Este miércoles, la embajada rusa en Colombia expresó su complacencia con una decisión del presidente Gustavo Petro. “Valoramos mucho que los equipamientos militares rusos utilizados por el Ejército Nacional no serán entregados a Ucrania”, escribieron los representantes diplomáticos. “Consideramos que tal postura es realista y corresponde plenamente a los intereses nacionales de Colombia”, concluyeron. Esas palabras deberían ser suficientes para despertar reflexiones en el presidente y en el Palacio de San Carlos, pero tales reflexiones no ocurrirán. Excusado en un supuesto discurso de paz, nuestro mandatario adopta una neutralidad peligrosa, que bien podría ser ingenua o, en el peor de los casos, cómplice con los delitos que ha venido cometiendo Vladimir Putin al invadir Ucrania.
El presidente Petro ya ha mostrado una particular debilidad en el tema de la invasión rusa a Ucrania. Cuando era candidato, y le preguntaron por el tema, dio una respuesta repulsiva: “Qué Ucrania ni qué ocho cuartos; tenemos que dedicarnos es aquí a Colombia, cómo nos salvamos nosotros mismos. No vamos a poder ayudar ni a Rusia ni a Ucrania ni a Estados Unidos, tenemos es que ayudarnos es nosotros”. Paradójico en un político que, desde que llegó a la Presidencia, no ha parado de hablar de construir liderazgos internacionales y ser parte de las grandes discusiones del mundo.
Ya siendo mandatario retuiteó al medio de desinformación Russia Today y habló de una versión de los acontecimientos que supuestamente los medios occidentales no cuentan. Ahora dice que no le entregará las armas rusas a Ucrania porque “América Latina en lugar de estar jugando en qué bloque queda, lo que se debe exigir es la paz y que se creen los diálogos pertinentes para que la guerra se acabe. No estamos con ninguno, estamos con la paz; por eso ninguna arma rusa que está en nuestra tierra va a ser usada en ese conflicto”.
Es una posición cómoda y extraña, porque la neutralidad ante las agresiones no es posible. Al no tener una posición clara, surgen dudas: ¿cuál es el temor a condenar la invasión de Vladimir Putin? ¿Acaso olvida que el cálculo ruso era tomarse Kiev antes de que Ucrania pudiese responder? ¿No importa que haya un claro país agresor y un claro país invadido en esta historia? ¿Cuál paz se clama si desde Rusia el discurso siempre ha sido claro en querer tomarse Ucrania por completo? Como escribió la internacionalista Sandra Borda en su Twitter: “Un relativismo que no le permita ver a uno (que los aplausos de Rusia son indeseables) es pura conveniencia política”.
Las apuestas por la paz son deseables, claro. Pero también es evidente que el interés de Rusia nunca ha sido la paz, sino la aniquilación, aplastar a Ucrania y reclamar su territorio como parte de su país. Vladimir Putin es un dictador que persigue a opositores y viola el derecho internacional a su antojo. Colombia no debería andarse con tibiezas en condenar lo que ocurre. ¿O acaso hay intereses que el país no conoce en fortalecer las relaciones con ese Estado agresor?
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El presidente Petro ya ha mostrado una particular debilidad en el tema de la invasión rusa a Ucrania. Cuando era candidato, y le preguntaron por el tema, dio una respuesta repulsiva: “Qué Ucrania ni qué ocho cuartos; tenemos que dedicarnos es aquí a Colombia, cómo nos salvamos nosotros mismos. No vamos a poder ayudar ni a Rusia ni a Ucrania ni a Estados Unidos, tenemos es que ayudarnos es nosotros”. Paradójico en un político que, desde que llegó a la Presidencia, no ha parado de hablar de construir liderazgos internacionales y ser parte de las grandes discusiones del mundo.
Ya siendo mandatario retuiteó al medio de desinformación Russia Today y habló de una versión de los acontecimientos que supuestamente los medios occidentales no cuentan. Ahora dice que no le entregará las armas rusas a Ucrania porque “América Latina en lugar de estar jugando en qué bloque queda, lo que se debe exigir es la paz y que se creen los diálogos pertinentes para que la guerra se acabe. No estamos con ninguno, estamos con la paz; por eso ninguna arma rusa que está en nuestra tierra va a ser usada en ese conflicto”.
Es una posición cómoda y extraña, porque la neutralidad ante las agresiones no es posible. Al no tener una posición clara, surgen dudas: ¿cuál es el temor a condenar la invasión de Vladimir Putin? ¿Acaso olvida que el cálculo ruso era tomarse Kiev antes de que Ucrania pudiese responder? ¿No importa que haya un claro país agresor y un claro país invadido en esta historia? ¿Cuál paz se clama si desde Rusia el discurso siempre ha sido claro en querer tomarse Ucrania por completo? Como escribió la internacionalista Sandra Borda en su Twitter: “Un relativismo que no le permita ver a uno (que los aplausos de Rusia son indeseables) es pura conveniencia política”.
Las apuestas por la paz son deseables, claro. Pero también es evidente que el interés de Rusia nunca ha sido la paz, sino la aniquilación, aplastar a Ucrania y reclamar su territorio como parte de su país. Vladimir Putin es un dictador que persigue a opositores y viola el derecho internacional a su antojo. Colombia no debería andarse con tibiezas en condenar lo que ocurre. ¿O acaso hay intereses que el país no conoce en fortalecer las relaciones con ese Estado agresor?
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