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Una muestra de la hostilidad de la administración de Iván Duque con el Acuerdo de Paz fue haber nombrado a Darío Acevedo Carmona como director del Centro Nacional de Memoria Histórica (CNMH). Desde su llegada al organismo, que se había convertido en referente internacional, ha habido renuncias, críticas y una labor obstaculizada que ha terminado por generar distancia con varias organizaciones de víctimas. La última información sobre el Museo de Memoria solo confirma lo que se sabe a leguas: más allá de las credenciales académicas, el liderazgo de Acevedo ha sido inadecuado y en ocasiones dañino para la función tan importante que ostenta.
El último palo en la rueda fue la renuncia de Laura María Montoya, directora técnica del Museo de la Memoria Histórica. En una carta llena de frustración, sentimiento que han evocado las víctimas y los exfuncionarios a lo largo de los tres años de mandato de Acevedo, Montoya es clara. “El director general retiró su respaldo a mi gestión y en adelante se enfocó en dificultar todas las acciones de la Dirección Técnica”, dijo. Según ella, no tenía el apoyo del área administrativa ni de la financiera del CNMH. Adicionalmente, en varias ocasiones cancelaban su participación en eventos ya programados.
A propósito de la renuncia de Montoya, 20 integrantes de la Dirección Técnica del Museo de Memoria le enviaron una carta al presidente Duque. “Frente a los constantes cambios de director técnico en los últimos tres años, el equipo técnico se ha visto abocado a trabajar en un escenario de inestabilidad e incertidumbre. La falta de continuidad en los procesos de la Dirección Técnica deviene en la fragilidad del proyecto que busca construir un Museo de la Memoria para las víctimas del conflicto armado interno, poniendo en riesgo su consolidación y legitimidad social”. Son más que entendibles sus preocupaciones.
Ya, hace unos pocos meses, una funcionaria había renunciado también denunciando malos tratos, y la reacción de Acevedo fue utilizar su cuenta de Twitter para decir que a quienes lo critican “se les sale ese tufillo de igualados, donde vale lo mismo ser contratista que ser directivo”.
Más allá de si este Gobierno alcanza a inaugurar el Museo de Memoria, como es su deber legal, el proceso ya ha estado marcado por el escándalo. Colombia+20 de El Espectador ha registrado en varias oportunidades denuncias de malos tratos, intransigencias y desconexión con el mandato que tiene el CNMH. Muchas organizaciones de víctimas se han sentido bloqueadas, marginadas y han expresado su pérdida de confianza. La institución que debía ser un punto de encuentro, un refugio seguro para los testimonios más difíciles, ahora se sumerge en el desprestigio. La respuesta a todas estas críticas, claro está, será pelear, decir que son mentiras, que todo se trata de una estrategia de la izquierda para desacreditar el trabajo honesto. Pero la construcción de memoria no es una campaña política; sus debates no pueden darse a partir de discursos polarizadores y personalistas. Sin embargo, eso fue lo que logró el Gobierno al nombrar a Acevedo en la dirección del Centro.
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