Mañana se llevará a cabo la segunda vuelta de los comicios presidenciales en Perú, en los cuales los electores escogen entre dos opciones extremas, representadas por Pedro Castillo, de una izquierda que ya demostró su fracaso en el mundo, y Keiko Fujimori, de una derecha autoritaria y corrupta. Los dos candidatos reflejan las contradicciones de la sociedad peruana que han marcado su devenir político y social en los últimos 25 años. Aunque Castillo lleva una ligera ventaja, según las encuestas, Fujimori acortó la distancia que le llevaba su contendor con una eficiente estrategia de polarización y miedo.
Más allá del incierto resultado, todo parece indicar que los graves problemas del país no se van a solucionar con esta elección, en especial en momentos en que las cifras ajustadas de fallecidos por el COVID-19 pasaron de 70.000 a 180.000 personas, con la tasa de mortalidad per capita más alta del mundo. Además, están los graves problemas de desempleo y el aumento de la pobreza. Castillo o Fujimori tendrán que enfrentar no solo el descontento popular de la otra mitad del país, sino la fragmentación del nuevo Congreso. Como les ha sucedido a sus antecesores en los últimos 20 años, deberán que maniobrar con mucho tino para que su débil gobernabilidad no conduzca a una moción de censura y su eventual retiro del poder.
Tanto Pedro Castillo como Keiko Fujimori pasaron a la segunda vuelta con un número muy bajo de votos, en medio de los 16 candidatos que aspiraban a la Presidencia. El primero, dirigente sindical del magisterio, representa a un partido marxista, ha agitado la bandera de la lucha de clases y, como paradoja, una visión muy conservadora en cuanto a derechos de la mujer, el aborto y el matrimonio o adopción por parejas del mismo sexo. Representa a la provincia, es contrario a la clase política y social blanca limeña y ha sumado fuerzas de izquierda y centro que temen que una Fujimori llegue de nuevo al poder. Ese voto de castigo contra su oponente ha definido las últimas elecciones presidenciales; es decir que, más que un voto a favor del candidato izquierdista, es un voto en contra de la candidata derechista. Prometió que, en caso de ganar, haría una constituyente siguiendo el modelo chileno.
Keiko Fujimori representa el legado de su padre, Alberto Fujimori, una figura populista, autoritaria, que logró vencer a Sendero Luminoso y llevar la paz al Perú, pero a un muy alto costo en materia de derechos humanos, por lo cual el expresidente se encuentra preso. Keiko ha prometido que de ser presidenta le dará la libertad. Está acusada de supuestos casos de corrupción, por lo que ha estado detenida y afronta un proceso penal en el cual el fiscal del caso pidió una condena de 30 años. Ella se excusa diciendo que se trata de una persecución política en su contra. No hay que olvidar que el solo escándalo de Odebrecht llevó a la caída de varios presidentes, a la cárcel a la mayoría de ellos o al suicidio, como en el caso de Alan García.
Las perspectivas a corto y mediano plazo no son promisorias. Según las encuestas, la diferencia de votos entre los dos candidatos es cercana al 1 % a favor de Castillo. Lo cierto es que se prevé un número elevado de votos en blanco y nulos, así como de abstencionistas. Fujimori ha logrado mover la participación de los indecisos remontando la ventaja de su rival. Podría así reeditarse lo ocurrido en Ecuador, donde la polarización le permitió a Guillermo Lasso acortar la distancia y ganarle a su contendor promoviendo el miedo al fantasma de la venezolanización del país.
Es de esperar que quien resulte electo mañana no logre traer estabilidad, progreso y reconciliación entre los peruanos. Como explicó un analista: no votará por Castillo porque no sabe lo que vaya a pasar, y no votará por Fujimori porque sabe lo que va a pasar. Esta es la paradoja que enfrentarán una buena cantidad de votantes mañana en las urnas.
¿Está en desacuerdo con este editorial? Envíe su antieditorial de 500 palabras a elespectadoropinion@gmail.com.
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Mañana se llevará a cabo la segunda vuelta de los comicios presidenciales en Perú, en los cuales los electores escogen entre dos opciones extremas, representadas por Pedro Castillo, de una izquierda que ya demostró su fracaso en el mundo, y Keiko Fujimori, de una derecha autoritaria y corrupta. Los dos candidatos reflejan las contradicciones de la sociedad peruana que han marcado su devenir político y social en los últimos 25 años. Aunque Castillo lleva una ligera ventaja, según las encuestas, Fujimori acortó la distancia que le llevaba su contendor con una eficiente estrategia de polarización y miedo.
Más allá del incierto resultado, todo parece indicar que los graves problemas del país no se van a solucionar con esta elección, en especial en momentos en que las cifras ajustadas de fallecidos por el COVID-19 pasaron de 70.000 a 180.000 personas, con la tasa de mortalidad per capita más alta del mundo. Además, están los graves problemas de desempleo y el aumento de la pobreza. Castillo o Fujimori tendrán que enfrentar no solo el descontento popular de la otra mitad del país, sino la fragmentación del nuevo Congreso. Como les ha sucedido a sus antecesores en los últimos 20 años, deberán que maniobrar con mucho tino para que su débil gobernabilidad no conduzca a una moción de censura y su eventual retiro del poder.
Tanto Pedro Castillo como Keiko Fujimori pasaron a la segunda vuelta con un número muy bajo de votos, en medio de los 16 candidatos que aspiraban a la Presidencia. El primero, dirigente sindical del magisterio, representa a un partido marxista, ha agitado la bandera de la lucha de clases y, como paradoja, una visión muy conservadora en cuanto a derechos de la mujer, el aborto y el matrimonio o adopción por parejas del mismo sexo. Representa a la provincia, es contrario a la clase política y social blanca limeña y ha sumado fuerzas de izquierda y centro que temen que una Fujimori llegue de nuevo al poder. Ese voto de castigo contra su oponente ha definido las últimas elecciones presidenciales; es decir que, más que un voto a favor del candidato izquierdista, es un voto en contra de la candidata derechista. Prometió que, en caso de ganar, haría una constituyente siguiendo el modelo chileno.
Keiko Fujimori representa el legado de su padre, Alberto Fujimori, una figura populista, autoritaria, que logró vencer a Sendero Luminoso y llevar la paz al Perú, pero a un muy alto costo en materia de derechos humanos, por lo cual el expresidente se encuentra preso. Keiko ha prometido que de ser presidenta le dará la libertad. Está acusada de supuestos casos de corrupción, por lo que ha estado detenida y afronta un proceso penal en el cual el fiscal del caso pidió una condena de 30 años. Ella se excusa diciendo que se trata de una persecución política en su contra. No hay que olvidar que el solo escándalo de Odebrecht llevó a la caída de varios presidentes, a la cárcel a la mayoría de ellos o al suicidio, como en el caso de Alan García.
Las perspectivas a corto y mediano plazo no son promisorias. Según las encuestas, la diferencia de votos entre los dos candidatos es cercana al 1 % a favor de Castillo. Lo cierto es que se prevé un número elevado de votos en blanco y nulos, así como de abstencionistas. Fujimori ha logrado mover la participación de los indecisos remontando la ventaja de su rival. Podría así reeditarse lo ocurrido en Ecuador, donde la polarización le permitió a Guillermo Lasso acortar la distancia y ganarle a su contendor promoviendo el miedo al fantasma de la venezolanización del país.
Es de esperar que quien resulte electo mañana no logre traer estabilidad, progreso y reconciliación entre los peruanos. Como explicó un analista: no votará por Castillo porque no sabe lo que vaya a pasar, y no votará por Fujimori porque sabe lo que va a pasar. Esta es la paradoja que enfrentarán una buena cantidad de votantes mañana en las urnas.
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