No nos quedemos en un homenaje a Paola Melissa
El Espectador
El asesinato de Paola Melissa Aguirre Valderrama, estudiante de 19 años de comunicación social en la Universidad Jorge Tadeo Lozano, parece la crónica de una muerte anunciada. Como ella, son cientos de miles las mujeres que se ven atrapadas en relaciones tóxicas donde no queda más opción que rogar que la violencia no sea la solución que sus exparejas adopten. Pero, en demasiados casos, la situación termina en tragedias frustrantes. Las autoridades, las universidades y la sociedad en general hacen poco para enfrentar el problema.
Al parecer, Juan Camilo Carvajal Zamora, de 20 años, exnovio de Aguirre Valderrama, fue a buscarla cuando ella decidió ponerle fin a la relación. Una vez en la vivienda de la joven, presuntamente Carvajal tomó un cuchillo y la asesinó.
Según testigos, Aguirre había decidido terminar la relación, entre muchos motivos, por los celos invasivos de Carvajal. El asesinato es muestra de que la joven se encontraba atrapada por una relación tóxica. Lo frustrante es que no es un caso excepcional. Aunque no todas terminan en homicidio (pero un número enorme sí acaba así), son innumerables las mujeres que ven su vida destruida por parejas y exparejas que se creen sus dueños y exigen dependencia y obediencia. Hombres que no ceden espacios y contra los cuales no hay herramientas de protección.
¿Qué puede hacer una mujer que esté siendo acosada por una expareja? Poco, pues las medidas judiciales son ineficientes y no hay otros espacios a donde acudir.
Por eso, es reprochable que la Fiscalía haya dicho que “se trató de un ataque de ira; una sed de venganza” por parte del presunto agresor. No, esa es la excusa dada históricamente para los feminicidios, hombres que perdieron los estribos. El ente investigador debería estar hablando de una discriminación más profunda, de una cultura que les dice a los hombres que las mujeres son objetos de su propiedad. Esa es la raíz de los feminicidios, esa idea perversa de que se puede disponer de la vida de una mujer si ella no quiere ser como el hombre espera que sea. Este es un delito de odio.
Los estudiantes de la Universidad Jorge Tadeo Lozano organizaron un homenaje para Aguirre. Aunque acompañamos ese acto, necesario, esta es una oportunidad para preguntarnos: ¿qué están haciendo nuestras instituciones educativas para crear espacios de apoyo a las mujeres? ¿Hay mecanismos de denuncia contra compañeros y profesores acosadores? ¿Hay redes de acompañamiento? ¿Hay herramientas de empoderamiento que les digan que no están solas, que no deben soportar la presión de las parejas tóxicas? Si bien hay avances, esa es una falla y una deuda enorme que tienen las universidades en toda Colombia.
Necesitamos, también, más indignación en la sociedad. Pareciera que la abundancia de los feminicidios nos ha insensibilizado, pero no es el momento para callar. La movilización debe ser constante para dar debates en todos los espacios donde las mujeres han sido dejadas a su suerte, para contrarrestar ese movimiento contracultural que argumenta que el feminismo y sus reivindicaciones perdieron vigencia. Las cifras hablan de una desigualdad profunda que desencadena en violencia cruel. ¿Hasta cuándo?
¿Está en desacuerdo con este editorial? Envíe su antieditorial de 500 palabras a yosoyespectador@gmail.com.
El asesinato de Paola Melissa Aguirre Valderrama, estudiante de 19 años de comunicación social en la Universidad Jorge Tadeo Lozano, parece la crónica de una muerte anunciada. Como ella, son cientos de miles las mujeres que se ven atrapadas en relaciones tóxicas donde no queda más opción que rogar que la violencia no sea la solución que sus exparejas adopten. Pero, en demasiados casos, la situación termina en tragedias frustrantes. Las autoridades, las universidades y la sociedad en general hacen poco para enfrentar el problema.
Al parecer, Juan Camilo Carvajal Zamora, de 20 años, exnovio de Aguirre Valderrama, fue a buscarla cuando ella decidió ponerle fin a la relación. Una vez en la vivienda de la joven, presuntamente Carvajal tomó un cuchillo y la asesinó.
Según testigos, Aguirre había decidido terminar la relación, entre muchos motivos, por los celos invasivos de Carvajal. El asesinato es muestra de que la joven se encontraba atrapada por una relación tóxica. Lo frustrante es que no es un caso excepcional. Aunque no todas terminan en homicidio (pero un número enorme sí acaba así), son innumerables las mujeres que ven su vida destruida por parejas y exparejas que se creen sus dueños y exigen dependencia y obediencia. Hombres que no ceden espacios y contra los cuales no hay herramientas de protección.
¿Qué puede hacer una mujer que esté siendo acosada por una expareja? Poco, pues las medidas judiciales son ineficientes y no hay otros espacios a donde acudir.
Por eso, es reprochable que la Fiscalía haya dicho que “se trató de un ataque de ira; una sed de venganza” por parte del presunto agresor. No, esa es la excusa dada históricamente para los feminicidios, hombres que perdieron los estribos. El ente investigador debería estar hablando de una discriminación más profunda, de una cultura que les dice a los hombres que las mujeres son objetos de su propiedad. Esa es la raíz de los feminicidios, esa idea perversa de que se puede disponer de la vida de una mujer si ella no quiere ser como el hombre espera que sea. Este es un delito de odio.
Los estudiantes de la Universidad Jorge Tadeo Lozano organizaron un homenaje para Aguirre. Aunque acompañamos ese acto, necesario, esta es una oportunidad para preguntarnos: ¿qué están haciendo nuestras instituciones educativas para crear espacios de apoyo a las mujeres? ¿Hay mecanismos de denuncia contra compañeros y profesores acosadores? ¿Hay redes de acompañamiento? ¿Hay herramientas de empoderamiento que les digan que no están solas, que no deben soportar la presión de las parejas tóxicas? Si bien hay avances, esa es una falla y una deuda enorme que tienen las universidades en toda Colombia.
Necesitamos, también, más indignación en la sociedad. Pareciera que la abundancia de los feminicidios nos ha insensibilizado, pero no es el momento para callar. La movilización debe ser constante para dar debates en todos los espacios donde las mujeres han sido dejadas a su suerte, para contrarrestar ese movimiento contracultural que argumenta que el feminismo y sus reivindicaciones perdieron vigencia. Las cifras hablan de una desigualdad profunda que desencadena en violencia cruel. ¿Hasta cuándo?
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