener representantes que comulguen con dictaduras y vean con buenos ojos la opresión de pueblos enteros.
Hace apenas unos meses celebrábamos que la Cancillería de Álvaro Leyva y el mismo presidente Petro hubieran abandonado su ambigüedad frente a los actos criminales de Daniel Ortega. Cuando el régimen sandinista les quitó la nacionalidad a varios opositores que expulsó de Nicaragua, la Cancillería fue contundente: “Colombia rechaza los dictatoriales procederes de quien hace traer a la memoria los peores momentos de la dictadura de Anastasio Somoza que el sandinismo logró superar”. Contrasta esto con el actuar del embajador Muñoz, quien salió a celebrar una manifestación del régimen y dijo, sin atisbo de ironía o reflexión, que ve en Nicaragua a “un pueblo alegre, un pueblo bonito, un pueblo amable y, sobre todo, un pueblo que está convencido de su revolución”. Nos preguntamos: ¿en ese pueblo incluye a los desterrados que buscan asilo por el mundo sin siquiera poder tener pasaporte nicaragüense? ¿O se refiere acaso a los 351 muertos en manifestaciones contra Ortega? ¿Alguna consideración ameritan las más de 3.000 ONG cerradas por la dictadura?
Lo más lamentable del actuar de Muñoz, quien es cuota de la Alianza Verde en el Gobierno, es que representa la peor versión de la izquierda latinoamericana: incapaz de condenar a quienes ve cercanos ideológicamente. Añadiendo razones para criticar su proceder, la respuesta del embajador insulta la inteligencia de los colombianos. “El relacionamiento del embajador, con el Gobierno de Nicaragua, debe ser estratégico para poder llevar a cabo la mejor representación de Colombia, la cual tiene que dejar de ser vista únicamente como un símbolo o una figura decorativa”, escribió, argumentando que su actuación era acorde con su labor. Claro, la diplomacia exige prudencia e inteligencia, pero salir a celebrar la dictadura y además decir que el “pueblo” está contento con la revolución cuando abundan las denuncias de violaciones a derechos humanos es hacer propaganda, no proteger los intereses de Colombia.
El objetivo del presidente Petro es convertir a Colombia en un referente en diplomacia regional, pero su Cancillería se la ha pasado de tropiezo en tropiezo. Desde el desastre de Armando Benedetti en Caracas, quien, por cierto, todavía continúa en su cargo, pasando por el nombramiento de Sebastián Guanumen como cónsul en Chile y de Álvaro Moisés Ninco Daza como embajador en México, hasta aterrizar en Muñoz, parece que la política exterior está más dedicada a pagar favores políticos que a priorizar nombramientos útiles para el país. Las consecuencias están sobre la mesa. El representante de Colombia en Nicaragua salió a celebrar la dictadura. ¡Inconcebible!
¿Está en desacuerdo con este editorial? Envíe su antieditorial de 500 palabras a elespectadoropinion@gmail.com.
Nota del director. Necesitamos de lectores como usted para seguir haciendo un periodismo independiente y de calidad. Considere adquirir una suscripción digital y apostémosle al poder de la palabra.
Le está pasando factura al gobierno de Gustavo Petro nombrar a personas sin experiencia, tacto ni prudencia en embajadas importantes. Es difícil identificar qué fue peor en el actuar reciente de León Fredy Muñoz, embajador colombiano en Nicaragua: si su participación alegre en una marcha convocada por la dictadura, su notable ignorancia sobre las violaciones a derechos humanos que comete ese régimen o su carta de respuesta al escándalo, donde pretende presentar su actuar como una “estrategia” diplomática. Colombia no debe tener representantes que comulguen con dictaduras y vean con buenos ojos la opresión de pueblos enteros.
Hace apenas unos meses celebrábamos que la Cancillería de Álvaro Leyva y el mismo presidente Petro hubieran abandonado su ambigüedad frente a los actos criminales de Daniel Ortega. Cuando el régimen sandinista les quitó la nacionalidad a varios opositores que expulsó de Nicaragua, la Cancillería fue contundente: “Colombia rechaza los dictatoriales procederes de quien hace traer a la memoria los peores momentos de la dictadura de Anastasio Somoza que el sandinismo logró superar”. Contrasta esto con el actuar del embajador Muñoz, quien salió a celebrar una manifestación del régimen y dijo, sin atisbo de ironía o reflexión, que ve en Nicaragua a “un pueblo alegre, un pueblo bonito, un pueblo amable y, sobre todo, un pueblo que está convencido de su revolución”. Nos preguntamos: ¿en ese pueblo incluye a los desterrados que buscan asilo por el mundo sin siquiera poder tener pasaporte nicaragüense? ¿O se refiere acaso a los 351 muertos en manifestaciones contra Ortega? ¿Alguna consideración ameritan las más de 3.000 ONG cerradas por la dictadura?
Lo más lamentable del actuar de Muñoz, quien es cuota de la Alianza Verde en el Gobierno, es que representa la peor versión de la izquierda latinoamericana: incapaz de condenar a quienes ve cercanos ideológicamente. Añadiendo razones para criticar su proceder, la respuesta del embajador insulta la inteligencia de los colombianos. “El relacionamiento del embajador, con el Gobierno de Nicaragua, debe ser estratégico para poder llevar a cabo la mejor representación de Colombia, la cual tiene que dejar de ser vista únicamente como un símbolo o una figura decorativa”, escribió, argumentando que su actuación era acorde con su labor. Claro, la diplomacia exige prudencia e inteligencia, pero salir a celebrar la dictadura y además decir que el “pueblo” está contento con la revolución cuando abundan las denuncias de violaciones a derechos humanos es hacer propaganda, no proteger los intereses de Colombia.
El objetivo del presidente Petro es convertir a Colombia en un referente en diplomacia regional, pero su Cancillería se la ha pasado de tropiezo en tropiezo. Desde el desastre de Armando Benedetti en Caracas, quien, por cierto, todavía continúa en su cargo, pasando por el nombramiento de Sebastián Guanumen como cónsul en Chile y de Álvaro Moisés Ninco Daza como embajador en México, hasta aterrizar en Muñoz, parece que la política exterior está más dedicada a pagar favores políticos que a priorizar nombramientos útiles para el país. Las consecuencias están sobre la mesa. El representante de Colombia en Nicaragua salió a celebrar la dictadura. ¡Inconcebible!
¿Está en desacuerdo con este editorial? Envíe su antieditorial de 500 palabras a elespectadoropinion@gmail.com.
Nota del director. Necesitamos de lectores como usted para seguir haciendo un periodismo independiente y de calidad. Considere adquirir una suscripción digital y apostémosle al poder de la palabra.