Más de un mes después de haber recibido una votación histórica en Venezuela, Edmundo González apareció solicitando asilo en España. Su salida, coordinada con el régimen de Nicolás Maduro, es tal vez el punto más bajo en las esperanzas de la oposición de tener un reconocimiento de los resultados reales en las urnas. En estas semanas hemos visto asesinatos y torturas, persecución a opositores, detenciones arbitrarias y órdenes de captura sin mayor sustento. El objetivo de Maduro y su régimen ha sido atrincherarse en su gran mentira, a pesar de la presión internacional. En ausencia de un acuerdo, el rol negociador de Colombia ha fracasado, mientras Brasil pierde su paciencia, pero no parece tener mayores herramientas a su disposición.
Nicolás Maduro está actuando como un dictador en plenas funciones. Cuando los venezolanos se tomaron las calles pidiendo transparencia en el conteo de los votos, la respuesta oficial fue la represión, apoyada en los colectivos, y las detenciones masivas. Al tiempo que los ciudadanos eran torturados, políticos de oposición desaparecían solo para que luego la Fiscalía dijera que los tenía en su poder. Por esto, la Comisión Interamericana de Derechos Humanos emitió una alerta, pero el resultado ha sido claro: en Venezuela ser de oposición es vivir en medio del terror, la amenaza y la incertidumbre.
Claro, la pieza de la corona son las dos cabezas de la oposición: González, quien según las actas publicadas venció de manera cómoda a Maduro, y María Corina Machado, inhabilitada para participar, pero líder de facto de quienes desean un cambio en Miraflores. En este mes hemos escuchado a Maduro y compañía tildarlos de criminales y fascistas, e incluso responsabilizarlos por las muertes y la violencia que se ha visto. Ahora, el régimen, que dictó orden de captura contra González, se presenta como moderado. “Puedo tener muchos defectos, pero uno de los valores que cultivo es tener palabra. He conducido este proceso personalmente”, dijo Maduro, refiriéndose al asilo del opositor. “Hemos jugado limpio y limpio hemos ganado”, concluyó.
Falso, pues ese triunfo nunca fue verificable. Un mes y medio después de las elecciones, no hay actas publicadas y quienes sí las mostraron son ahora criminalizados precisamente por eso. El Tribunal Supremo de Justicia, dominado por el madurismo, validó lo dicho por el Consejo Nacional Electoral, pero tampoco mostró evidencias. Tenemos un autoproclamado presidente cuyo único argumento es “confíen en nosotros”.
Queda la pregunta de qué harán Colombia y Brasil. Mientras Lula da Silva muestra una paciencia agotada con el régimen veenzolano, nuestro país sigue en ambivalencia estratégica. El problema es que el tiempo se agota para llegar a un acuerdo y una transición. González puede liderar la oposición en el ámbito internacional, mientras Machado resiste dentro del país, pero es probable que la persecución del régimen no haya terminado. No podemos dejar sola a Venezuela.
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Más de un mes después de haber recibido una votación histórica en Venezuela, Edmundo González apareció solicitando asilo en España. Su salida, coordinada con el régimen de Nicolás Maduro, es tal vez el punto más bajo en las esperanzas de la oposición de tener un reconocimiento de los resultados reales en las urnas. En estas semanas hemos visto asesinatos y torturas, persecución a opositores, detenciones arbitrarias y órdenes de captura sin mayor sustento. El objetivo de Maduro y su régimen ha sido atrincherarse en su gran mentira, a pesar de la presión internacional. En ausencia de un acuerdo, el rol negociador de Colombia ha fracasado, mientras Brasil pierde su paciencia, pero no parece tener mayores herramientas a su disposición.
Nicolás Maduro está actuando como un dictador en plenas funciones. Cuando los venezolanos se tomaron las calles pidiendo transparencia en el conteo de los votos, la respuesta oficial fue la represión, apoyada en los colectivos, y las detenciones masivas. Al tiempo que los ciudadanos eran torturados, políticos de oposición desaparecían solo para que luego la Fiscalía dijera que los tenía en su poder. Por esto, la Comisión Interamericana de Derechos Humanos emitió una alerta, pero el resultado ha sido claro: en Venezuela ser de oposición es vivir en medio del terror, la amenaza y la incertidumbre.
Claro, la pieza de la corona son las dos cabezas de la oposición: González, quien según las actas publicadas venció de manera cómoda a Maduro, y María Corina Machado, inhabilitada para participar, pero líder de facto de quienes desean un cambio en Miraflores. En este mes hemos escuchado a Maduro y compañía tildarlos de criminales y fascistas, e incluso responsabilizarlos por las muertes y la violencia que se ha visto. Ahora, el régimen, que dictó orden de captura contra González, se presenta como moderado. “Puedo tener muchos defectos, pero uno de los valores que cultivo es tener palabra. He conducido este proceso personalmente”, dijo Maduro, refiriéndose al asilo del opositor. “Hemos jugado limpio y limpio hemos ganado”, concluyó.
Falso, pues ese triunfo nunca fue verificable. Un mes y medio después de las elecciones, no hay actas publicadas y quienes sí las mostraron son ahora criminalizados precisamente por eso. El Tribunal Supremo de Justicia, dominado por el madurismo, validó lo dicho por el Consejo Nacional Electoral, pero tampoco mostró evidencias. Tenemos un autoproclamado presidente cuyo único argumento es “confíen en nosotros”.
Queda la pregunta de qué harán Colombia y Brasil. Mientras Lula da Silva muestra una paciencia agotada con el régimen veenzolano, nuestro país sigue en ambivalencia estratégica. El problema es que el tiempo se agota para llegar a un acuerdo y una transición. González puede liderar la oposición en el ámbito internacional, mientras Machado resiste dentro del país, pero es probable que la persecución del régimen no haya terminado. No podemos dejar sola a Venezuela.
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