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Han sido días de horror para muchos miembros de la Policía Nacional. Hace una semana, un carro bomba en Santander de Quilichao (Cauca) asesinó a tres uniformados y destruyó la estación. Además, en el marco de los desmanes y disturbios que han sido perpretados por vándalos que aprovechan el paro nacional, son más de 300 los policías heridos. En Neiva, hace unos días, vimos cómo una papa bomba cayó entre varios policías y uno quedó gravemente herido. Este tipo de violencia contra quienes se comprometieron a proteger a los colombianos es inaceptable y merece el rechazo vehemente del país entero.
Hasta el lunes pasado, se contaba un total de 347 uniformados heridos por los disturbios. Esa cifra ha venido aumentando en estos días, pues la hostilidad ha sido palpable. Como le contó el policía Kevin Lora a Noticias Caracol, “cuando fuimos a requisar a una persona sospechosa, al momento de trasladarla hacia la URI, la comunidad nos empezó a tirar piedra”. David Martínez, otro uniformado, le dijo al noticiero que “estábamos salvaguardando la vida de los usuarios del SITP, me encontraba en la estación de Transmilenio de la Jiménez. De ambos lados me tiraban rocas, hasta que me golpearon la rodilla”.
Hay casos más extremos. Un policía perdió un ojo en las protestas. El martes pasado, en Neiva, en medio de los desórdenes, una papa bomba dejó en estado crítico a un uniformado. Según el general Norberto Mujica, comandante de la Región Dos de Policía, “hemos analizado todos los videos que han circulado y no tenemos duda de que el artefacto fue lanzado por una de las personas que se encontraban en la protesta, y que terminó impactando contra nuestro policía”. Expresamos nuestra solidaridad con las familias de todos los afectados.
Más allá de actuaciones puntuales que se le puedan cuestionar a la Policía, la realidad es que esa institución ha sido esencial en estos días para proteger a los ciudadanos y, sí, a los manifestantes. El jueves y viernes de la semana pasada, cuando Cali y Bogotá entraron en pánico por desmanes y noticias falsas, fueron los uniformados los llamados a mantener el orden y a comunicarles a las personas que no había motivos para caer presas del pánico. Sin ellos, la situación hubiera podido agravarse de manera trágica.
Lo mismo puede decirse sobre innumerables situaciones en estos días. La protección a las estaciones de Transmilenio, la captura de quienes han intentado sabotear el paro utilizándolo como excusa para el vandalismo y el constante contacto con la comunidad, todas son labores que no han pasado inadvertidas.
Debemos conocer quiénes fueron los responsables de los distintos ataques. La autoridad y el Estado deben respetarse, de eso no hay duda. Lo ocurrido en Santander de Quilichao se ha tratado, de manera adecuada, como un acto de terrorismo y las autoridades deben poder dar respuestas. En esta Colombia que queremos construir entre todos, ninguna de las partes puede tener miedo. Eso incluye a los policías.
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