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En medio del fervor de las marchas convocadas desde el mismo Gobierno esta semana, el presidente de la República, Gustavo Petro, hizo varias afirmaciones temerarias y que pretenden confundir a los colombianos. Su obsesión con denunciar un supuesto golpe de Estado blando en su contra, al posicionarse a sí mismo como una víctima y a sus críticos como los perpetradores de una conspiración antidemocrática, lo llevó a sembrar más división y polarización, como si hiciera falta en este país desmembrado. Ante su evidente falta de gobernabilidad e incapacidad de persuasión a las fuerzas políticas diversas, el mandatario ha decidido atrincherarse en el populismo y el victimismo, adoptando estrategias de autocracias extranjeras y despertando más temores para los tres años que quedan de su mandato.
“No se atrevan a romper con la democracia porque se encontrarán con un gigante: el pueblo en las calles”, dijo el presidente, para enseguida no ver problema en compararse con Pedro Castillo, expresidente de Perú. Lo señaló abiertamente, refiriéndose a las denuncias en su contra en la Comisión de Acusación de la Cámara de Representantes, al sugerir que sus opositores quieren “hacer lo mismo que se hizo en Perú: llevar al presidente a la cárcel y cambiar el gobierno. Eso es un golpe blando. Es un golpe de Estado. Es un golpe contra la voluntad popular”. Aquí el presidente se equivoca y, de paso, pretende confundir a los colombianos. El mandatario elude mencionar que Castillo dio la orden de cerrar el Congreso, alterar el funcionamiento de la Rama Judicial y buscar el apoyo de las fuerzas militares, razones por las que está siendo procesado por la justicia de su país. Fue él quien intentó dar un golpe de Estado, desde la Presidencia, al ver que no podía triunfar en los mecanismos institucionales establecidos por la Constitución. ¿Por qué la comparación? ¿Acaso nos está notificando que son casos análogos y que está dispuesto a tomar acciones como las de Castillo si sus reformas no se aprueban? Es un referente, cuando menos, preocupante.
Tanto más en cuanto tampoco cuenta el presidente que las denuncias en su contra en el Congreso, es decir, en el marco institucional, surgen por el desastre interno de su propio gobierno. Las sospechas no se han plantado desde afuera: fue su propia jefa de despacho, Laura Sarabia, quien aceptó, si es que no solicitó, someter al polígrafo a una trabajadora doméstica; fue su propio embajador en Caracas, Armando Benedetti, quien dio razones para dudar de la financiación de la campaña presidencial en la Costa Caribe; fueron sus propios ministros quienes quisieron imponer reformas sin aceptar razones y provocaron la explosión en mil pedazos de la coalición de gobierno; fue su propia decisión cambiar a la mitad de su gabinete sin siquiera cumplir un año en la Presidencia. Si hay una crisis, es sobre todo una autoinfligida.
Es cierto que sectores de la oposición tienen discursos radicales (¿acaso la izquierda opositora no los tuvo hasta hace un año?); también lo es que procuradora y fiscal han politizado sus actuaciones; los medios de comunicación merecemos sin duda críticas a errores que hemos cometido en cubrimientos puntuales, pero nada de eso es un intento de golpe de Estado. No se equivoque, presidente, ni pretenda confundir a los colombianos. Es largo todavía el tiempo de su mandato, pero la vía escogida del atrinchenamiento, bajo el discurso engañoso de la victimización, no hace más que alejar a quienes están dispuestos a aportar al cambio, pero no apenas inclinando la cabeza. Los enemigos de ese cambio, que los hay y muchos, hoy celebran viendo cómo se derrumba cualquier posibilidad de consenso alrededor de las transformaciones que muchos colombianos consideran urgentes y que creyeron que con usted eran realizables. El camino de la persuasión es todavía posible. Pero, sobre todo, es el único verdaderamente democrático.
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